Fábulas en la historia
En las páginas del siglo XXI venezolano quedarán las fábulas magnicidas que la oratoria presidencial ha querido vender; incautos, ingenuos y nostálgicos han caído en la treta de un relato que reaparece en la escena política nacional. Hasta la fecha el actual Presidente ha denunciado innumerables planes conspirativos, sombras y espectros que ciernen un aura de muerte alrededor de su majestad. Sin embargo, estamos en presencia de un largo y gastado discurso que carece de veracidad. Pese a ello, en diferentes pasajes de la historia venezolana el asesinato político si cobró notoria seriedad, y aquellos que fueron perpetuados en las propias narices del poder han generado un impacto indeleble en el imaginario colectivo.
Corría la segunda década del siglo más conmovido y en Venezuela un taciturno personaje oriundo de la encumbrada región andina estaba dispuesto a perpetuarse en el solio que lo adjudicaba como el único mandamás. Eran los tiempos de las exploraciones petroleras, de los históricos reventones; Zumaque I y Barrosos n° 2, pero también era la hora de la conspiración (sea ella interna o externa).
Juan Vicente Gómez, hace años había despachado a su compadre Cipriano Castro y no existía hombre alguno que le disputase “la silla”. Para asegurar semejante manjar, Gómez, buscará el mecanismo idóneo para dejar todo en familia (en su más clara y viva expresión). Tras la última reforma constitucional se haría acompañar de dos vicepresidencias, quedando los tres cargos bajo el apellido del benemérito, una especie de triada encabezada por el propio Juan Vicente, escoltado por; Juan Crisóstomo Gómez (primer Vicepresidente) y José Vicente Gómez (segundo Vicepresidente).
Hasta 1922 cuando fueron nombradas aquellas nuevas figuras del gabinete ejecutivo, no se habían presentado significativos sobresaltos alrededor del gobierno, Juan Vicente Gómez con gran éxito imponía el apaciguamiento de cualquier foco insurreccional, el Ejército y las carreteras que por fin intentaban interconectar al país formaban una dupla absolutamente magistral para sus intereses.
Empero, “la tragedia” sobrevino, el primer vicepresidente y hermano del mandatario nacional se despediría del plano terrenal el 30 de junio de 1923, juanchito era asesinado de varias puñaladas en las propias entrañas del poder, su cuerpo inerte se enfriaría entre los muros del Palacio de Miraflores.
Rápidamente saltaron las teorías, un tal Barrientos cometió el crimen, ¿y quién lo contrató?, ¡misia Dionisia!, exclaman entre las sombras, otros más osados comentarán en secreto que el propio Presidente fraguó el acto homicida. Lo cierto es que las acciones inmediatas se volcaron sobre la pálida oposición política, Juan Vicente Gómez aprovecharía la ocasión para perseguir y apresar a los sospechosos, aunque no lo fueran directamente por el crimen ocurrido en Miraflores, se había presentado la excusa perfecta para llenar La Rotunda de futuros conspiradores, aun cuando el verdadero o los verdaderos culpables probablemente estaban más cerca del gobierno que fuera de él.
El apetito por el poder se desata “hasta en las mejores familias” y más aún si esa familia pertenece a la cúpula gobernante. En este sentido, las conspiraciones a lo interno del palacio también son una realidad de la cual no hay individuo inmune.
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