Marxo-bolivarianismo

Adquirimos «Pensar la revolución francesa» de François Furet en el otrora célebre remate de libros del puente de las Fuerzas Armadas, a principios de los ’90 del ‘XX.  Creyéndola una referencia convencional, tardamos en leerla, antes de finalizar la década, en el marco de nuestras modestas investigaciones sobre la antipolitica, por entonces, novedad y enigma, descubriendo todo un continente.
Valga la posible anécdota, obsequiamos una fotocopia del ejemplar a una persona amiga que, a su vez, se la facilitó a otra para un título que finalmente publicó sobre el liberalismo. Y, como supusimos, cumplimentando una colcha de retazos en torno a la pretendida crítica de la escuela, citándolo para la obesidad del ejemplar, pasó por alto consideraciones del historiador francés de extraordinaria valía, como la del llamado escándalo de las representaciones que explicó muy bien el fenómeno revolucionario.
Probablemente, Furet pertenece al bloque personal  de lecturas de toda una época posterior a otro, donde nos enfebrecían Hannah Arendt, Fernando Vallespín, María Sol Pérez Schael y Luis Ricardo Dávila.  Por siempre tomando notas para un libro que, al parecer, jamás publicaremos,  nos familiarizarnos con la perspectiva de un autor que no sólo se le encontraba en las librerías, cuando las había en la ciudad, añadidas las revistas que divulgaban sus textos, a precios elevados, mas no imposible de sufragar; valga la acotación, estaba en la estantería de la Biblioteca y Hemeroteca Nacionales, siempre al día con Vuelta (México) y Claves de Razón Práctica (España),  en el otro remoto y también cercano país que fuimos.
Creemos que la  recepción de Furet no despertó gran interés, sobre todo con una entrega tan acuciosa, profunda y concluyente sobre el comunismo: «El pasado de una ilusión» (1995).  La quizá exótica caída del muro de Berlín, distante y – juramos – completamente ajena a nuestras vicisitudes,   contribuyó a una indiferencia que, a la postre, resultó fatal.
Del marxismo que no supimos en los ’60, derrotada la insurrección armada, hoy completamente lo padecemos en lo que va de centuria, en buena medida desconocido aún en los círculos que hacen, pensada escasamente, la política.  Vivimos una amarga experiencia que, en otras latitudes, llevó a la desesperación y ultimó a pueblos enteros.
Inevitable, tropezamos con la misma piedra. Y es ahora, cuando procuramos compensar tamaña e irresponsable indolencia recorriendo el itinerario de un fracaso – además – teórico que muy bien reseñó Furet en su momento.  Por fortuna, hay líderes de opinión, pocos aunque valiosos, que reparan en una crítica necesaria del marxismo (apellidado o no), indispensable para una transición que debe cuajar sobre bases muy firmes en la llamada dimensión politico-cultural, subsanando nuestras inocultables y ya tradicionales deficiencias como no las hubo un tiempo muy atrás.
Por indiferentes o indolentes, se colaron toda suerte de marxistólogos, marxianos y marxestos, con un marxismo  que flexionó, manipulándolo hasta la saciedad, hacia el bolivarianismo para emboscarnos.  Burlado y humillado, el país se tragó una fórmula de comprobado fracaso teórico y práctico: la ridiculez imposible de repetir, debemos denunciarla constantemente, aunque tenga por oropel al gran caraqueño.
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