Entre el ardid y la epopeya: teatralidad política

Circula una extraordinaria compilación de trabajos, dirigida por Luis Alberto Buttó y José Alberto Olivar: “Entre el ardid y la epopeya. Usos y abusos de la simbología en el imaginario chavista” (Negro Sobre Blanco, Caracas, 2018).  Yendo más allá de la interpretación convencional, la reflexión va al fondo de una realidad hábilmente enmascarada, reivindicando a la academia constructiva y eficaz.

Midgalia Lezama, a quien tuvimos la suerte escuchar en unas recientes jornadas realizadas en la Universidad Católica Andrés Bello, aporta un sólido texto, “Enseñar historia en revolución. Análisis de las propuestas de transformación curricular en Educación emanadas del MPPE 2007-2017)  [81-120]. Guarda una exacta correspondencia con el muy sugestivo de Antenor Viáfara Márquez, “Las coordenadas populistas y fascistas del chavismo. Un mito simbólico de poder” [121-149].

 

El régimen ha intentado y también logrado reconstruir la memoria colectiva y las identidades [92, 96], realizando un propósito firme y deliberado, como es el de fomentar una apreciación histórica acrítica, maniquea, descontextualizada, instrumental, dicotómica y simplista [80, 97, 108 s.], que “legitima y sustenta a una parcialidad política que detenta el poder” [111]. Por ello, Lezama estudia el diseño curricular de Educación Media General del Ministerio del Poder Popular para la Educación, legitimando y afianzando el proceso que ocupa el siglo, procurando de la escuela comunitaria – según la prédica – un espacio de resistencia cultural, formación para el trabajo, participación política y lucha contra la exclusión social [93].

El asunto cuadra muy bien con una noción, como la de la teatralidad del juego político, fundada en la emoción y el afecto, cuasi-reigioso, cimentando una  ilusión de auto-poder (popular), fiel retrato del chavismo de intensa explotación de los símbolos patrios [123, 131 s., 139, 147]. Viáfara Márquez le concede, así, la originalidad y singularidad de un modelo de rancios rasgos populistas, de un fascismo tropicalizado, cuya jefatura política explica o dice explicar una gesta heroica, internándonos en el terreno de la política y la cultura, la anomia y los símbolos de la redención [122 ss.], permitiendo interiorizar las (actuales) relaciones de poder [141].

Relaciones que, después de fracasada la consabida reforma constitucional, violentando el resultado de la consulta referendaria, consagró  la promulgación de la Ley Orgánica de Educación, la tristemente célebre resolución 058 y el llamado Plan de la Patria 2013-2019, por ejemplo. Luce interesante la compaginación de ambos autores, ya que, entendido el chavismo como una experiencia de la antipolítica, “allí se curten los miedos, las resistencias, las afinidades que van girando hacia la oclocracia, hacia un autoritarismo revestido de democracia y de un socialismo que tuerce el pluralismo social y aplasta la conciencia de las masas” [84, 148].

Del ininteligible socialismo del siglo XXI, una “ilusión fantasmal” [148],  surge un líder weberiano, mesiánico y referente de toda lealtad revolucionaria [133], en medio del oscurecimiento de la sociedad polarizada, portador de  una “nostalgia enfermiza por el pasado” [127]. Sus carencias, deficiencias e insolvencias políticas, interpretamos, las suple (n) o dicen suplirlas, las cualidades de los héroes del pasado a los que, obviamente, forzados, resultan intemporales y descontextualizados [87], notándose la ausencia interesada  del período hispánico, del mestizaje, del siglo XIX y de la propia historia universal, en la enseñanza de los jóvenes relegados a una suerte de “tribunales del tiempo” (88), afortunada expresión que ilustra la naturaleza del proceso al que son sometidos.

