Pedir perdón
Ciertamente, nadie está libre de incurrir en errores que generen pequeñas o grandes consecuencias. Importa y mucho, reconocerlos y rectificar, aunque tendemos a banalizar el perdón, como solicitud o concesión, quizá por las numerosas veces que lo solicitamos o lo concedemos.
Posiblemente, la noción primaria que aún cultivamos es la del perdón asociado con el pecado, en la más remota infancia de una formación católica en el hogar que hoy no tiene equivalente. Luego, sabemos o intuimos de la infinita misericordia de Dios que a muchos releva del confesor, tratando directamente con el creador, sin que haya orientación alguna sobre los requisitos mínimos para confiar en la absolución.
Evidente el error, se ha hecho costumbre el arrepentimiento público de quienes ofician la política, sobre todo con responsabilidades de Estado en el gobierno o en la oposición, condición ésta que no impide señalarla como una función estatal así no haya desempeño parlamentario o edilicio en curso. Frecuentemente, aligerando el paso, cualquier pretexto ha de servir para disculparse o, grave el asunto, el reconocimiento ya es del costo político a pagar que será decisivo de aproximarse unos comicios democráticos, minimizando el margen de maniobras.
Después de largos meses de una asombrosa equivocación legislativa que disminuyó penas y liberó a transgresores sexuales, el presidente del gobierno español pide perdón generando una importante y razonable polémica. Acucioso, el columnista Arcadi Espada del diario El Mundo, enuncia algunas reglas mínimas para validar el perdón, o Juan Ramón Lucas para La Razón observa la curiosa apelación del PSOE a los votos del PP para intentar corregir el entuerto, intocable Podemos por muy gubernamental que fuese (https://apuntaje.blogspot.com/2023/04/reglas-minimas.html). Interesante e importante, ora porque se puede ser gobierno y oposición a la vez, ora porque el pragmatismo es tan extremo que estas contradicciones no se dirán eticamente lesivas.
Intrigados por el apellido del interpelador de una Yolanda Díaz que ha alborotado a la opinión pública ibérica, en nuestra búsqueda dimos casualmente con el segmento de una entrevista que Jordi Évole le hiciera a Nicolás Maduro, quien pide – precisamente – perdón al incumplir la promesa de pago a los pensionistas venezolanos ubicados en España, formulada en un encuentro anterior (https://www.youtube.com/watch?v=4zEh1HkLR7g). Huelga comentar sobre las promesas de un dictador y la confianza de no provocar consecuencia política alguna con su olvido, como en efecto ha ocurrido. Sin embargo, acumuladas más de un millón de visualizaciones en cuatro años, el video nos impone de una doble circunstancia: la improvisación y la temeridad.
Valga la presunción, alguien tan ocupado en numerosas y variadas tareas, necesita del concurso de sus más cercanos y estrechos colaboradores: posiblemente, ninguno pensó en la repetición del interviú y, en todo caso, asegurarían que el periodista y su equipo pronto olvidarían el compromiso adquirido, redundando en la improvisación. Y, en fin, al tigre no le fastidia una raya más, atreviéndose Maduro Moros a un amago histriónico y a una humildad de la que carece.
El perdón es un recurso del que se ha abusado en todos los terrenos, pero se hace irrespirable políticamente con la enfermiza reiteración por el reiterado incumplimiento de una efectiva enmienda, Más allá o más acá del Atlántico, la práctica tiene bemoles capaces de escandalizar aún cuando no se viva en el marco de la normalidad democrática.
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