La reina y la bala de frialdad que la mató
Por Laurin Isabel Bello Gutiérrez
@LaurinIsabel
EL 7 de enero de 2014, a solo siete días de un nuevo año, de nuevas resoluciones y esperanzas en el mundo entero, en el Norte de Estados Unidos vivimos una ola de frío que nos mantuvo a la mayoría en casa por dos días, que fueron más bien unas divertidas vacaciones. Experimentábamos temperaturas de menos de -30°, y el hielo se hacía dueño y líder de todos los espacios. Las fotos del Lago Michigan recorrían el mundo, dejando a muchos atónitos ante la belleza que su inmensidad congelada producía, pero también los dejaba llenos de compasión hacia los que nos encontrábamos de este lado del mundo.
El segundo día de esos dos días de vivir un frío más fuerte que el de Alaska, fue ese 7 de enero, en el que me levanté decidida a trabajar desde casa, y poner en marcha los proyectos del 2014, bastó abrir la primera página en Internet, y la noticia me golpeó como viento helado, como si hubiese salido a la calle sin abrigos aquí en Chicago, me paralizó como si hubiese tenido la estúpida idea de irme a pasear al Lago Michigan en un día como ese. La Miss Venezuela 2004, Mónica Spear, y su esposo, un irlandés enamorado de la miss y del país de las mises, fueron asesinados mientras hacían de turistas en Venezuela.
La tragedia que es que se te accidente el carro en una autopista venezolana, y de noche, los mató. Una niña de cinco años, ahora huérfana, recibió una bala en la pierna, ese agujero le recordará para siempre que el país que le dio una madre reina de belleza, y un padre loco de admiración por la mujer y el país que representó en el Miss Universo, también se los quitó, sus noches se llenarán de pesadillas, llenas de los recuerdos que aquella trágica noche del 6 de enero de 2014 la convirtió en huérfana de padre y madre, gracias a la misma pistola.
Mónica Spear, la niña y el esposo, le dan rostro de fama a las estadísticas diarias de las muertes venezolanas, encienden de nuevo las alarmas del país, para que las estadísticas no nos vuelvan indiferentes, perdidos entre tantos números. Ellos le ponen rostro e historia nacional a la tragedia, a las salas de las morgues venezolanas, nos mataron a lo único que año tras año nos alegra los días: nos mataron una reina.
Cuando ella protagonizaba Mi Ciela, un niño en la Universidad una vez me confundió con ella, luego una señora en el Metro, y luego mi abuela afirmó que sí me parecía, yo usaba el cabello largo, negro y estaba muy flaca, porque la estudiadera lo pone a uno así: alimentamos la cabeza y no la panza. Entonces, pudo ser mi cabeza la caída, si los asesinos hubiesen estado en búsqueda de ese rostro, pero la realidad es que la violencia que los mueve, no nos mira –a las víctimas- a la cara, no se preocupa por nuestros nombres, ni por nuestros números de cedula, ni por la edad que tenemos, ni nada; les importa lo que hay en la cartera, los anillos de la mano inerte, y los collares del cuello ensangrentado, lo demás es puro menester.
Y cuando entran al carro por el motín dicen: coño, marico, ¿está no es “la ciela”? (conjugándola en presente, claro) La miss… Verga, pana yo creo que sí. ¡Oups! Y al siguiente día, cuando la curda se les pasó, y chequean de nuevo las ganancias de la noche anterior, una cedula de identidad les confirma la suposición: matamos a la miss, marico. Una cerveza para olvidar la vaina, y esta noche otra víctima sin rostro saldrá en las estadísticas de mañana, con suerte no será ningún famosito, para no hacer mucho escándalo.
A mi él frío me mantuvo encerrada por unos días, en Venezuela la frialdad del crimen organizado los mantiene encerrados en casa todos los días.
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