Putin a La Haya
La ciencia y la tecnología se han desarrollado tanto que nos preparamos para conquistar Marte. La inteligencia artificial y el internet de las cosas han logrado que existan robots que han aprobado el test de Turing. Por otra parte, algunos políticos, menos preparados que las máquinas, tienen tanto poder que pueden destruir el planeta. Piensan menos que los robots pero son más peligrosos.
Durante la pandemia, varios demostraron que sus limitaciones intelectuales son un peligro para las sociedades que gobiernan. Mientras el conocimiento se desarrolla a una velocidad vertiginosa, algunos dirigentes ni siquiera entienden lo que es la tercera revolución industrial.
Durante la pandemia, Donald Trump, Jair Bolsonaro, Alí Jamenei, Alberto Fernández y otros, dejaron ver que estamos en manos de personas con mentalidad primitiva, guiadas por supersticiones que los llevaron a matar a mucha gente. A ningún robot inteligente se le ocurriría que las vacunas tienen ideología, pero nuestro gobierno de científicos tuvo genios que impidieron que llegue la vacuna de Pfizer porque creían que las vacunas tienen ideologías.PUBLICIDAD
Más allá de esos incidentes, que a la luz de la guerra que vivimos parecen menores, el poder de algunos personajes pone en peligro la existencia de la vida en el planeta. El eventual uso de armas de destrucción masiva depende de la voluntad de sujetos desequilibrados, que habitan en culturas mágicas, a los que debemos enfrentar quienes defendemos la vida. La sociedad actual permite que todos, desde nuestra computadora, pongamos un obstáculo al avance de los tanques rusos. Hagámoslo. Todos podemos comunicarnos directamente con organismos internacionales para pedir el enjuiciamiento de los criminales de guerra.
No debemos defender el imperialismo de ninguna cultura, es ético luchar por la paz
No debemos defender al imperialismo de ninguna cultura. Luchar por la paz es un imperativo ético, que tiene tanta vigencia como cuando participamos, de las demostraciones en contra de la invasión de Irak en varias ciudades del mundo. Si Bush y Blair hubiesen sido condenados a cadena perpetua por esa invasión, probablemente Putin no se habría embarcado en su demencial aventura. Hay que promover el enjuiciamiento de Putin por crímenes de lesa humanidad para poner un precedente que contenga a otros fanáticos belicistas en el futuro.
El formidable libro de Fukuyama “El fin de la Historia y el último hombre”, alertó, hace años, acerca del choque entre culturas, el nuevo eje de interpretación de la política, una vez superado el paradigma que giraba en torno al enfrentamiento entre imperialismo y liberación socialista, capitalismo y comunismo y la interpretación economicista de la realidad.
Es superficial explicar la invasión de Rusia por el gasoducto del mar báltico o que lo que está en juego son solo intereses económicos. La política, local e internacional, depende de muchas variables. Los seres humanos no somos máquinas tragamonedas. Dirigidos y dirigentes nos movemos por pulsiones que no tienen que ver ni con Marx ni con Tocqueville, sino con alegrías y angustias que se desarrollaron desde nuestra infancia, mitos de nuestras culturas, la historia que aprendimos de nuestros países, que nunca es objetiva y que cada comunidad imagina a su manera.
Psicología de los dirigentes. Actualmente es políticamente incorrecto analizar la política a partir de la biografía de los dirigentes. Se supone que son altos seres espirituales que defienden ideologías, programas inspirados por dioses o autores inmortales. Esto no es así. Son seres humanos que a veces leen muy poco y no suelen hablar con los dioses.
Hay una línea de análisis que se inicia con el texto de Freud “El presidente Thomas Woodrow Wilson. Un estudio psicológico” y ha continuado con decenas de textos sobre la sicología de los líderes y su influencia en la política.
“The Hubris Syndrome: Bush, Blair and the Intoxication of Power”, de Robert Owen, permite comprender que una de las principales motivaciones de la invasión a Irak fueron las debilidades psicológicas de estos dos mandatarios.
Putin no bombardearía escuelas, ni pondría en peligro la vida de Europa atacando la planta nuclear de Zaporiyia si no fuera porque vivió una infancia desventurada, con padres biológicos que le abandonaron, sufriendo un bullying permanente por su pequeña estatura, intentado una carrera militar para la que tenía demasiados obstáculos.
Una vida desarrollada en las oscuras guaridas del espionaje, en medio de conspiraciones y misiones inconfesables, carente de afectos humanos, le permitió llegar al poder, manipulando la segunda guerra de Chechenia. No habría pasado lo mismo si sus padres le daban afecto y le inscribían en una academia de danza a los ocho años. Tal vez habría llegado a ser un líder superior como Zelenski.
Mentalmente Putin es un ser del interior de Europa, no sé si su formación académica esté ligada a la playstation, pero es claro que ignora cómo funciona el mundo contemporáneo. Sus héroes son Iván el Terrible y Stalin, zares que expandieron Rusia con guerras salvajes y procesos de limpieza étnica.
Su crueldad no se explica porque haya leído al Marqués de Sade, sino porque quiere desquitar con la especie sus padecimientos infantiles. Pasa algo semejante con dirigentes sectarios y antisemitas de todos lados. La mayoría de los mesías políticos y religiosos vivieron vidas desventuradas que no pudieron procesar.
