¿A quién salvamos?
Aunque no nos guste, siempre nos toca escoger. Ciertamente eso varía en función de la libertad que tengamos para hacerlo y eso en este país no es precisamente un asunto del que podamos disfrutar. Pero, cuando escribo este artículo y planteo la elección de a quién salvar, debo hacer mención a una realidad que ya he planteado: estamos decidiendo entre un país agonizante y un régimen que quiere matarnos.
Pudiera parecer sorprendente que aún existan personas, gobiernos o instituciones que duden de la necesidad urgente de salir de Maduro. Peor aún, puede asombrar que haya gobiernos que defiendan la estabilidad de Maduro a cambio de sus objetivos, ignorando que en este país se pierden vidas por doquier y a cada instante
Podríamos colocar como ejemplo a Colombia y la paz que el Presidente Santos ha querido lograr para su nación. Respetando su intención, tal fin sin un gobierno democrático en Venezuela sólo se traduce en fracaso. Y es que sin un gobierno democrático en nuestro país, que decida combatir de lleno el problema de la guerrilla, lo único que lograría tal paz es que todos esos grupos irregulares se conviertan en nuestros nuevos inquilinos (más de lo que ya son).
Pero Santos está entrampado. Aunque él sabe que sin una Venezuela democrática la guerrilla no dejará de ser un problema, no tiene más opción que apoyar al régimen venezolano, que ha sabido cómo atrapar a Colombia siendo el gran mediador de una paz terca. Puede resultar irónico que un régimen que niega una amnistía y destruye la paz de una nación entera, sea quien auspicie la paz de otro país. Peor aún, Santos parece olvidar el sufrimiento de la frontera colombo-venezolana, que bastante protestó, y ahora su silencio y gestiones sólo apuntan a un diálogo complaciente que dé estabilidad a Maduro, como si en nuestro país no hubiera miseria, destrucción, vidas perdidas y como si lo único que importara es una paz afanada.
Otro ejemplo podría ser el del Papa Francisco. Hace unos días el Nuncio Apostólico en Venezuela, Aldo Giordano, afirmaba que Su Santidad está lista para visitar Venezuela. La pregunta es ¿está Venezuela lista para recibir al Papa? ¿Y si pensáramos por un momento que esa visita en un momento como este sólo daría oxígeno al régimen y haría de nuestra tragedia una larga agonía viciada por un diálogo entre gobierno y oposición que sólo lavaría la cara de la dictadura? ¿Cómo promover un diálogo con hambre y miseria?
Esto nos debe hacer reflexionar a lo interno y externo de nuestras fronteras. Quienes afuera promueven y auspician diálogo y entendimiento deberían preguntarse, más allá de sus intereses, si vale la pena ignorar a un país que más que diálogo, quiere cambio y revivir. A lo interno, quienes piden diálogo a interlocutores afuera, ¿están conscientes de qué tipo de entendimiento están solicitando?
Hasta hace nada vivimos un episodio de diálogo que sólo le lavó la cara al régimen y le dio oxígeno. ¿Emprenderemos nuevamente este debate inútil?
El único diálogo posible que debe existir es aquel que, con condiciones claras, conduzca a la salida de Maduro y su régimen. Todo lo demás será para olvidar la tragedia que vivimos y la responsabilidad de quienes mandan. Todo lo demás no será más que una burla, como siempre ha sido.
Ya el régimen lo ha demostrado: no dialoga, impone; no perdona, humilla; no le importa la vida, nos mata y nos condena. No se puede tener tanta memoria corta… su fin no es dialogar por nosotros, sino mantenerse en el poder a cambio de la destrucción física y moral de un país.
Ya no hay mas tiempos de diálogos con el dictador. Es la hora de los diálogos de la transición; una transición genuina, seria y sensata.
A quienes promueven o piden diálogo, no olviden que sostener a este régimen sólo les dará cortas satisfacciones pero largas y terribles consecuencias. No olviden que hay un país bañado en sangre, en dolor, en hambre, en muerte. No olviden que ajustarle la careta a la dictadura es seguir sepultando vidas y sueños. No se quejen cuando, en nombre de una paz y un diálogo acomodaticio, consigan las ruinas de un país que les pidió auxilio para salvarse y sólo encontró su final. No entreguemos lo poco que nos queda a quien nos quitó todo.
Cuando nos preguntemos a sí mismos: “¿A quién salvamos?”, no olvidemos que este país vale mucho más que sus usurpadores; no olvidemos que nuestra libertad jamas ha debido tener precio ni final y que ellos sí. Entiéndalo: este dolor tiene que parar; no podemos sostener más a quién nos lanzó al abismo… ¡Se tienen que ir ya!
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