Héctor Torres, de niño melancólico a “ciudadano neopunk”
Lector y narrador. Recorre la ciudad en busca de historias que contar. Conocido por la mayoría de los lectores por libros como Caracas muerde, busca retratar el lado humano y el inhumano de la ciudad
Al hablar de su infancia, Héctor Torres se define como un niño muy tranquilo y algo melancólico. Palabras que no parecen combinar, a simple vista, con alguien como él. Desde pequeño tuvo grandes ambiciones, a los ocho años ya había subido al Pico Naiguatá y a los catorce el Humboldt en Mérida. Fue el menor y más consentido de tres hijos. Tuvo una infancia tranquila y “llena de amor”, junto a Rosa, su mamá. “La madre es la primera mujer en la vida de cualquier hombre, eso marcó mi manera de relacionarme con el sexo opuesto”, explica.
Su pasión frustrada siempre fue la música. Como delatan sus camisas de clásicos del rock como ACDC. “De adolescente tuve una banda. Tocaba el bajo, aún toco la guitarra. Pero nunca se concretó”. Por otra parte, la escritura nunca estuvo entre sus planes, aunque siempre fue lector. Quiso estudiar psicología, de lo que conserva su naturaleza observadora, y estuvo a pocas materias de graduarse de informática.
Empezó a leer desde niño. Autores como Quiroga, Poe, Chejov, Carver y Borges fueron los primeros. Comenzó a escribir casi a los 30 años y publicó su primer libro a los 37. “Soy lo que se conoce como un autor tardío”.
Su trabajo comienza con la difusión literaria, fundando la primera revista de narrativa venezolana: Ficción Breve. “Cuando envié a Equinoccio mi primer manuscrito ya era conocido como promotor literario”.
Es el autor de El amor en tres platos, El regalo de Pandora, la novela La huella del bisonte y los libros de crónicas Caracas muerde y Objetos no declarados.
“Caracas muerde fundó un modo de escritura que encontré para mí”. Lo califica como un “libro afortunado”, ya que se sigue vendiendo igual con el pasar del tiempo.
Al hablar de las diferencias entre ambos libros, explica que las poderosas imágenes de Caracas muerde tomaron al lector por sorpresa y lo llevaron encontrarse cara a cara con la ciudad violenta a la que en realidad se enfrenta diariamente. Mientras que Objetos no declarados pone a la gente a confrontarse consigo misma. “No solo eres la víctima, sino el victimario y no a todo el mundo le gusta eso”.
Asegura que no es un especialista en Caracas. “No soy un caracólogo”, dice riendo. “Es importante hablar de lo que se conoce”. Además, para él la literatura es desahogo y desaprensión de la realidad. Contrario a lo que le pasa al lector cuando lee textos como Caracas muerde, en el escritor “cuando algo es una idea es un terror, pero luego es un artefacto cuyos problemas son estéticos”. Es un libro que estresa al que lo lee y libera al que lo escribe.
De hecho, Héctor no es precisamente la representación del amante ciego de la ciudad y por ello no niega rotundamente la posibilidad de irse, aunque no está entre sus planes. “No soy militante de los que se van ni de los que se quedan. Me iría si es alguna oferta que aceptaría igualmente en otro momento. Aquí tengo una red social que he tardado mucho en hacer”.
Actualmente está trabajando en un libro de crónicas de tono biográfico. “A veces quisiera poder dedicarme a historias como las de esas películas indie, de gente anónima y sus problemas existenciales”.
Además de escritor, esposo y padre preocupado de tres hijos –mira constantemente el teléfono para ver si su hija Ariadna llegó a salvo a su destino– Héctor da clases en diversos talleres de escritura. La palabra profesor le incomoda. “Soy profesor en el sentido de que profeso mi amor y mi pasión por la literatura, eso es etimológicamente correcto, pero yo no tengo formación académica”. Los talleres son su oportunidad para transmitir hallazgos, asombros y placeres. Le fascina la idea de hablar con otras personas que sienten pasión por lo mismo. “Con los amigos escritores uno no habla de eso”, asegura.
Para Héctor, un alumno talentoso es alguien con una mirada privilegiada sobre el entorno. “Que sepa crear atmósfera y las conexiones más inesperadas”. Pero, insiste en que el talento debe ir siempre acompañado de la pasión. “El músico se la pasa todo el día con su instrumento en la mano. Si no vives pensando en eso, vas a necesitar siete vidas. Los mejores escritores lo son porque eso es la vida para ellos”.
El niño melancólico de Héctor sigue presente, aunque ha aprendido a manejarlo. “Los ritos sociales me aburren”, comenta sin arrogancia. No va a fiestas, no usa traje. “Mi fin de semana de ensueño es ver películas con mi esposa, tomar una cervezas y hablar hasta tarde”.
Según su biografía de Twitter es un “ciudadano neo punk”. Aunque para él la rebeldía tiene su propio significado. “Como esta vez lo establecido es la trampa, la grosería. En estos tiempos ser punk es ser honesto y educado militante. Eso es ir a contracorriente”.
Contrario a su look de rockstar y su personalidad aparentemente extrovertida, habla desde la humildad. “He visto lectores que han encontrado algo en un texto mío y de eso estoy profundamente agradecido”, dice reflexivo.
“Con el tiempo la vida nos va volviendo más graves, nos enseña a distraernos menos y concentrarnos más en lo realmente importante”. Cuando piensa en su recuerdo más antiguo, como buen nostálgico le viene a la cabeza una canción: El vals de la mariposas, que no lo lleva ni a un lugar, ni a una imagen, sino a “un estado anímico”. “Todo recuerdo trae melancolía por el pasado perdido. Todo recuerdo es ubicarte en un tiempo que sabes que no está en ninguna parte del planeta y eso es un poco de dolor. Para eso es la literatura, para lidiar con todo eso”.
Foto: Andrés Moncada
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