(ARGENTINA) Las razones ideológicas del miedo
Aquel gordo de sangre irlandesa al que todos llamaban Bebe tuvo un destino novelesco. Fue uno de los diputados más jóvenes del primer justicialismo y un polemista formidable. Apold lo caracterizó tempranamente como «comunista», porque se permitía tener discrepancias públicas con el General en pleno reinado. Su discurso más famoso es lamentable pero coherente; a pedido de Evita justificó la expropiación de La Prensa: «Creemos que diarios de esa clase son los que han minado la base de la nacionalidad -dijo en el recinto-. E impedido o demorado todas las posibilidades de reivindicaciones proletarias en América Latina». Cuenta la leyenda que acudió armado a la Plaza de Mayo durante los criminales bombardeos del 16 de junio y que hizo fuego contra los aviones insurrectos. La denominada Revolución Libertadora lo encarceló. Junto con Cámpora, Guillermo Patricio Kelly y otros «compañeros» protagonizó aquella espectacular fuga del penal de Río Gallegos y terminó asilado en Chile. Desde su propio exilio, el caudillo lo nombró a su vez como «el único jefe que tiene mi mandato para presidir a la totalidad de las fuerzas peronistas». Como delegado de Perón organizó la resistencia y llevó a cabo diversas misiones. Se hizo luego amigo del Che Guevara y en 1960 se instaló en La Habana y cayó subyugado por el régimen castrista. Su foto en Bahía de Cochinos con fusil y uniforme de miliciano fue una las imágenes icónicas de la época. John William Cooke fue el padre de la izquierda peronista, y acaso el primer ideólogo (más tarde se sumarían Puiggrós, Hernández Arregui, Ramos y tantos más) de aquella particular mixtura entre marxismo y nacionalismo. O dicho en términos argentos: de peronismo revolucionario y de izquierda nacional.
Cooke aborda desde Cuba una titánica tarea: acercar a Castro y a Perón; convencer a los cubanos de que los peronistas son primos hermanos, y viceversa. «Los comunistas somos nosotros -escribía-, porque no somos una amenaza teórica sino una posibilidad concreta. Los comunistas en la Argentina somos nosotros, porque el imperialismo yanqui no se guía por definiciones filosóficas, sino por hechos prácticos; y el movimiento de masas que pone en peligro las inversiones, el orden social y la seguridad hemisférica, eso es el comunismo». También pensaba que toda gesta de «liberación nacional» propendía al socialismo, y que por lo tanto el peronismo debía marchar en esa dirección. Se escribió intensamente con el líder de Puerta de Hierro, para intentar persuadirlo de que se radicalizara, y llegó a recriminarle que viviera aislado de la revolución latinoamericana y a pedirle que cambiara la España de Franco por la Cuba de Fidel, algo que «el primer trabajador» no estaba dispuesto a hacer, puesto que no quería doblegarse frente al astuto vencedor de Batista. En 1962, el Bebe ya le criticaba a Perón el «gradualismo» y le pedía una política de shock; cuatro años más tarde, le confesaba agriamente: «Usted procede en forma muy diferente a la que yo preconizo y, a veces, en forma totalmente antitética». Murió en 1968 de cáncer, pero dejó sembrado un ideario izquierdista que irónicamente hoy podría definirse así: «Con Perón no alcanza, sin Perón no se puede». Ya existía en la Argentina una corriente caudalosa y revolucionaria que intentaría luchar contra los sectores «burgueses» del peronismo, y que actuaría bajo el objetivo de imponer por la fuerza hechos que Perón no pudiera sino aceptar. La tragedia setentista deriva de esa metodología, que el General alentó y homologó hasta el asesinato de Rucci, y que luego mandó reprimir de manera sucia e impiadosa con fuerzas oficiales y parapoliciales y con sindicalistas, en lo que fue una previa sangrienta de la Triple A y de la dictadura de Videla.
