Nuestro horizonte

Finalmente la llama de 2017 se ha extinguido. Al sonar las clásicas doce campanadas fue inevitable no suspirar, quizás muchos internamente se preguntaron; ¿y ahora qué pasará?

Antes de atender una ingenua interpretación de nuestro porvenir, es necesario ver por un instante el retrovisor y apreciar que nos han dejado 365 días.

El año inició con el dólar en 3.164,72 bolívares (hoy, primero de enero de 2018 el precio se ubica en 111.413,23 bolívares), situación que por supuesto preocupaba de manera tenaz, augurando el aumento vertiginoso de la cesta básica y el decaimiento e imposibilidad de una vida digna en el país. Desde la perspectiva política, la Asamblea Nacional electa en 2015 cumplía un año de gestión, para muchos inoperante, para otros aun significaba la pequeña luz al final del oscuro túnel.

Pocas sonrisas se contaban entre los venezolanos, temerosos y expectantes. La situación llegaría al clímax en el mes de abril, luego de una serie de irregularidades y violaciones constitucionales desarrolladas por el Tribunal Supremo de Justicia auspiciado por el ejecutivo nacional. Un importante sector social se volcaría a las calles para expresar su descontento con el actual gobierno, recibiendo a cambio una brutal arremetida por los distintos cuerpos de seguridad, especialmente la Guardia Nacional Bolivariana. Las bombas lacrimógenas hicieron su aparición, recordando aquella expresión del anterior mandatario Hugo Chávez; “gas del bueno”.  

La situación se agravaba con el pasar de los días, más de un centenar de venezolanos cayeron inertes, una bala silenciaba una y otra voz. El mundo quedó impactado, muchos pensaron que no había otra salida y que el final estaba cerca. Sin embargo, la euforia y la esperanza se tiñeron con un gris desalentador, más de cincuenta días de protesta, un centenar de víctimas fatales, universidades allanadas y un país decidido al cambio concluyeron de la manera más inexplicable. La oposición recularía lentamente y ante la desmovilización el chavismo anunciaría el llamado para elegir una Asamblea Nacional Constituyente. Con la polémica aprobación de la ANC, el gobierno aceleraría dos elecciones más, que terminaría por consolidar el dominio oficialista ante un desconcertante panorama político. Gobernaciones y alcaldías terminaron en manos de los líderes designados por el PSUV, dejando en una situación de minusvalía a los partidos de oposición que a principios de año conformaban un sólido bloque político; la Mesa de la Unidad Democrática.

El 2017, también demostró las fisuras del eje chavista, Luisa Ortega Díaz y Rafael Ramírez son quizás los casos más resonantes. Dos piezas que representaban parte de los pilares del gobierno, sin embargo, la balanza finalmente no quedó lo suficientemente equilibrada para ellos y decidieron hacerles frente a sus propios camaradas, eso sí, lejos de la crisis que ellos mismos ayudaron a construir.

Por otro lado, cuál es el horizonte del venezolano común, ese que no milita en ningún partido, que enfrenta diariamente los embates violentos de la ciudad y el campo, responder semejante pregunta implica un estudio mucho más exhaustivo, no obstante, al observar el número de ciudadanos que abandonaron el país en 2017, podemos llegar a la conclusión que el horizonte es lejano e incierto y en muchos casos ese futuro se encuentra atravesando las fronteras. La diáspora venezolano crece y 2018 no será la excepción.

Otro grupo ha decidido quedarse (o no ha podido irse) y esa es una decisión compleja, valiente o quizás absurda, en todo caso, recuperar el país, recuperar las instituciones, recuperar una generación es la tarea más compleja que tendremos de cara al futuro. Hoy, cuando cualquier venezolano ve su propio horizonte termina apreciando un hermoso país y un hermoso paisaje, porque finalmente nada ni nadie puede borrar las esperanzas de ningún individuo, ni siquiera las fuerzas totalitarias más amenazantes podrán hacerlo.

El horizonte será oscuro si así terminamos decidiéndolo, de nada servirá la queja vacía, el grito en el desierto, cada individuo debe volcar su real, útil y solidario esfuerzo para gestar el cambio. El joven universitario, debe formarse, debe leer, debe estudiar (el más realista dirá: “también debe comer”), todo ello, porque nuestro enemigo próximo será la ignorancia, el silencio y la mediocridad. En nuestro horizonte puede existir una tercera fuerza (no militar), forjada desde la universidad (no porque ellos tengan la verdad) que vive hoy los mismos pesares sociales del colectivo, pero con herramientas útiles para esbozar respuestas más allá del populismo y más allá del narcisismo político. Si es así, no digamos más… manos a la obra.

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