Más cercanos a la explicación mágico-religiosa que a una necesaria experiencia de racionalidad, de Bolívar, Zamora, el Negro Felipe o José Gregorio Hernández, aterrizamos con facilidad a una concepción del poder, como “gracia” [145], dinamizador de los anhelos, deseos y favores cumplidos que, por supuesto, debemos agradecer. Dato que nos remite a una permanente tensión y lucha contra los agentes internos y foráneos que “atentan contra el proceso de transformación social” [99];  concebida la sociedad en perenne peligro, 24 contenidos (curriculares) están relacionados con la Fuerza Armada, la soberanía y la defensa nacional, relegados únicamente a dos los referidos a la familia y su importancia [100, 106 ss.]; por consiguiente, la “historia secuestrada desde el poder” [120], “no busca comprender, sino juzgar (…) se desenvuelve entre el elogio y la condena, animando rivalidades ancestrales que sirvan de pretexto, excusa o legitimación” [107].

Nos explica una misma, intacta y tozuda polarización social, política e ideológica, para una teatralidad que, sólo por la violencia, se mantiene en pie. Deducción ésta, que urge de una investigación sociológica a fondo, ahora esbozada por Viáfara Márquez desde la perspectiva de la sociología reflexiva inspirada por Pierre Bourdieu y Loic Wacquant, pues hay elementos objetivos y concretos que sirven de sostén a la propuesta totalitaria de la centuria en curso.

El autor distingue entre la sociedad civil (clase media, empresarios, medios de comunicación), y sectores populares (de escasa identidad de clase, con sentimientos y creencias comunes) [121 ss., 129 ss., 143], en el marco de un capitalismo de Estado de carácter asistencial, por cierto, con “sospechosos nexos” con el capitalismo asiático (131 ss.), en el que ha de realizarse el (anti) valor del sentido de  la venganza heredada por Guacaipuro o Zamora. El socialismo tiene por única palanca, las masas disponibles, desclasadas, alienadas, de profesión indefinida, bajo nivel educativo, socialmente desarraigadas, refractarias a posiciones ideológicas, prejuiciosas [138], las cuales gozan del debido financiamiento del Petro-Estado que, además de ponderar su lealtad y fanatismo, las reconoce plena y agradecidamente por su específica contribución como fuerza de choque (círculos bolivarianos y colectivos), y de control (consejos comunales, UBCH, milicias y diferentes comités) [128]. Y, añadimos, por ello la importancia de lo poco o mucho que accedan al mundo escolar para inocularles un sentido de pertenencia e identidad, sometiéndolas a una mínima, formal e informal socialización de acuerdo  a los intereses del régimen, aunque la creciente deserción estudiantil habla más de la negligente irresponsabilidad de los altos funcionarios que sólo se apresuran a beneficiarse de las posiciones alcanzadas, presentido el final del juego.

Tamaño tinglado apunta a las condiciones que dieron origen al actual régimen, lo reproducen y lo reproducirán de un modo u otro, aun creyendo en su cercana superación.  Cierto, el chavismo fue una “contingencia de la crisis del sistema democrático representativo, de sus vacilaciones y vulnerabilidad institucional” [148], como – es nuestra convicción – pudo haber sido otra, incluyendo el hipotético triunfo de Salas Römer en 1998, más acá o más allá de la crisis interna de los partidos [84].  

Acotemos, finalmente, principalmente la sociedad civil organizada fue la que estuvo vigilante y, en la medida de sus posibilidades, luchó por impedir la consagración de las reformas curriculares referidas por Lezama, ausentes los partidos que, es necesario decirlo, tuvieron y aún tienen una importante presencia en el magisterio venezolano. Salvo las muy aisladas excepciones, poco o nada hicieron en un terreno que lo aceptamos como riesgoso, sugiriendo una futura evaluación histórica del gremio que, de un modo u otro, hubiese, por lo menos, dificultado algo más que el cambio curricular, por lo que hemos visto en torno a la teatralidad política y las variables que la facilitaron casi holgadamente.

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