Me confirmé de milagro

Si usted necesita algo de Dios, escríbame. Pues le cuento que ahí tengo palanca. Un privilegio del cual me enteré en el año 1.999, cuando mi primo me preguntó si quería ser su padrino de confirmación. Ya les explico cómo pasó todo.

Resulta que, cuando él me lo propuso, me sentí́ como toda una estrella de cine. ¡Iba a ser el protagonista de un evento familiar! Además, iría a la ciudad de Barquisimeto con todos los gastos pagos y en primera clase (pero de autobús, porque viajé en el primer asiento).

Así llegó ese anhelado día de la confirmación. En medio de una cantidad de padrinos calvos y canosos, yo resaltaba como el único joven mancebo que representaba con gallardía a esta nueva casta de padrinos.

Fue entonces cuando el obispo llegó y dijo: “¡Por favor, acérquense los padrinos!”. Caminamos hasta la entrada de la iglesia y me percaté de que en este grupo de padrinos había un general e, incluso, un importante político nacional. ¡Imagínense! Ya comenzaba a codearme con las cúpulas cívico-militares de la República cuando el obispo nos interrumpió́:

– Bueno, gracias por venir y apoyar a sus ahijados. Esto significa mucho para ellos. Recuerden que ustedes los van a acompañar por el pasillo de la iglesia, agarrándoles el hombro, para estar ahí cuando yo les unja la cruz de aceite en la frente. ¿Entendido?

– Sí -contestamos todos.

– Pero antes les pregunto, por no dejar: ¿están todos confirmados?

– Eh… Yo no -dije.

– ¿¿¿Qué???

De inmediato el obispo me agarró por el brazo y caminamos hasta donde mis tíos.

– ¿Ustedes no tienen a otra persona que pueda ser padrino?

– No.

Fue cuando se reveló ante mí un milagro divino. El obispo me apartó y me llevó a un banco al fondo de la iglesia.

– Eh… ¿Sabes de qué va la confirmación?

– No.

– ¿Pero tú hiciste la primera comunión?

– Sí.

– Bueno mira, la confirmación es, básicamente, que tú confirmas el compromiso de fe que tuviste en la primera comunión.

– Ah, ok.

– ¿Sientes que quieres confirmar esa fe?

– Sí, está bien.

– Bueno, listo, entonces escógete un padrino ya mismo.

– Eh… ok.

– Y que esto quede aquí entre papá Dios, tú y yo porque si no, hay que demorar todo para ir a confesarnos.

Ahí fue cuando se me reveló un segundo milagro: de alguna manera vi el futuro que venía para mi Venezuela. Porque pude haberle preguntado al político para que fuese mi padrino, pero no lo hice. Mucho menos le dije al general. Le dije fue a mi tía, quien además es melliza de mi papá.  Sin pensarlo, ella aceptó, afianzando así nuestro vínculo de sangre muchísimo más, pues ahora yo tendría de madrina a la tía que se parece a mi papá con pelo largo.

Resuelto eso, el obispo nos reunió nuevamente a todos para dar las instrucciones finales:

– Entonces, los confirmandos se pondrán uno detrás de otro con su respectivo padrino agarrándoles el hombro derecho. ¿Entendido?

– Sí.

– Y en el caso de Reuben, será así. Vas a caminar con tu tía agarrándote el hombro. Tu primo los seguirá atrás. Te unjo con el aceite en la frente. Luego te volteas. Agarras el hombro de tu primo. Lo unjo a él y listo. 

– Ok – dijimos.

– Y a tu primo sí le doy la cachetada. ¡A ti te sale coscorrón!

Así fue como me confirmaron… Como me confirmaron que no tendría regalo de confirmación, pues ni pensaban comprarlo. Además, me confirmaron que mi árbol genealógico ahora quedaría más enredado que antes; pues mi tía ya no solo sería mi tía, sino también la madrina del padrino de su hijo, que es mi primo. 

Toda una experiencia para confirmar que las confirmaciones son mejores cuando hay padrinos sin confirmar. Porque terminamos siendo padrinos cero kilómetros… de paquete… sin vicios… sin pecados… que olemos a nuevo… y que, a la hora de pedir algún milagrito divino, ya tenemos palanca.

Reuben Morales
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