Esto pasará
Los venezolanos avanzamos hacia la mayor de las incertidumbres. Cualquier cosa que se anuncie o acontezca, es inédita, en esta seguidilla de desaciertos propios y cercanos. Lo abstracto de la unidad nacional se diluye en el interés humano más básico, resumido en comida, medicinas y un poco de seguridad.
Lo anecdótico, por mucha fuerza parlamentaria, o varias horas de alocución presidencial, no es más que el celofán que envuelve a una sociedad presa por la angustia, por la desesperación, por el desconsuelo.
Cientos de miles de analistas se debaten entre posibles escenarios políticos para salir de la crisis. Otros tantos, en la calle, se arriesgan en el trajinar por un kilo de algún alimento, o un remedio que mitigue el dolor crónico, ínfimo al lado de la impotencia de no saber si esa será la última pastilla que se consiga.
Algunos advierten que se trata de una lucha por el poder. Se pierden en la negación ante la realidad más clara. No hay poder, porque no se tiene el control de nada. Solo hay una fuerza mercenaria, que retrocede cuando el hampa se impone, cuando los presos se molestan, cuando los bachaqueros de uniforme pasan toneladas de droga, o de comida por la frontera.
No hay poder, porque prefieren mantener la obscena patente de corso para las mafias del dólar, y del petróleo regalado a Cuba, que ajustarse las manos rotas. No hay poder porque no tienen dignidad, y tras el fracaso continuado, advierten la putrefacción de su gestión, sin castigo, sin corrección.
Por eso estamos en el avance cruel hacia lo inesperado. El río está revuelto y nadie está seguro de que haya pescadores dispuestos a entender que por más que quieran, aquí no habrá ganancia posible.
El país, perdido en el laberinto del rentismo, la revancha, la venganza, la golilla y el sin saber: clama por un cambio, pero sale corriendo a hacer la cola para llenar el último tanque con la gasolina barata y saca la calculadora para revisar cómo quedará su “cupo viajero“.
El perverso daño de estos sádicos ha llegado hasta la máxima destrucción de la sociedad, desconcertada entre marchas, aplausos, discursos, promesas, revocatorios, enmiendas o revoluciones. Todas divorciadas del cáncer que nos consume, todas perdidas entre la ambición y el interés propio, siempre por encima del común.
Lo anecdótico seguirá siendo nuestro celofán necesario para construir desde los escombros. Nos tocará, porque aquí no ha habido solo víctimas, también ha habido cómplices.
Pero no todo es malo. Porque aunque incertidumbre, en medio del pandemónium de esta realidad nefasta, se cuela una certeza: Esto pasará.
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