El fantasma de Armando Reverón
Cumplido otro aniversario de la muerte del pintor, a mediados del presente mes, la dictadura propagó por las redes digitales sus ya acostumbradas efemérides a nombre de Maduro Moros. A éste y al régimen mismo, jamás les ha interesado, excepto para postearlo en los trenes del metro caraqueño, propagandizándose con las pinceladas ajenas.
Varios años atrás, en un par de sesiones plenarias de la Asamblea Nacional, intervinimos intentando atajar la exacerbada demagogia oficialista que hizo del traslado de sus restos al Panteón Nacional, aunque dejase a Juanita en el Cementerio General del Sur, una deplorable ocasión para la alharaca. La versión del proyecto de Acuerdo de entonces, finalmente aprobado, lo dibujó prácticamente como un militante de la causa chavista, urdida una curiosa interpretación marxista de su biografía, bastante calamitosa y extraviada, que reportó más la ignorancia que la habilidad de sus redactores.
Hubo una (pequeña) estatua o (grande) estatuilla, hecha por Johan González, en las inmediaciones del boulevard de Sabana Grande con Chacaíto, que surgió de la remodelación adelantada por PDVSA – La Estancia, en la otrora y meritoria arteria vial. Inadvertidamente, nos habituamos a fotografiarla de vez en cuando, pues, al fin y al cabo, constituía una rareza de la Caracas crecientemente desmetropolitanizada.
Dudando del material y del cuidado que merecía de las autoridades, desde 2013, se hizo hábito chequear la llamativa pieza, que fue perdiendo poco a poco sus extremidades o el block para bocetear, aunque no la sonrisa del barbudo ensombrerado. Por supuesto, no dejamos de llamar la atención de la Comisión Permanente de Cultura al respecto, por insignificante que pareciera al lado del inmenso problemario que afecta al sector.
Recientemente, nos detuvimos en el sitio ya desacostumbrado, en la búsqueda de la obra y tan sólo conseguimos la placa alusiva y la marca de los zapatos en el modesto pedestal, pues, destrozada o derribada, no hay peor vandalismo que la indiferencia, desprecio o negligencia de los funcionarios que, al menos, deben velar por lo poco que queda del país que pretenden saquear aún más, aunque hacerlo con memoria cultural es mucho pedir. Nos embargó una enorme tristeza, recordando aquellas sesiones parlamentarias recorridas por el fantasma de Reverón, objeto de la burda publicidad del régimen que no lo supo cuidar – siquiera – en una calle, cansado de marearlo entre las idas y venidas de las ruindades de un servicio de transporte con el que injustamente lo identifican algunos.
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