No es Marx, es El Guasón

Desde hace tiempo anticipamos en esta columna que, después de la pandemia, viene un caos general en América Latina. La tercera revolución industrial transformó radicalmente la forma en que se relacionaban los seres humanos entre sí, con los objetos, sus valores. Nada es como era hace diez años.

Los líderes y analistas políticos necesitan replantear su trabajo. No pueden seguir con el paradigma del siglo XX. Cada diez meses se producen tantos conocimientos como los que la humanidad generó desde sus orígenes. Marx y Weber sirven para entender la actual sociedad tanto como Santo Tomás.

Nos acostumbramos a los avances tecnológicos, tenemos la impresión de que “esto fue siempre así”. Nos olvidamos de las máquinas de escribir, las cámaras fotográficas, los mapas de papel. Todo lo tenemos en el teléfono celular, que además es nuestro asistente, nuestro guía y nuestro sicólogo.

Retraso. Viví en Ecuador en un hogar velasquista. En los 70 vine a Argentina y me entusiasmé con el peronismo. Los líderes de esa época eran sagrados, a nadie se le ocurría cuestionar sus discursos. Los partidos tenían aparatos, pirámides clientelares que organizaban las lealtades políticas mezclando entusiasmo ideológico, prebendas y regalos. En algunos países como el nuestro, algunos líderes organizaron la pobreza como un negocio que además aseguraba el control de los electores.

Esa política fue desapareciendo a fines del siglo XX y es ahora tan lejana para la gente como la sociedad medieval. En determinados países se generó, con la tercera revolución industrial, una nueva sociedad inmensamente rica, basada en la globalización, la meritocracia y el desarrollo de la ciencia. Su corazón está en el conocimiento científico que generalizado como herramienta.

Solo la política está retrasada, confundida por ideologías añejas, supersticiones y delirios de grandeza de sus dirigentes. Como se ha visto durante la pandemia, muchos dirigentes no están preparados para desempañarse en el nuevo mundo.

Por su parte la gente común pasó por encima de partidos y otras instituciones de la democracia representativa. Se comunica directamente, forma sociedades horizontales irreverentes que demandan todo lo que quieren, cada una de ellas lo que se le ocurre. Hay terraplanistas, comunistas, liberales trasnochados, y personas que se unen porque defienden la vida de las focas, la vuelta al primitivismo, pretenden conversar con alienígenas, o mantienen ideas de cualquier tipo.

La tercera revolución industrial que se profundizó con la pandemia es contradictoria. Los países más racionales darán un salto económico y científico que los alejará de los mágicos. Mientras empresarios norteamericanos como Elon Musk se preparan para colonizar Marte, Pedro Castillo en Perú, Rosario Murillo en Nicaragua y Nicolás Maduro en Venezuela se dedican a la magia y se asesoran con pajaritos de plástico.

En el apogeo de la revolución de la inteligencia, personas cubiertas con pieles de bisonte toman la Casa Blanca porque creen en supersticiones conspirativas ridículas.

Cóctel explosivo. Líderes poco preparados por un lado y mayorías anárquicas por otro forman un coctel explosivo. Se vienen tiempos de enormes conflictos sociales en la región. En todo lado se demanda el cambio. ¿Hacia dónde? No importa, pero es urgente, en cualquier dirección, y ahora.

Los líderes deben saber que no sirve corretear en cualquier dirección, y creer en supersticiones. Es necesario pensar, planificar, tener estrategias elaboradas.

Esta semana estalló en Colombia un conflicto de proporciones, semejante a los que conmovieron a Chile, Ecuador y otros países hace poco.

Algunos partidarios de la dictadura militar venezolana, que ha matado a cientos de jóvenes y mandado al exilio a cuatro millones de venezolanos desesperados por el hambre, han exigido “que cese la violenta represión del gobierno de Duque”. Confundidos por sus supersticiones, no saben de qué hablan.

Iván Duque es probablemente el presidente más preparado del continente. La reforma impositiva que propuso pretendía financiar planes para ayudar a los más afectados por la pandemia. Colombia es un país con muchos problemas, en el que se desmovilizaron decenas de miles de guerrilleros y contras, nacidos en muchos casos en las repúblicas guerrilleras de Marquetalia, el Pato y otras, que a lo largo de su vida solo supieron matar y secuestrar. Les es más fácil trabajar para los narcotraficantes que integrarse a la sociedad.

A propósito de la propuesta de reforma estalló el conflicto. Como ocurrió con el incremento del precio del metro en Chile o de la nafta en Ecuador, estas rebeliones se prenden por un incidente, cobran autonomía y tienen su propio desarrollo. Duque retiró el proyecto pero sigue la rebelión.

