Traganíqueles digital

Quizá antes impensable, la pandemia se ha convertido en un importante repunte de la industria editorial en latitudes que la supusieron hundida para siempre. Sin embargo, pocas novedades llegan legítimamente a nuestras costas digitales, por los propios medios de pago a emplear desde una economía del consabido y descarado desastre.

La recreación lectora sabe de enormes retrocesos en la Venezuela que ha de conformarse con el patrimonio que,  a duras penas, sobrevive a tan injustas condiciones. La enorme brecha digital completa una faena que hace del aula presencial un riesgo aún mayor de inmerecidos resultados, como si la vida no tuviese valor alguno.

La destrucción bibliotecaria constituye el dato fiel, atento y asociado a la tragedia que nos explica.  Hacia el oriente del país, no ha bastado la gigantesca e impune incineración de la biblioteca central de la Universidad de Oriente, en Cumaná, pulverizándose a diario la colección de la “Biblioteca Pública Central Julián Temístocles Maza”, con sede en Barcelona.

Más de 118 mil ejemplares, sufren las consecuencias de una sede de 72 años de acumulados problemas estructurales, ante la indiferencia oficial.  Una clara e imbatible rebelión de los ácaros toma cuerpo con el COVID19, en un avance decidido contra  la cultura  occidental,  y el testimonio de José “Cheo” Hurtado, bibliotecario que intenta la heroica conservación de tan importante patrimonio, junto a sus compañeros de labores, ejemplifica muy bien el esfuerzo heroico al que obliga la cotidianidad en Venezuela.

Rebelión a favor de las obscuridades inauditas, constituidas en apuesta por la definitiva pérdida de la libertad en este lado del mundo.   “¿Para qué un libro, si puede ser digital?”, quiso entusiasmarnos una persona amiga al comentarle la noticia, pero enseguida dio muestra de su talentoso sarcasmo:”¿Por qué tiene que ser un libro, si hay tantos traganíqueles que esperan por la novedad del socialismo?”.