Literatura de divulgación

Puede decirse, una de las más importantes victorias militares del régimen socialista,  apartando la feroz y masiva represión de la protesta de años anteriores, ha sido la expulsión aparentemente pacífica de ocho millones de venezolanos aproximadamente.

Botados de su propio país,  debemos convenir que ha sido una decisión desesperada y  nada voluntaria, fruto de una intensa y sostenida guerra psicológica unida a las peores e inimaginables condiciones de vida que ha forzado el tránsito por Darién, a modo de ilustración. 

Solemos llamarla “diáspora”, por comodidad. Así, evitamos la presunta complejidad de distinciones entre “desplazados” y “refugiados”, entre otras expresiones propias del derecho internacional.  No obstante, convenimos en un exilio forzado de carácter social y económico, complementario del político, el exilio por excelencia.

Siendo tan recurrente la emigración que, por cierto, no repara en los flujos migratorios internos, imposibilitados muchos de cruzar nuestras fronteras, es escasa la literatura de divulgación en torno al fenómeno. 

De aquí para allá, y viceversa, abundamos en comentarios y opiniones, a veces,  técnica y políticamente bastantes desorientados. 

Hay informes técnicos y ensayos muy serios en las redes que esperan por una interpretación cotidiana de tan inédito asunto, incluyendo el creciente escepticismo en torno a un inmediato regreso de millones de compatriotas apenas superemos el presente régimen. 

Ya no tratamos de un caso transitorio, acercándonos un poco más a otro que afectó a los españoles al  “transterrarse” en México, fundamentalmente, por obra de la guerra civil y el franquismo. 

Hay obras meritorias, como “La voz de la diáspora venezolana” de Tomás Páez (2015), entre otros títulos ignorados por quienes hacen a la opinión pública. En tal sentido, contribuyen a banalizar el tema como tanto le conviene al madurato.

Incluso, ya había visto a un señor colombiano que deambula con un cartel por los alrededores del SAIME, en el centro histórico de Caracas, en reclamo de su cedulación alegando el carácter de refugiado y la procreación de un hijo venezolano. 

De nuevo lo encontré mientras compraba una botella de agua mineral y le pregunté al kiosquero sobre el mensaje del cartelista: “En lugar de reclamar su condición de asilado (SIC), acá, debería hace eso en Bogotá a favor de su hijo, además, porque tiene la doble nacionalidad”,  respondió. 

Tomamos la gráfica que agradeció y seguimos con nuestro camino, cavilando ante la indiferencia oficial por un mensaje que impacto alguno tiene, salvo el comentario del comerciante que ha indagado en torno al “señor de la diáspora colombiana”. 

Correrán los tiempos en los que la diáspora venezolana constituirá algo tan normal, como que eso de que no regresen nunca, por ejemplo: quizá está llegando, perfeccionando un triunfo en el que no se ven las afiladas bayonetas, escamoteadas. 

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