La manía registral

Recientemente, se ha anunciado un Censo Nacional del Transporte, como si ello fuese – en sí mismo – una solución del grave, masivo e inocultable problema. Además de pretender ganar tiempo, (des) organizando el registro, ya son muchas las voces que advierten la formalización del apartheid más social que político.

Virulento e improvisado, el Estado Comunal que, por cierto, lo es en la medida que la dictadura se antoje,  repetidamente torpedea toda noción de institucionalidad capaz de sobrevivir, fuera o dentro de las aguas que lo agitan.  De nada le sirve la data administrativamente reglada del Instituto Nacional de Transporte o de cualesquiera agencia policial interesada, pues, mejor si es posible manual, su reconstrucción tiene los efectos de terrorismo psicológico suficientes, para chantajear a la población en el deslinde que apuesta por una consolidación imposible del poder establecido.

Huelga el comentario respecto a la forzada adhesión al nuevo Estado que sólo se expresa a través de una nomenclatura: en un sentido, por las palabras que identifican un vacío, precisamente el de Estado, y por la dirección exclusivamente ejercida sobre los escombros del que ilusamente desea reemplazarse.  Así como, tras los fraudulentos comicios del anterior y presente año, movieron a los funcionarios del partido, sufragados por el tesoro público, para captar el código digital de los adeptos que lo sufragaron, mediante un móvil celular aplicado al llamado Carnet de  la Patria, luego de cumplidas las supuestas formalidades de la mesa electoral, incapaces de cubrir a todos los escasos simpatizantes,  algo parecido habrá de ocurrir con el penoso trámite de acceder a la gasolina racionada.

Demasiada  obvia la segregación, no solemos reparar en el perverso aumento del combustible que, muy antes, fue materia sensible para la ultraizquierda ahora gobernante, que fue capaz de incendiar literalmente al país con la ligera amenaza oficial del alza, temiendo hoy por una tenue discrepancia. Y tampoco, en la degenerada mentalidad de una mafía de cuño policíaco que, distante de la prestación de los servicios policiales que puede dispensar los datos, tiene por empeño la persecución lo más personal posible de sus adversarios difusos y concretos, fabricando toda suerte de listas para el fusilamiento – por lo menos – moral de quienes saben o adivinan que la rechazan.

Por todos estos años, se ha levantado un censo de las personas que necesitan de vivienda, de los discapacitados requeridos de atención y de todo (im) posible beneficiario de las demandas que peligrosamente se articulan ante el régimen indolente que opta por un registro para atenuarlas y neutralizarlas. Empero, esta vez, augurando un nuevo modelo de negocios, la mafia incurre en el mayor de los descaros con la gasolina e, inevitable, el transporte.

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