La idea de Cooke animó a la «juventud maravillosa», a Montoneros y a otras organizaciones armadas; también a formas menos jacobinas y más reformistas que sobrevivieron en el centro y en los suburbios del peronismo. Y que resultaron reivindicadas y reinstaladas en el centro del poder por Cristina Kirchner, y a su modo por la «revolución bolivariana»: el comandante Chávez, que alguna vez se calificó como «un peronista de verdad», se identificaba irresistiblemente con Perón -un militar del nacionalismo popular surgido de un golpe- y se ponía bajo la protección y el magisterio de Fidel. La mixtura soñada por el Bebe retornó del pasado y se hizo gobierno, y otros lo siguieron en esa aventura regional: el socialismo del siglo XXI es esencialmente aquella Patria Socialista de los 60 y los 70, y en esa misma filiación se anota el Frente Sandinista nicaragüense. Llevada hasta las últimas consecuencias, esta cosmovisión «revolucionaria» -profundamente enemiga de la democracia liberal- no puede eludir la chance de una cierta violencia. Al revés: es consustancial a ella. Los gobiernos de La Habana, Caracas y Managua así lo prueban. Allí no son los fusiles los que generan el modelo, sino que este es el que tarde o temprano los requiere para alcanzar el poder o para retenerlo. Porque se trata de la política de prepo, y de «conquistar derechos populares» por las buenas o por las malas. El fin justifica los medios.
Algunos kirchneristas de paladar negro, que son neosetentistas, ocultan los libros que leen. Simplemente, porque esos textos son piantavotos. Horacio González, un erudito del «pensamiento nacional», rasgó el silencio chirle -principal estrategia electoral para alcanzar el cuarto gobierno kirchnerista-, y abogó por una pedagogía positiva para las «formaciones especiales». No es, sin embargo, lo más relevante que dijo; el líder de Carta Abierta caracterizó allí a Alberto Fernández como un «conservador». Un conservador «progresista», suavizó, aunque en los antiguos términos esto sería traducido como un aliado burgués, circunstancial y molesto. Una especie de Solano Lima, aunque con la insólita meta de ponerse la banda y hacer de macho alfa del Movimiento, sin olvidar que no es más que un delegado y que la lideresa será quien marcará el rumbo. A continuación, González advierte lo más importante: «Abandonar las ideas de Cooke sería abandonar el peronismo». Ya se lo había planteado alguna vez al propio Néstor Kirchner, que no tenía una gran valoración de los intelectuales; su viuda sí la tiene. Según González, «muchos creen que no mencionando el nombre de Cooke se tranquilizan las aguas». Pone así el dedo en la llaga: la expectativa del grupo más allegado a Cristina se sintetiza en no renunciar a la utopía de Cooke y en no dejarse abducir por la tentación burguesa. Es precisamente ese propósito autoritario -por ahora teórico y lúdico, pero sin duda latente en un sector decisivo- el que mete miedo en la Argentina, y no las meras venganzas o los amagues puntuales de los resentidos que fueron desplazados hace cuatro años de sus poltronas. Muchos camaradas de la política no le cuestionaron a González el fondo ideológico de sus declaraciones, sino la oportunidad de pronunciarlas en medio del simulacro de la moderación, puesto que pretenden ganar por tan amplio margen que sea imposible la alternancia y que les dé vía libre para el Nuevo Orden que quiere fundar la Pasionaria del Calafate (hoy en La Habana). Para eso necesitan la unidad del peronismo. Ya lo aseveraba Cooke, en su correspondencia con Perón: «Como toda organización política, estamos luchando por el poder; como toda organización revolucionaria, necesitamos todo el poder para desde allí realizar nuestro programa».
Crédito: La Nación
- Los jóvenes huyen en estampida del kirchnerismo - 17 enero, 2023
- La oposición, a punto de caer en un terrible error - 30 mayo, 2022
- Se resquebraja el gran simulacro kirchnerista - 30 abril, 2022