La maldición del pasado
Cierto, no era el país que todavía soñamos, aunque – sin lugar a dudas – incomparablemente fue mejor respecto al que hoy tenemos. Valga el ejemplo del profundamente conmovido por los sucesos del Caracazo que ha manipulado hasta la saciedad el único gobierno que ha tenido la nueva centuria, pues, bajo las expectativas del aumento de la gasolina en apenas pocos céntimos, abastecidos – faltando poco – con distintas marcas de un insumo básico, repuesto a los pocos días el que faltaba, y con una inflación que ascendió luego a 100%, viva la exigencia múltiple del respeto del Estado de Derecho, vigente la división de los órganos del Poder Público y reconocido el costo político de la violación de los derechos humanos, el más desavisado de nuestros amables lectores puede realizar el rápido contraste de sus asombros.
Los celebérrimos 40 años quedaron reducidos a una burda y facilona consigna que rápidamente contaminó el lenguaje cotidiano, embutiéndole toda la maldad posible que desembocó en la Venezuela que todavía exhibía la tercera transnacional petrolera más importante del mundo, demasiado lejos de subastar las ahora escasas bolsas de basura – las unas y la otra – que sintetizan la profundidad de nuestros dramas. Operó una maldición de tan extraordinarias quilates que, ahora, obliga a recuperar nociones y hasta términos tan elementales, como libertad, democracia, paz, convivencia, equidad, desarrollo, antes de uso corriente para toda polémica, por doméstica que fuese.
Otro ejemplo, encontramos por casualidad un reportaje de Euro Fuenmayor, cuyo título es revelador: “Ni un solo muerto en Caracas el 31 y el primero y apenas 33 ingresos en todos los hospitales” (El Nacional, Caracas, 02/01/1968). Y, si bien es cierto que contábamos con una menor cantidad de población, no menos lo es que un escolar ejercicio aritmético no ofrece siquiera una aproximación a la actual y escandalosamente desproporcionada cantidad de muertes injustas, prematuras y violentas que el Estado cuida de no publicar con un celo semejante al silencio de los números que dibujan la hiperinflación; valga la coletilla, sobrando los comentarios, después Víctor Manuel Reinoso publica otro reportaje, en el mismo diario, que versa sobre “los 13 mil hombres que cuidan (a la) Caracas” de un millón 800 mil habitantes, gracias a a los servicios de seis entidades policiales y ocho empresas privadas (Ibidem: 04/01/1968).
Se dirá que era la situación de un largo medio siglo atrás, pero coincide con ese período denostado de los 40 de nuestros tormentos que sirvió para legitimar el ascenso de quienes superlativamente elevaron las cifras de muertes por encima de 26 mil en 2017, según el Observatorio Venezolano de la Violencia, cuando despedimos el siglo anterior tan justamente escandalizados por un promedio de cuatro o cinco mil muertes.
Purgando nuestros prejuicios, ese cada vez más remoto pasado que fue tan útil para la demagogia socialista, debe ocupar su adecuado lugar para atender a un presente cada vez más pavoroso. Muy lejos de justificarlo, a pesar de todos los pesares, e, incluso, juzgando por la novelística de Guillermo Cabrera Infante y hasta por una obra postrera de John Dos Passos, sobre la vida cotidiana de la Cuba de entonces, si Fulgencio Batista representó un mal, los Castro Ruz resultaron endiabladamente peores. No obstante, el sargento que llegó a general, por cierto, homenajeado por el Partido Comunista de Venezuela, en la Caracas que visitó por los años ’40 del XX, ha sido la mejor excusa – junto al imperialismo yanqui – para sostener la dictadura que tozudamente aterroriza a sus víctimas con un regreso ya imposible al batistato, como única fórmula de superación.
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