Sesiones de confirmación
De pesos y contrapesos, nos antojamos, surge una relación ideal entre los distintos órganos del Poder Público. Hay países que más se acercan a su realización, luciendo convincente la llamada separación de poderes, mientras que, en otros, ni siquiera la idea se conoce.
Reciente, la asunción de Donald Trump todavía es noticia protagónica en los medios, por lo menos, hasta que adopte alguna decisión crucial que reitere o rompa con el propósito y estilo que lo caracterizó en su primera administración.
Rápidamente, quedaron atrás las sesiones senatoriales de confirmación de los más altos funcionarios ejecutivos, algunas de ellas con la presencia de activistas que protestaron a los nominados.
Protesta inevitable que refleja también la viva polémica que ocupa a los medios, revela una dinámica que no es habitual en este lado del mundo y no sólo porque la norma constitucional no contemple un procedimiento similar, sino por la sola circunstancia del resuelto avance de los regímenes iliberales.
Y, por supuesto, luce inconcebible que el nombramiento de los miembros del gabinete pueda pasar por una negociación parlamentaria previa – además – evitando el veto, excepto se trate de un riesgo políticamente calculado.
Cierto, en esta ocasión, los republicanos constituyen la mayoría, siendo poca la diferencia de curules respecto a los demócratas, pero puede ocurrir y ha ocurrido, que el mandatario nacional sea derrotado aún por el voto de sus propios compañeros de partido en rechazo de un nombramiento.
Sin embargo, lo que llama poderosamente la atención es que el aspirante al cargo se ve interpelado en torno a la gestión que se propone y a su propia trayectoria, por la representación popular que libremente puede señalar y probar algún desliz – incluso – personal y remoto del que nunca antes se supo.
Un interesante ejercicio en las redes, puede llevarnos a explorar las más sonadas sesiones del pasado que, faltando poco, sugiere una crisis política con la negación del cargo, aún más tratándose de la inauguración de un ciclo presidencial.
Ampliando las posibilidades de participación, a través de una militante opinión pública y de una afianzada organización ciudadana, no le fue, es o será fácil colarse a algún individuo de pésimas credenciales morales, políticas y profesionales; esto habrá ocurrido, aunque – concluyamos – el porcentaje seguramente ha sido mínimo de compararlo con los países que no disponen de un mecanismo parlamentario semejante.
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