¿El cambio se mueve en autobús?
Cuando la crisis llega a una profundidad como la que vive Venezuela, las oportunidades se pierden de vista por la magnitud del desastre, pero también por la potencialidad de los proyectos que, debiendo surgir de la nada, pueden marcar un verdadero cambio.
Es el caso del transporte, por ejemplo, podría plantearse una reingeniería, partiendo del hecho de que el transporte es un servicio público, y por tanto, debe estar regulado, bajo estrictas condiciones que garanticen la operatividad de un sistema unificado, sin que se permita la anarquía actual.
Muchos dirán que el gremio de los transportistas es muy fuerte, y que sería políticamente incorrecto planificar soluciones que desconozcan una costumbre ancestral de eso que se ha denominado, por deformación, la profesión del volante.
Un diseño serio de país, implica la estructuración de un sistema integral de transporte que desafíe las complejidades de la anarquía en las vías, y tome las riendas de un servicio público de primer orden, en el que se respeten las zonas de embarque, los horarios, las rutas, las condiciones estandarizadas del servicio, la limpieza, el cuido del ambiente, el trato para las personas con capacidad motora reducida y otras características de un sistema de transporte acorde con los ciudadanos, como la idoneidad de quienes prestan el servicio.
Esto requiere de planificación, de un período de transición, en el cual los actuales “dueños del negocio“ puedan licitar concesiones, y se sometan a inducción calificada, de manera que pueda aplicarse algún tipo de híbrido entre el Estado y los privados, pero con orden, que nazca desde una autoridad de transporte, y desde allí permee hacia el usuario final.
Planteamientos en ese estilo, propician el cambio en las ciudades, y desde allí, pueden extenderse a todo el país.
No todo se reduce a un presidente o cinco diputados. Hay cambios que pueden operar de una vez, si se tiene voluntad política, y sobre todo, voluntad ciudadana.
La crisis que padecemos invita a ver más allá de lo obvio, y a potenciar las capacidades para el cambio, que muchos pregonan, pero que, por la comodidad del “déjeme donde pueda“ no se atreven a asumir con toda la responsabilidad que demanda.
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