La usurpación es una traición al futuro
¿Cómo llegamos hasta aquí? A veces, producto de nuestra agitada circunstancia política una noticia se superpone a otra y olvidamos ver el bosque por ver la rama del árbol con que nos tropezamos. Aprovecho esta breve oportunidad para mostrarle, amigo lector, este bosque devenido a selva negra en que se ha convertido nuestro país. Y lo de «nuestro» no es retórica, auténticamente, es tuyo y mio. El hecho de que por ser ciudadano tengas, por ahora, la posibilidad de votar (o al menos la prerrogativa constitucional para hacerlo) te obliga a ser parte de esta gran junta de propietarios de esta empresa llamada Venezuela.
Para 1998, nuestro país cotizaba a 10 dólares su principal producto de exportación, el petróleo, obviamente, teníamos un crisis económica que resolver. Sin embargo, recordar someramente algunas cosas nos hace sentir nostalgia: el funcionamiento regular de los servicios públicos, la normalidad de la discusión tripartita (empresarios – gobierno – sindicatos), la indiscutible transparencia de los procesos electorales (que ese año permitió la elección de un outsider), el progresivo avance de la interconexión celular y telefónica, la proliferación de medios de comunicación, la floreciente industria cultural y del entretenimiento… Uff… Tantas cosas y una más, una que extraño sobremanera, la posibilidad material de poder tomar al menos una cerveza a la semana.
Eso cambió, y mucho, desde el momento en que el gobierno de Hugo Chávez, con su verborrea de heroicidades pasadas, traumas infantiles y voluntarismo afanoso, interpretó su victoria electoral como una coronación al modo de rey absolutista, no sometido a la rendición de cuentas ni al control político de otros poderes. La división de poderes había permitido hasta la destitución de presidentes en ejercicio, como Carlos Andrés Pérez, pero desde Chávez, esa división de poderes se consideró un obstáculo para la «refundación de la patria».
La democracia, en si misma era un enemigo a vencer. Hugo Chávez fue destruyéndose poco a poco, con el aplauso fervoroso de muchos, entre ellos, de muchos empresarios, de medios de comunicación, de intelectuales resentidos, de intereses económicos trasnacionales y, muy acordemente, con una cofradía militar que se sentía predestinada a gobernar como «herederos de los libertadores».
La reforma constitucional del 99 «logró» eliminar el financiamiento de los partidos políticos (obviamente, el partido oficialista no pasaría por los inconvenientes inherentes a esa medida) y aprobó el voto para los militares (allanando el camino para su partidización), luego, la reforma judicial permitió progresivamente penetrar ese poder con comisarios políticos del partido de gobierno hasta convertirlo en una herramienta a su servicio (de hecho, hace bastante rato que el gobierno no pierde ninguna querella judicial y eso es elocuente). Los sindicatos y gremios fueron sistemáticamente desconocidos, al igual que las organizaciones patronales. Finalmente, los gobiernos locales y regionales fueron vaciados de competencias cuando tienen titulares no adscritos al partido de gobierno (al punto en que hoy los pocos gobernantes de oposición tienen un «protector» sobre ellos y el resto de los gobernadores, los oficialistas, una ZODI a la cual arrodillarse).
Eso se hizo ignorando la necesidad de resolver los problemas económicos que ya teníamos antes de 1998, esa no era una prioridad. De hecho, dado que circunstancialmente los precios del petróleo iniciaron una escalada casi estratosférica que los llevó a más de 100 dólares, el gobierno de Hugo Chávez se concentró en financiar a su partido, a su cada vez más amplia red de medios y a crear la red de tráfico de influencia más poderosa del continente multiplicando los cargos públicos y colocando en ellos a solo partidarios, repartir prebendas a cambio de respaldo y convirtiendo al Estado en su hacienda particular.
El gobierno no afrontó los problemas económicos más importantes, como la creciente inflación, el deterioro del salario, la informalidad, la precarización del empleo, la destrucción de la infraestructura sanitaria y el desmantelamiento del sistema educativo. En realidad, a medida que se sacrificaban los valores universales de equidad en aras de la codicia de unos pocos, a pesar de una retórica que asegura lo contrario, se fue arraigando en la opinión pública un profundo sentimiento de injusticia que eventualmente se convirtió en un sentimiento de traición cuando llegaron los tiempos de vacas flacas.
La desigualdad creciente, el hecho de que el ciudadano promedio fuese ignorado al tiempo que fueron ignoradas las instituciones con las cuales participa en lo público (partidos, gremios y sindicatos), es la causa y la consecuencia del fracaso del sistema político, y contribuye a la inestabilidad de nuestro sistema económico, lo que a su vez contribuye a aumentar esa desigualdad con prácticas cada vez más autoritarias; una espiral viciosa en sentido descendente en la que hemos caído y de la que solo podemos salir a través de un cambio político. Es de notar que la ni la extraordinaria bonanza evitó este destino manifiesto, aunque había un crecimiento del PIB, la mayoría de los ciudadanos veía cómo empeoraba su nivel de vida.
No obstante, tras la muerte de Hugo Chávez y el ascenso al poder de su delfín, el camino electoral para promover el cambio político fue deliberadamente obstruido por prácticas claramente totalitarias: La ilegalización de partidos políticos (MUD, AD, VP, UNT y PJ), la inhabilitación de candidatos y la persecución de dirigentes (muchos de ellos presos, exiliados o encerrados en embajadas). Lógicamente, cualquier elección celebrada en dicho contexto es solo una pantomima, un fraude, al punto en que mandatos provenientes de los mismos no son legítimos en la medida en que no son reflejo de la voluntad general.
El régimen, ahora, tras 20 años de lanzar a los venezolanos al abismo autoritario, dice que la culpa es de la cuarta república, del imperialismo, del enemigo interno, de las sanciones y de Trump (antes de Clinton, de Bush y de Obama). No se dice nada de la cantidad de empresas que fueron, luego de expropiadas, quebradas, de los innegables hechos de corrupción, de la violación sistemática de derechos humanos y de la hambruna provocada y diseñada por los que decidieron emitir dinero inorgánico y construir la hiperinflación universalmente más destructiva. Ahora, nadie en el gobierno es responsable. Pero debo decir una obviedad, si nadie es responsable, si no se puede culpar a ningún individuo por lo que ha ocurrido, quiere decir que el problema está en el sistema.
Quienes protestan lo hacen con toda razón, se les obliga a pasar hambre o a tener que irse del país, cuando se intenta dialogar el régimen se burla de tales iniciativas, el gobierno deliberadamente nos aísla y hasta celebra cuando abandonamos foros y organismos internacionales (en los cuales se podrían solicitar medidas cautelares para la protección de derechos) y destruye, gravemente, la institución del voto. La protesta no tiene otra vía de evolución que hacerse cada vez más masiva y urgente cuando todos los demás caminos se cierran. ¿hasta dónde llegaremos con todo esto? Nadie lo sabe. Pero quedarse en la casa no es una opción, esta empresa llamada Venezuela necesita resolver sus problemas junto a todos sus propietarios.
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