Ética del infortunio

Puede hablarse de un regreso arrepentido de los venezolanos a la razón, tras la prolongada experiencia sufrida. Significa identificar las causas de la debacle y prever las necesarias respuestas que, por cierto, autorizan una suerte de Plan Marshall para salvar la vida de millones de personas al interior del país, así como ya se dibuja para relanzar inmediatamente la economía en los escenarios internacionales de lo que será una tan particular y complicada etapa de post-guerra.
El decisor público de la futura transición afrontará un reto inmenso, ya que también tendrá que propiciar conductas, partiendo del propio testimonio, generando un importante marco de significados. María Sol  Pérez Schael (1999: 111), habla de modelar experiencias de vida antes que construir soluciones, más allá del lenguaje moralizante de los premios y castigos.
La ilimitada trepaduría social, afín al ejercicio directo e indirecto del poder político, ha extendido una devastadora y perversa pedagogía que ya no tiene por soporte, siquiera, al país petrolero que quebró.  Lumpemproletarizados, los conflictos prometen escaramuzas que tardarán en agotarse. Por ello,  nada baladí es el planteamiento ético por más desesperados que estemos por desterrar al socialismo de las demoliciones.
Tiempos de infortunio, a pesar de lo hecho en la vida, precavidos y austeros, reventamos en las playas del desastre, teniendo por signo una agobiante e interminable zozobra.  Nos aferramos a la esperanza, soportando estoicamente las realidades e intentando reivindicar la iniciativa personal, honesta y eficaz, como visado para el porvenir que se aleja y, otras veces, lo creemos cerca.
Heredamos la otra ética, la de la fortuna, hecha por las circunstancias azarosas, gratuitas, que, al inaugurarse el siglo XXI, política y culturalmente rematamos con el ascenso – además – democrático de Chávez Frías, quién sintetizó la política y su ejercicio, como una aventura. Sin embargo, mal augurio, no fue suficiente la tragedia del estado Vargas para advertirnos del espejismo inaudito del petróleo por encima de cien dólares y de la reingenieria constitucional que sólo serviría de ornamento para desatar las furias de un oportunismo audaz, multitudinario, corrosivo, modelador: aquella Clase Media en Positivo de clanes apostadores a las ventajas concedidas por su cercanía al poder, ahora está inmoralmente en la diáspora.
Son millones las personas que resisten el huracán que tarda demasiado en pasar, elevando su protesta para literalmente rifarse un disparo mortal, el exilio incierto,  o la prisión en un tugurio distante, obscuro, húmedo y torturador.  Hay un aprendizaje extraordinario de la vida misma que le concede herramientas de supervivencia antes insospechadas, descubriendo aptitudes y habilidades que sólo requieren de una sociedad libre y honrada para darle soporte al proyecto mismo de vida que se desea diferente, bajo otros principios y valores a los del Estado Cuartel.
Hay una valoración creciente del trabajo, como nunca antes en el país del secular y enfermizo rentismo que consagró el petróleo.  No versamos sobre marcianos o sobrevenidos cuáqueros que le darán otro espíritu al país que vendrá, al correr el tiempo, pero – desafortunadas las grandes mayorías – se va construyendo el otro camino propicio para las más limpias convicciones y esto, a pesar de las quemaduras del liderazgo político extemporáneo, abatido por las viejas prácticas que,  en muchos casos, lejos de repudiarla, las convierten en una inexplicable herencia.
Por supuesto, hay islotes sediciosos de una aparente prosperidad que, en provecho de las oportunidades que dispensa el lento derrumbe socialista, poco les importa la suerte ajena. El delito, en sus más variadas formas, los empuja como vanidosos comensales que celebran su viveza, frente a aquellos que no acceden a las divisas para hallar – apenas – un urgido medicamento. Abusan del infortunio y de los mismos infortunados, encaramados en el populismo sórdido de las postrimerías, aleccionándonos sobre la guerra económica y los bloqueos imperialistas que se expresan en las figuras sancionadas internacionalmente para las cuales trabajan directa o indirectamente.
Sissela Bok, glosando a Thomas Scanlon,  citado inicialmente por Pérez Schael, aludió a los «muchos marxistas» que contrarían los esfuerzos reformistas creyendo servir mejor al bienestar con el aumento del caos y la miseria para acelerar la llegada de la revolución (Bok: 269). Empero, la tal revolución no sólo llegó, sino que ha sido consumada en Venezuela con un saldo trágico, haciendo del caos y de la miseria referentes para empinarse y, desde nuestros fueros personales, descubrir o  intentar descubrir otras alternativas de vida.
Siendo inútil y criminal en lo que va de siglo, recobramos una mejor noción del sacrificio desde nuestra experiencia vital. Por ello, aquella campaña que permeaba en cada hogar respecto a los desmanes del FMI, no ocupará el espacio acostumbrado: no concebimos la resignación del pueblo cubano al periodo especial de siempre, aunque acá lo hemos soportado y sólo políticamente debemos reflexionarlo, por su extensión e impacto, como lo niegan algunos sectores dirigentes que le temen a la verdad, evadiéndise tras las consignas.
Significa hablar de las conductas socialmente deseables, valoradas éticamente, en lugar de lidiar con la anomia destructiva que nos corroe, estirando las arrugas. Pocas veces, se ha abierto una ventana hacia la franqueza, como ahora, y necesitaremos del decisor público pendiente, la transparencia absoluta de sus convicciones, intenciones y pretensiones, a a la vez de los otros requisitos expuestos por (Pérez Schael: 121, 124 ss.), que nos atrevemos a sintetizar en un término: humildad.
No olvidamos que lo ocurrido veinte años atrás, suscitó una espléndida y espontánea solidaridad del país con la suerte de los varguenses que, maniobrando infinitamente, Chávez Frías procuró confiscar a toda costa para monopolizarla. No por casualidad, fueron incontables los recursos materiales que administró para el auxilio de los desesperados, sin que jamás rindiera cuentas salvo uno que otro aviso publicitario que nunca satisfizo a nadie.
¿Aprendimos suficientemente la lección de toda la centuria? Creemos que si, aunque no por completo entre quienes desean conducir la transición, a contrapelo de la diaria vivencia del venezolano.
Referentes:
Bok, S. «Comentarios a ‘El valor, el deseo y la calidad de vida'», en: Nussbaum, M.C. – Sen, A. (1992) «La calidad de vida». Fondo de Cultura Económica. México, 2002.
Pérez Schael, M.S. «En busca de la razón», en: AA. VV.  (1999) «Decisiones normativas en los campos de la ética, el Estado y el derecho. Ensayos en homenaje a Julia Barragán». Editorial Sentido, Caracas.
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