¿Cuál vocación de Estado?

La más elemental teoría general del Estado, no debe prescindir de la representación social que también cultiva y lo caracteriza y que, sellando su identidad y trascendencia, lo distingue de otras expresiones institucionales derivadas, como el gobierno y los elencos que componen su siempre circunstancial dirección. De no obrar esa distinción, confundiéndose, inexorablemente incurrirá en el suicidio.

Por consiguiente, hay actos perdurables de Estado, frente a otros que explican una mera circunstancia. Y ésta, convengamos, puede desembocar en las escenas más ridículas.

La reciente celebración oficial del Día de  la Independencia, no otra que la de su declaración formal un 5 de julio de 1811, diferente la aprobación y suscripción de un acta que mereció otra sesión de los congresistas de entonces, demostró cuán lejos ha llegado el madurato que, por suerte, porque no hay otro motivo distinto a una rifa de la coyuntura, heredó el poder. En lugar de guardar las formas que hacen, representan y justifican al Estado, incurrió en una jornada más de los caprichos y envalentonamientos que tristemente lo emblematizan.

Respecto a los actos oficiales de la fecha, ha debido el Ejecutivo Nacional concurrir a la sesión solemne de la Asamblea Nacional, incluso, desafiándola por mucho que ésta  lo desconozca o diga desconocerlo. O, en su defecto, hacerlo con la tal constituyente, pero ella – en la sesión que ensayó – se hizo con la ausencia de quien funge como presidente o vicepresidente de la República, y la asistencia de apenas un par de ministros: recordemos, el orador de orden – Earle Herrera – decidió asumir la solemnidad de la ocasión en clave humorística y de ratificada adhesión al tal comandante eterno.

Faltando poco, el tradicional desfile militar comenzó con un perfomance muy peculiar, quién sabe por ocurrencia de quién: literalmente, un niño representó a Chávez Frías en diálogo con Bolívar y Miranda, dando una versión tan de camarilla del poder, tan de poco cuño de Estado, que hizo inevitable, además, preguntarnos sobre la protección constitucional y legal existente sobre los niños y adolescentes.

No es difícil concluir, está muy claro que no hay ni puede haber, vocación alguna de Estado.

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