Monsters, Inc

Por Glenda Morales

@glenda_morales

 

 

 

Cuando estamos pequeños  son muchas las cosas que creemos que nos asustan, muchas las que nos asustan y muchas las que creemos.

 

Antes le temíamos a la oscuridad. No a ella misma en si sino en lo que pudiera existir adentro. Le temíamos a la incertidumbre de que en algún momento súbito, una mano esquelética  se posara en nuestro cuerpo. Le temíamos a la soledad y al silencio porque son escenarios  rotundos que se prestan a ser llenados por cosas que evidentemente no están. Y eso nos asusta: la inesperada presencia de aquello desconocido que suponemos  fatal.  Espectros imaginarios que, en el albedrio de la mente, han llegado a tomar forma hasta de peluche con colores fantásticos, porque al final descubrimos que son falsos.

 

Cuando crecemos, muchos de esos temores desaparecen y pasamos a otra etapa en la que nos enfrentamos con una gama variopinta de miedos  nuevos.  Cambian las causas, pero la esencia sigue intacta: esa mortal incertidumbre que te  descalifica para la defensa, porque es imposible predecir el arma o la herramienta que nos protegerá.

 

En esta sociedad actual tan modernizada que terminó con La Llorona y con Florentino y El Diablo, ahora son muy diferentes los fantasmas.  Les cuento.

 

Acabo de hacer un reclamo a la Samsung, porque adquirí un equipo que falló repentinamente y por lo que he leído en la redes, es  bien sabido que ese modelo nació con problemas de  fábrica. Pero en un  infructuoso intento de reparación con un agente autorizado (creyendo que era falla técnica) el asunto terminó con el cambio del puerto y la compra de una pila y cargador, todos  innecesarios, y que además, me entregaran partida mi carcaza.

 

Señores lectores, estoy desempleada y vivo en Venezuela, les juro que esta situación y las respuestas que he recibido de la empresa,  me asustaron  más que la foto de un monje anónimo que tenía mi abuela en un altar y cuya mirada ubicua me perseguía insistente por todo el traspatio de la casa antigua, se esas con tejas y azulejos, donde pase mi infancia. 

 

Por qué ese afán de ganar a toda costa a sabiendas de ser culpables; y sobre todo, la codicia implícita en el hecho de ganarle a un rival  que no es rival sino víctima y que además no opone fuerza capaz de amedrentar.

 

Por mencionar otro ejemplo al azar porque hay bastantes, en Guatemala renuncia el Presidente por corrupción. Por  130 millones de dólares.  Aquí se pierden 25.000 millones en Cadivi y no pasa nada. Es más, para llegar al extremo del  terror, en Venezuela desmiembran a una mujer después de violarla y electrocutarla, y el asesino pasa a ser protegido e informante político de alta relevancia. Por qué esa distancia tan extensa entre nosotros y  la forma de justicia de algunas regiones que se nos parece tanto.

 

La canciller de Colombia informa que las cédulas  de identidad que les dieron a los colombianos radicados en Venezuela, sirvieron para las elecciones, pero que ahora se las inhabilitan. ¿Qué es peor?  Que eso suceda, o que el gobierno colombiano esté al tanto de semejante fraude y no hayan dicho nada hasta que les convino. Por qué esa atmosfera silente e inerte en la frontera de parte de los agraviados. Una atmosfera tan gutural como quedar amarrado  a  la niebla espesa de la noche en un cementerio olvidado. 

 

Por qué el Gobierno, antes Hugo Chávez, ahora Nicolás Maduro y sus filiales, hace uso de un léxico prosaico cargado de insultos y ofensas a siniestra y siniestra sin recibir sanciones, ni regaños, ni reprendas. Por qué engaña de esa forma, que de ser tan cruel, paso a ser hasta gafa, y nadie le pone un folclórico paraó. Qué saben las otras naciones o hasta dónde están implicadas.

 

Hay una misteriosa fuerza que encubre y que nos mira desde todas partes como un daguerrotipo maldito, intimidándote. El poder del poder, al que no le queda más que transmitir miedo para poder existir, pero que le tiene un miedo infinito a perder. Un poder putrefacto que habita en un armario gigante lleno de apariciones tan incompetentes para generar temor verdadero, que acuden a trucos  y patrañas infames que terminan hundiéndolos cada vez más  en este pantano de impunidad.

 

Nuestros monstruos ahora  son de carne y no se esconden debajo de la cama, porque resulta más elegante tomar el control desde la oficina de una gran empresa o desde un Despacho Presidencial, y entonces vociferar un Bu bastante lánguido que, seguidamente, será proyectado por un séquito de chupamedias que lo harán parecer retumbante.

 

La única forma de obtener certezas que nos rescaten del pánico, es acercándonos a la verdad, adquirir conocimientos  que fortalezcan la única arma que no pueden tocar esos villanos: Nuestra intuición. La verdad nos hace libres, pero no creamos que un engendro de esos nos la va a ofrecer tan fácil, para que después vengamos y terminemos descubriendo que no existe.

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Guayoyo en Letras