La cultura subalterna
Evidente, no ha habido ni habrá política cultural bajo el presente régimen excepto tengamos por tal, la de un carácter burocrático y clientelar que pendió de la ya exhausta renta petrolera y, ahora, revela el cuño cuartelario que, por siempre, la inspiró. Confiscado el viejo legado, el Sistema Nacional de Orquestas Infantiles y Juveniles, por ejemplo, fue integrado a la poderosa maquinaria propagandística y publicitaria del oficialismo (gestio pro heredere), tergiversando sus propósitos y alcances hasta lesionarlo severamente.
Rápido contraste, por lo menos, la Cuba de finales de los ’60 del ‘XX, auspició e instrumentó fenómenos, como el de la Nueva Trova, permitiéndole soslayar en todo lo posible casos, como el tristemente célebre de Heberto Padilla. Incorregibles, muy distantes están los socialistas de esta hora de algo parecido, por el corrompido modelo de negocios que los lleva a escenificar circunstanciales espectáculos musicales de burla a quienes los padecen, aniquilando cualquier esfuerzo del sector privado que, muy antes nos convirtió en un referente continental. Sin embargo, entre los más variados aspectos, cabe señalar la demolición que ha logrado del sector cultural, otrora vigoroso y solvente respecto al desempeño de la gerencia, la plástica, el cine, el teatro, etc.
El frondoso ministerio usurpador de Cultura, no representa ni siquiera a los propios que lograron poblar sus nóminas. Negada toda libertad creadora, se resignan a emblematizarlo para la supervivencia en el cuadro generalizado de represión y (auto) censura que intenta sobrellevar la catástrofe humanitaria, creyéndola compensada por las regulares y soeces descalificaciones, injurias y difamaciones aún de los más modestos disidentes.
Hacia finales de 2014, otro ejemplo, la dictadura impuso una Ley de Protección Social Integral al Artista y Cultor Nacional que movió a las figuras – antes estelares de la televisión comercial – a la sede legislativa, festejándola amplia y desmesuradamente, aun sabiéndola una promesa infundada, populista, demagógica e irresponsable. Tuvimos ocasión de denunciarla, como una indecible pieza de la manipulación y, lamentablemente, el tiempo nos dio la razón y con creces: por cierto, ni los devotos del régimen se atreven a recordarla, por muy vigente que esté la normativa, dada las consecuencias predecibles del más distraído gesto de inconformidad.
Por entonces, cumplimos con nuestras responsabilidades como miembros de la Comisión Permanente de Cultura y Recreación de la Asamblea Nacional, por dos años y medio, ciertamente imprevista, porque el Reglamento Interior y de Debates deja en manos del presidente de la corporación legislativa el destino regular de trabajo de cada diputado, orientando todas nuestras energías a combatir la Ley Orgánica de Cultura del oficialismo que, luego, mediante la habilitante, Maduro Moros terminó de caricaturizarla a través de un decreto (http://leydecultura.blogspot.com). Ayer, como hoy, en los predios oficiales y en los de la misma oposición, es nuestra convicción, la cultura, la política y el sector culturales, ostentan una importancia demasiado secundaria o escandalosamente terciaria en relación a los problemas del país, urgida de corregir.
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