Crónicas del desconsuelo
A falta de carne buenos son huevos
Nunca me imaginé que la humilde postura de gallina pudiera competir con el dólar, la moneda más fuerte del planeta. Cuando era niña, a veces por las mañanas mi mamá me decía < ¿Le hago un huevito? > Y como la ñema es suavecita y amable, yo le decía que si. A veces me los comía revueltos con migajón o simple arepita. Yo prefería los fritos de los que mi mamá decía, cosa que aun hoy no logro explicarme porque, que eran más pesados. Así como los consumía menos en tortilla, supongo que se me antojaba una cosa de adultos, y más sofisticada. Al igual que a sus tías, a papá le encantaban. Era amante de este regalo de la naturaleza el cual consumía de todas las formas habidas y por haber: En perico, fritos, revueltos y especialmente tibios con una galletica de soda o migajón de arepa. Estos últimos eran recomendables cuando uno estaba un poco quebrantado. Como mamá se los controlaba por aquello del colesterol, lo vi en ocasiones llevárselos a la mesa ocultos en los bolsillos de la piyama para echárselos a la sopa.
Los huevos o posturas, siempre fueron baratos y accesibles. No podían faltar en el hogar. En mi familia incluso los disfrutamos criollos pues mi casa era de las de solar donde hacían vida unas cuantas gallinas que entre cloqueos y corri corri los dejaban para nosotros en los nidos de donde mamá los tomaba hasta de seis en seis o más, según como estuviera la producción. Eran gallinas orgánicas pues, distintas a las de hoy que se ven obligadas de espalda a la naturaleza a poner huevos en ambientes intervenidos por las manos del hombre, con todas sus consecuencias. Sí señor, gallinas de patio criadas con maíz, cerecere y Ponarina, conchas de vegetales y los consabidos insectos que en libertad ellas atrapan a placer. Con estos criollitos casi anaranjados como un sol hacía mi tía abuela Delia unas tortas que eran una verdadera delicia.
Los huevos los comía todo el mundo. Aunque siempre fue un alimento más destinado a los desayunos, con el tiempo la creatividad gastronómica los hizo formar parte de otras preparaciones vestidos de fiesta en recetas novedosas: mayonesas, ponchés, rancheros, Poché con curry, cocidos con espárragos y salsa holandesa, y en la famosa pisca andina sólo por mencionar algunas. También siempre se han consumido duros con salecita y pimienta en las excursiones o en la playa pues satisfacen, son sabrosos y prácticos para llevar ¿Y qué decir de la variedad de los huevos rellenos con atún y hasta con diablito y mayonesa?
Cuando no había otra cosa, porque por ejemplo a uno no le había dado tiempo de “hacer mercado” (me refiero a una actividad que se hace poco por estos días), uno se comía un huevito. No como ahora que en Venezuela los huevos: proteínicos, rendidores, y accesibles, prácticamente, son el único alimento nutritivo que queda para comer Y da cuenta de esto el común mortal, el hombre de a pié que somos la mayoría, cuando nos dejamos ver por calles, transportes públicos y recovecos con una cajita de estos a toda hora y en todas partes. Y no porque son baratos pues cada vez que sube el dólar suben las posturas, sino porque en la relación de costo beneficio con ellos sale uno mejor librado. En mi nevera los tengo en sitio de honor donde los cuento día a día y uno por uno. Y me parece que nunca son suficientes pues los preparo en torticas de todo tipo, en tortillas, pudines o en soufflé. Y en el mejor de los casos en postres cuando alcanzo a conseguir azúcar. Los disfruto sin pensar en el consabido colesterol que parece que antes los huevos producían y ahora por supuesto que no. Así que más respeto con las gallinas. Con esos seres del reino animal – y digo reino con todas sus letras – quienes en un acto heroico y lleno de sacrificios producen y producen, no sé si con hormonas o sin ellas, así como en El Norte. En un país como Venezuela que pareciera que no aprendió otra cosa sino a vivir de una muy mal administrada renta petrolera que de la estratosfera se vino abajo en caída libre enredada en las patas del populismo más grosero y descarnado.
Yo no sé Claudio, amigo mío, si cuando hiciste el gracioso comercial No como cuentos coma huevos ya lo veías venir. Porque en este país ahora es que se come huevos y a diferencia de lo que proponías, cuentos también. Y así por las mañanas cuando le pregunto a mi hija < ¿Te hago un huevito? > Como ella es músico se lo digo en distintas tonalidades para que no parezca siempre lo mismo. Y acto seguido también pregunto < ¿A como amanecieron los huevos hoy? > Pues, entiendo más de huevos que de dólares. Ah,” El hombre y sus circunstancias” frase, como tantas otras que se le han atribuido al vapuleado Carlos Marx supuesto inspirador de este despelote que se ha dado en llamar Socialismo del siglo XXI donde reina el caos y la pobreza. Y calladita, calladita cuando una vez más me como uno digo: A falta de carne buenos son huevos. Parafraseando el dicho popular A falta de pan buenas son tortas.
Caracas, 24 de abril del 2018.
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