Auto-editarse bajo dictadura

Creamos y, por  muchos años, administramos un grupo facebookeano relacionado con los libros. Pretendimos únicamente que las personas dejaran un testimonio sencillo y directo de sus lecturas, pero a la postre no fue posible atajar las referencias virales que lo desvirtuaron.

Recordamos, fue demasiado frecuente la obsesiva auto-promoción de los textos auto-editados. La sola decisión del autor y también inversionista, no parecía suficiente para anegar al grupo de un modo casi despiadado, porque los hubo meritorios, pero también resueltamente panfletarios, aunque reclamaran para sí el género novelístico, poético o ensayístico.

Toda obra, por inspiradísima que sea, requiere del arbitraje ajeno. Las viejas casas editoriales las procesaban y seleccionaban con el rigor que asegurara un prestigio y justificara los costos de producción, así fallaran algunas veces en beneficio de sus competidoras; incluso, el nada infalible gremio de los examinadores,  ha  resultado varias veces  golpeado, así tratasen de enmendar la plana con exitosos títulos póstumos, como ocurrió con “La conjura de los necios” de John Kennedy Toole.

Por estas latitudes, la brecha social es cada vez más ancha y, por consiguiente, tampoco luce prometedor el mercado editorial electrónico. Sobre todo en Venezuela, precedida por  la quiebra deliberada del libro físico. No obstante, todavía  insuficientes, buscando una legítima salida para trabajos de todo género, ha prosperado afortunadamente  y en lo posible,  la auto-edición, levantándose como un desafío contra la censura y el olvido.

Esta vez, por distintas que sean las calidades y profundidades de un proliferado afán de auto-editarse, resulta indispensable poblar de testimonios y de múltiples enfoques las redes, bajo un régimen que es de una anormalidad planificada. El tiempo – el árbitro por excelencia – los  irá decantando, evitando la pérdida de una reflexión por siempre aleccionadora.

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