SNOWDEN, 007 Y OTROS AROMAS

Por Felipe Vallejos

 

Edward Snowden, ex técnico de la CIA, y que filtró datos de supuesto espionaje de Estados Unidos hacia sus aliados y otros países de Sudamérica, está varado en la zona de tránsito de Moscú, con una veintena de pedidos de asilo, donde los países de tendencia izquierdista de este lado del mundo, han acogido con más ganas de llevar la contraria que de ayudar al estadounidense.

 

Por momentos, el discurso antiimperialista ya no se trata de no permitir excesos de Estados Unidos, sino de ir en su contra en absolutamente todo lo que hace y dice. Ir al rescate de Snowden ha sido el ejemplo más sólido de esto.

 

 

El panorama ha cambiado mucho desde que Snowden saltó a la fama. Ecuador se “lavó las manos” tras ayudar en su traslado, y Venezuela, Nicaragua y Bolivia se pelean por dar un asilo con más consecuencias que beneficios, siempre con ímpetu, ahora reforzado tras el incidente de Evo Morales en Europa.

 

Estados Unidos denunció formalmente a Snowden por espionaje, distinto escenario al de Assange, sobre el cual no pesa ninguna acusación de este tipo, aunque se cree que por la denuncia sobre supuesto abuso sexual, se encuentra un camino hacia su traslado al país nortemaericano, para enjuiciarlo por la filtración de miles de documentos diplomáticos secretos.

 

Rusia y China tomaron distancia, aunque lejos de ceder una “presa” que supondría una victoria diplomática para Estados Unidos, golpeado por el secreto a voces que significa su cultura eterna de espiar a aliados y enemigos, paranoico como pocos, aunque con argumentos de seguridad nacional que muchas naciones hacen propios.

 

Snowden representa más que un “espía”, es el hombre que desnudó un sistema que todos saben que existe, pero que incomoda al momento de salir a la luz del escrutinio público, contrariado o fingiendo estarlo.

 

Por saber que el espionaje es una realidad, no debe dejar de ser condenado. Lo que sí está claro, es que ni Snowden ni las represalias diplomáticas de las otras potencias, frenará una práctica centenaria que se usa por “seguridad”. No hay necesidad de leerse la suerte entre gitanos.