De lo que nos tocó vivir

Soy un optimista incorregible, no puedo negarlo. Creo que cualquier proyecto o idea puede prosperar si se le dedica el tiempo y las ganas necesarias. Sé que Venezuela mejorará, estoy convencido de que con trabajo se logran cosas buenas, y que el entorno puede modificarse en beneficio tanto de uno mismo, como de los demás.

Pero mi optimismo no es naif. No espero que mágicamente se solucionen los problemas mientras cantamos el Kumbayá alrededor de una fogata; con poesía no calmo el estómago del hambriento. Tampoco soy ciego: veo lo que pasa a mi alrededor, a los que sufren por comida, por enfermedad o por sus hijos. Los he visto en la calle escarbando entre la basura de madrugada, mientras yo voy a casa a dormir feliz tras una noche de fiesta y tragos.

Cuando el desánimo me invade por no poder ayudar a todos, intento refugiarme en algunas actividades donde hago un pequeño aporte ciudadano para mejorar la calidad de vida de los demás. En esas actividades comparto con personas que tienen mi misma inquietud, y que se preocupan y padecen también, porque el sufrimiento ajeno es un clavo en el alma de todos. Con ellos —y con ustedes—hablo sobre mis pensamientos.

Aún veo potencial. Lo siento, pero es verdad. Oía a un locutor en la radio hace poco que hablaba sobre “la Venezuela que nos tocó vivir”, y quizás no esté tan equivocado: “esta” Venezuela de hoy es la que le tocó a mi generación. No la de los 60 con la inflación más baja del mundo, no. Esta, la de la hiperinflación, la de los pésimos servicios, la de la escasez y las dificultades comerciales y empresariales.

No puedo evadir eso, pero sí puedo decidir qué hacer. En lo personal, decidí seguir trabajando para transformarla, hacer que se parezca a lo que sueño todos los días. Para mantenerme enfocado, las tres cosas que me han ayudado a seguir adelante son:

  1. Aceptación 
    2. Sueños/Visión 
    3. Acción/trabajo

    Creo que la lista habla por sí sola. Mi humilde recomendación es que no dejen de soñar, pues solo haciéndolo tendremos una idea de cómo actuar. Con esa imagen en la cabeza es que pude diseñar la ruta, y aunque siempre doy un paso adelante, no niego que el camino es largo y, en ocasiones, difícil.

Los afortunados que podemos comer tres veces al día tenemos la enorme responsabilidad de pensar y aportar ideas, pensar y trabajar para que esas ideas se conviertan en soluciones, pensar en cómo ayudar a los demás empezando por uno mismo. Es así porque somos un colectivo, y lo que afecta a uno terminará por malograrnos a todos.

“Cuando ya no se puede cambiar una situación, tenemos el desafío

de cambiarnos a nosotros mismos”

Viktor Frankl

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