Si una anciana bailotea recogiendo coquetamente su peinado, cuando el Congreso de la Nación guarda un minuto de silencio por los cientos de miles de víctimas del Covid en Argentina y de la invasión rusa, no lo hace porque ha leído a Marx o a Max Stirner. Seguramente vivió una infancia que le arrebató la empatía con la vida. Felizmente, en su caso sus arrebatos son intrascendentes, y solo ayudarán para que su chofer, su jardinero, sus secretarios, y algunos dirigentes sindicales corruptos acumulen más automóviles de alta gama. Los mismos traumas, en el caso de Putin, nos pueden llevar a un holocausto.
La historia. La biografía de Putin debe entenderse en el contexto de la historia y la cultura rusa, un país caucásico que nunca fue europeo, ni democrático. Putin sintió la disolución de la Unión Soviética como una humillación, no porque es de izquierda, sino porque es un ruso imperialista.
Desde el inicio de su gobierno fortaleció un brutal capitalismo de amigos, en el que los obreros están más explotados que en Occidente y un grupo de secuaces del tirano se han hecho multimillonarios en serio.
La cultura de esos países es distinta de la Occidental. Ni mejor ni peor, distinta. Los artistas norteamericanos y europeos han organizado festivales para ayudar a los pobres y damnificados de cualquier lugar del mundo. Esto nunca existió en la cultura Oriental, en donde no se concibe organizar algo como el concierto “We are the World” motivado por Michael Jackson.
Putin sintió la disolución de la Unión Soviética como una humillación, no porque es de izquierda, sino porque es un ruso imperialista.
Los rusos, mientras encabezaron su proyecto imperial mezclado con una ideología revolucionaria, invirtieron dinero fomentando la revolución en el mundo. Quebraron. Hoy no regalan nada, ni son solidarios con nadie.
Putin viene preparando su expansión desde hace rato. En 2008, invadió Georgia para “liberar” dos regiones habitadas por rusos, Abjasia y Osetia del Sur, a las que concedió una independencia formal para anexarlas. El 2014 hizo lo mismo con la península de Crimea, perteneciente a Ucrania, que pasó a formar parte de la Federación Rusa.
Históricamente el conflicto cesaropapista se resolvió en Occidente con un Papa coronando reyes y en Oriente con patriarcas sometidos al poder civil. Putin estuvo toda la vida afiliado al Partido Comunista, no es creyente, pero decidió fortalecer a la Iglesia Ortodoxa Rusa como instrumento de poder.
Hizo buena relación con Jorge Bergoglio, un antiliberal que preside en diciembre las celebraciones más fastuosas del mundo en homenaje al Sol Invictus, mientras habla del pobrismo. En sus primeros años de pontificado recibió tres veces a Putin, con quien entabló una gran relación. En 2016 viajó a La Habana expresamente para ayudarlo firmando un documento de colaboración con el patriarca ruso Kirill, empleado incondicional de Putin.
Putin quería fundir nuevamente al estado zarista con la iglesia rusa. La maniobra Bergoglio- putinesca produjo una fuerte reacción, especialmente en Ucrania en donde el 42% de habitantes son ortodoxos del patriarcado de Kiev, el 27% del patriarcado de Moscú y el 14% greco católicos.
El 2018 el Patriarcado de Kiev se separó de la Iglesia Rusa, y fue reconocida por el Patriarca Ecuménico de Constantinopla. Ahora defiende activamente la independencia de su país.
Zelenski. El capitán Bolsonaro dijo que los ucranios están en problemas porque eligieron como presidente a un cómico. Fue menos grave que entregar la presidencia de Brasil a un oficial inferior del ejército, vinculado presuntamente con grupos paramilitares.
Ante el anuncio ridículo de Putin, de que pretende desnazificar Ucrania, hay que decir que Zelenski es judío, al igual que su primer ministro Denys Shmyhal. Ucrania es el único país, además de Israel, que tiene un presidente y un primer ministro judíos. Cuando Zelenski se candidatizó a la presidencia, Valériyovich Kolomoiski, el dueño del canal en que trabajaba, estaba exilado en Israel perseguido por los antisemitas.
Putin hizo buena relación con Jorge Bergoglio, un antiliberal que preside en diciembre las celebraciones más fastuosas del mundo en homenaje al Sol Invictus, mientras habla del pobrismo.
En un debate presidencial, realizado en un estadio, dijo “No soy político. Solo soy una persona que ha venido a romper el sistema” Zelenski es el primer presidente ucranio que en su juventud no perteneció al Komsomol, la juventud comunista de la antigua URSS.
Zelenski es el prototipo del político moderno. Hizo su campaña en redes sociales y YouTube. Cuando los medios tradicionales le reclamaron su presencia dijo que no quería ir a programas de televisión en los que “gente del antiguo poder” hacía relaciones públicas.
En discurso inaugural en el Parlamento dijo: “No quiero mi foto en sus oficinas: el presidente no es un ícono, un ídolo o un retrato. En su lugar, cuelguen las fotos de sus hijos y mírenlas cada vez que tomen una decisión”.
Fuente: Perfil
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