No por mucho madrugar, amanece más temprano
Por Heymar Díaz
@Heymar33
Hace poco leíamos en los titulares la terrible noticia de un nuevo accidente que enlutó a más de 20 hogares de todo el país. Un autobús que cubría la ruta Barquisimeto/ Caracas amaneció sumando nuevas víctimas a las tantas que durante décadas, la Autopista Regional del Centro ha acumulado.
Como usuaria regular, sé que se trata de una vía en la que la confianza no debe sentirse por mucho que se recorra a diario o por muy buenas condiciones mecánicas que tenga tu carro, pues cada recodo es riesgoso: la inclinación natural en el diseño de su estructura, la mezcla de agua y aceite por el tránsito de vehículos pesados, los huecos, el raspado de todo su recorrido (que en los últimos 15 años ha multiplicado su frecuencia) y la imprudencia de muchos conductores la hace “una hojilla”, como me enseñó mi papá antes de dejar que la condujese por primera vez a los 18 años.
En todos estos años he visto gandolas, autobuses, carros y motos afectados, involucrados en choques simples o en accidentes fatales. También he visto peatones cuya imprudencia los llevó a ser víctimas de una vía rápida que con el tiempo, cobra más y más vidas.
El tema de la prudencia es, si no el más delicado, uno de los que lidera la lista. Los conductores de las unidades que transportan pasajeros, sin importar si son rutas urbanas o extraurbanas, están por encima de la ley. Es comprensible que al hacer rutas largas y nocturnas sientan cansancio y el deseo por llegar pronto a sus hogares o a continuar con alguna otra rutina, y que de ninguna manera tienen la intención de provocar estos accidentes; pero en su accionar contribuyen con los resultados fatales.
Hace unos años hubo un accidente en la bajada de Tazón en el que falleció un pasajero. La gráfica que acompañaba la nota en la prensa nacional era conmovedora. Se veía el cadáver del joven tapado por una sábana azul al fondo, y en primer plano, el conductor de la unidad lloraba desconsoladamente, cubriendo su rostro y apoyándose en el recolector, diría yo a punto de desmayar. En esta ocasión, la esposa e hija del conductor, están entre las víctimas fatales. Se trata de situaciones que a veces tienen su origen en fallas mecánicas que ni la magia hubiese podido solucionar ni prever, pero que se cargan por el resto de la vida, te afectan directamente y tienen consecuencias en la vida de terceros; que generan pérdidas económicas y retrasos en la vida de centenares de personas, porque cuando se interrumpe el tránsito de la vía, muchos dejan de llegar a sus hogares y trabajos a tiempo.
Vivimos una época en la que tantos factores como sea posible, deben estar bajo control. La prudencia, paciencia y reciprocidad, deben guiarnos al volante, en especial si de nuestras decisiones y conducta depende la vida de otros. Las autoridades deben ser más eficientes en el manejo y reparación de las vías y tomar en serio la supervisión del tránsito; las empresas que brindan el servicio de traslado de pasajeros, deben ser auditadas con más frecuencia y responsabilidad, para garantizar que cada una de las unidades de las que dispone, ofrezca seguridad y cumplan la normativa vigente. Se trata de un trabajo simultáneo y conjunto; todos debemos involucrarnos hasta llevar la situación a un punto óptimo en el que la convivencia reine y el riesgo se minimice, lo mismo que las consecuencias fatales que por ahora, parecen multiplicarse exponencialmente.
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