En estas movilizaciones no hay liderazgos definidos, ni partidos, ni sindicatos, ni ideologías como ocurría en la antigüedad. Para tomar el Capitolio concurrieron los Proud Boys, los Q, un señor disfrazado de Batman y algún distraído que tenía un cartel que decía “black lives matter”. Las movilizaciones de esta etapa son amontonamientos de personas que concurren por distintos motivos, a los que se unen anarquistas, despistados, delincuentes que saquean, todo tipo de marginales o sicarios que trabajan para grupos ilegales. En el sur de Colombia, en donde la violencia fue más grave, tres carteles de narcotraficantes trataron de controlar el mayor corredor para el comercio de drogas del país.

Pero sería superficial decir que lo que pasa es culpa de delincuentes, la izquierda, la derecha o cualquier otro fantasma del pasado. Lo de fondo es que la gente se moviliza de manera anárquica, motivada por diversas pulsiones que es necesario estudiar y entender. Las sociedades interconectadas son un polvorín que puede estallar en cualquier momento, por cualquier causa.

El rechazo al sistema se expresa de distintas maneras. El resultado de las elecciones peruanas es una de ellas: que las encabece un personaje como Pedro Castillo, que tiene actualmente el apoyo de algunas personas preparadas, es un síntoma de la descomposición en que estamos sumergidos. Nunca hubo en América Latina propuestas tan primitivas y absurdas como las de Castillo. Creer que ayudándole se puede lograr que su gobierno no sea tan dañino, es suponer que un mono puede ser buen gerente de una cristalería si se le regala una banana.

Conozco a muchos peruanos preparados. Hay empresarios eficientes, modernos, que desarrollaron la economía del país sin darse cuenta de que la política podía llevarles a una hecatombe.

Todavía existe la esperanza de que pierda Castillo. La mayoría de los medios cometen el error de no darle espacio, pero es seguro que la mayoría de los peruanos no son insensatos. Si saben lo que propone es difícil que lo apoyen.

Chile. Chile es uno de los países latinoamericanos más exitosos. Durante décadas los gobiernos, de uno u otro signo, construyeron una economía estable, una democracia alternativa ordenada. Soy enemigo de las supersticiones, me oriento con números. En las estadísticas que se hacen en el mundo, Chile está en los primeros lugares y nuestro país entre los últimos. Esto no se debe a que nuestros recursos naturales sean inferiores a los chilenos, ni a que nuestra población sea inferior por alguna causa. En Chile se han respetado las instituciones y hay muy poca corrupción.

Mirando las cifras, el gobierno de Sebastián Piñera es claro que ha sido eficiente. Si los comparamos con los del gobierno argentino en todo lo que tiene que ver con crecimiento económico, mejoría de los más pobres, respeto por los derechos humanos, inflación, y todas las variables que miden los organismos internacionales especializados, no hay duda de que ha sido un buen gobierno. Sin embargo, sus índices de aceptación son tan malos como los de Alberto.

En estas décadas Chile tuvo dirigentes de calidad que aparecen arrinconados en las encuestas que se hacen para la eleccion presidencial de diciembre. Las encabeza un personaje nuevo, Pamela Jiles, del Partido Humanista, seguida de Daniel Jadue, del Partido Comunista, y de Joaquín Lavín.

Los números son indicadores de la demanda de cambio, pero la bomba atómica está en la masiva abstención que se ha producido en las últimas elecciones, especialmente entre los jóvenes, que expresa una disconformidad más radical.

España. La necesidad de reformular la política no existe solo en la derecha. En las últimas elecciones de España el descomunal golpe que sufrió Podemos llevó a que su líder, Pablo Iglesias, se retire de la política. Inteligentemente entendió que es tiempo de profundas transformaciones también en su partido.

Federico Andahazi escribió una novela genial, El Conquistador, en la que imagina que Quetzal, un líder mesoamericano, descubre Europa. Esa quimera se concretó con Podemos. Siendo un partido de izquierda, hundió sus raíces en la derecha latinoamericana del siglo XXI. Apoyó a la dictadura militar venezolana, a Evo Morales y a otros dirigentes de esa corriente. Como en la novela de Andahazi, los conquistadores no fueron los hispanos, sino algunos autoritarios americanos que inspiraron a esta izquierda española.

Iglesias es un dirigente inteligente y preparado. Renunció a la vicepresidencia de España para trabajar en las elecciones municipales de Madrid, sufriendo una derrota apocalíptica a manos de Isabel Diaz Ayuso, una política con una trayectoria menos importante. Hicieron campaña por Podemos Evo Morales y Rafael Correa con lo que colaboraron con la catástrofe de la izquierda. Ojalá se trasladen a Perú y apoyen a Castillo. Ayudarán al país.

Es hora de pensar, de investigar, de armar estrategias rigurosas. Se necesita trabajar con la mente abierta, sabiendo que la lógica política de hace cinco años es cosa del pasado.

Algunos creen que la culpa de esta oleada revolucionaria la tiene Carlos Marx, pero están equivocados. Para entender lo que ocurre es mejor ver la película El Guasón. Ese es el teórico que mejor explica las nuevas rebeliones.

Fuente: Perfil

Jaime Duran Barba
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