Las transiciones no son fáciles
Para Patricio Aylwin, primer presidente electo en Chile tras el fin de la dictadura militar, no fue cómodo tener a Pinochet como jefe de las Fuerzas Armadas durante su gestión. Probablemente, no fue cómodo para Adolfo Suarez emprender la transición española teniendo a su alrededor a los militares que le juraron lealtad al franquismo, los balazos de Tejero en el Congreso de los Diputados dan testimonio de las complejidades de aquel momento. En esos periodos fue claro que la legitimidad estaba en manos de los demócratas pero el poder fáctico estaba en manos de las dictaduras y sus enclaves autoritarios. Juzgar hoy las decisiones de aquellos momentos con los criterios del presente, eso, eso si es comodidad.
Las enseñanzas de los procesos transicionales de España y Chile, y muchas otras, es que el camino a la democracia desde una dictadura requiere la colaboración de todos los factores políticos y el costo de tal colaboración, guste o no guste, es la amnistía general, la justicia transicional, el perdón, la reparación a las víctimas y la garantía de no repetición de violaciones a los derechos humanos. El caso Venezolano es tan complejo como los casos ya citados y, por tanto, no tiene soluciones ni fáciles, ni cómodas.
Hoy, la legitimidad conforme a derecho, el reconocimiento internacional y el respaldo político mayoritario se encuentra en manos de la Plataforma Unitaria pero el poder fáctico, el control territorial y el manejo discrecional de las fuerzas represivas está en manos de Nicolás Maduro. En ese caso, cada parte tiene una pieza y sin la colaboración de las partes no se podría armar el rompecabezas.
Las transiciones de la dictadura a la democracia contemplan periodos, largos o cortos dependiendo del país, en los que el poder político se comparte, a regañadientes, entre los demócratas y los enclaves autoritarios. Quizá el ver muchas películas de súper héroes condicionó la mente de algunas personas creyendo que los buenos sacan a patadas a los malos de la escena, pero en la vida real suele suceder que, en lo tocante a la política, los tiempos son lentos, las iniciativas sinuosas y los cambios positivos tardan en mostrarse.
Si las negociaciones en México tienen éxito, ojalá que si, sus resultados pueden posibilitar el compartir el poder entre demócratas y autoritarios, sería una situación difícil pero la mente del estadista debe estar centrada en el objetivo final: la celebración de elecciones libres y justas que restituyan la democracia. Debemos decir, al igual que Patricio Aylwin “si me toca decidir entre la libertad y la justicia decido por la libertad para seguir luchando por la justicia”. Desde las gradas siempre habrá el mánager de tribuna, el que le dice al torero como torear al toro, el que pide guerra para verla por la TV, incluso, con los años, como sucede en Chile y en España, nuevas generaciones juzguen con frivolidad los sacrificios de los demócratas del presente, no obstante, la lucha por la libertad no se emprende pensando en aplausos sino por el impulso creador que nos obliga a no permanecer inmóviles en tiempos de barbarie.
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