DESOBEDIENCIA Y LIBERTAD

Por Gabriela Amorín P.

@Graby_

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“La historia humana se inauguró con un acto de desobediencia. Adán y Eva, cuando vivían en el Edén, eran parte de la naturaleza; estaban en armonía con ella, pero no la trascendían (…) eran humanos, y al mismo tiempo aún no lo eran. Todo esto cambió cuando desobedecieron una orden (…) el hombre emergió de una armonía prehumana y fue capaz de dar el primer paso hacia la independencia y la libertad. El acto de desobediencia (…) les abrió los ojos. Se reconocieron uno a otro como extraños y al mundo exterior como extraño e incluso hostil. Su acto de desobediencia rompió el vínculo primario con la naturaleza y los transformó en individuos. El “pecado original”, lejos de corromper al hombre, lo liberó; fue el comienzo de la historia. El hombre tuvo que abandonar el Jardín del Edén para aprender a confiar en sus propias fuerzas y llegar a ser plenamente humano”[1]

 

Es posible, como dice Fromm, que así como el inicio de la humanidad fue dado por un acto de desobediencia, la erradicación de la misma sea causada por un acto de obediencia. En esta nueva “era atómica” corremos el riesgo de que no sólo la humanidad sino todo el planeta sea aniquilado con sólo obedecer una orden, él mismo lo dice mejor: “…el hecho es que si bien estamos viviendo en la Era Atómica, la mayoría de los hombres –incluida la mayoría de los que están en el poder- viven aún emocionalmente en la Edad de Piedra”[2] y me encuentro en total acuerdo con él. 

 

Este asunto de la obediencia y desobediencia debe ser tratado con sumo cuidado. La desobediencia puede ser interpretada según cualquier concepción y utilizada para oponerse a cualquier norma que no se quiera acatar. Para Kant, los medios estaban justificados siempre y cuando los fines fueran buenos, evidentemente él parte de una concepción del hombre extremadamente optimista, en la que el hombre es bueno por naturaleza. Del mismo modo, la desobediencia puede prestarse a las interpretaciones y ser utilizada sin ningún tipo de control o restricción, lo que sería terrible para cualquier sociedad, pues para un mínimo de orden y civilización deben existir normas, del mismo modo que para ejercer nuestra libertad.

 

Este mismo filósofo, invita al hombre, a través de la famosa frase “sapere aude”, a atreverse a usar su sensatez, además de su método de la duda, en el que se debía poner en tela de juicio todo lo conocido hasta el momento. Estas concepciones eran características de la actitud que permitía y promovía la capacidad de decir que “no” y desobedecer a los prejuicios y convencionalismos sociales.

 

Y no fueron Adán y Eva los únicos que desobedecieron; en casi todas las culturas, el origen de la civilización se llevó a cabo a través de un acto de insurrección, tal es el caso de Prometeo en Grecia, quien prefirió estar encadenado a una roca que ser siervo obediente de los dioses. 

 

Para Fromm, existen dos formas de obediencia: la heterónoma y autónoma. La primera, consiste en la obediencia a un poder, institución o persona; implica dimisión de la autonomía y aceptación de la voluntad y juicio ajeno; la segunda, se refiere a la obediencia de la propia convicción, es un acto de afirmación de los juicios personal: se es uno mismo; por ende, no sería exactamente una obediencia en el mismo sentido de la forma heterónoma, sino en un sentido mucho más metafórico.  El problema del hombre de hoy es sumamente grave, pues ha perdido sus convicciones y capacidad de juicio, por ende, queda indefenso ante los ataques de un sistema dominante y represivo. El hombre ha prestado su conciencia para que la manejen y hagan con ella cualquier cosa.

 

Un importante elemento en esto de la libertad y la desobediencia es la conciencia; Erich Fromm también separa la conciencia en dos tipos: la autoritaria y la humanística. La primera, es una especie de internalización sumisa de la voz de la autoridad que estamos dispuestos a complacer y aterrados de disgustar. Este término es muy similar al “Súper Yo” freudiano. Órdenes y prohibiciones acatadas por miedo al castigo y la represión. Este tipo de conciencia es muchas veces tan internalizada, que se confunde con la conciencia individual. La conciencia humanística, por el contrario, resulta la voz presente en todo ser humano, independiente de castigos, sanciones o recompensas. Es una especie de conocimiento intuitivo e innato de lo bueno y lo malo, de lo que debe ser y lo que no. Ésta es la voz interior que hemos perdido los seres humanos, una que nos conduce a la humanidad (moral innata).

 

La conciencia autoritaria debilita a la humanística, disminuye la capacidad de ser y juzgarse a uno mismo, aminora la individualidad y autonomía del individuo. Esta disminución depende del tipo de autoridad. Si nos encontramos frente a una autoridad irracional, como es el caso amo-esclavo, el hombre se ve completamente disminuido por el poder de esta, y éste a su vez, se ve obligado a obedecerle y acatarle, eliminando por completo su conciencia humanística y la obediencia autónoma. Si por el contrario la autoridad es racional, en el caso maestro-alumno, es acatada y respetada, al mismo tiempo esta respeta la autonomía y el individuo continua ejerciendo su conciencia autónoma.

 

Ambas relaciones se basan en el hecho de que se acepta la autoridad de la persona que ejerce el mandato. Sin embargo, los intereses del maestro y el alumno son comunes y apuntan al mismo horizonte. Por el contrario, los intereses del esclavo y del amo, son tontamente antagónicos.

 

Es precisamente en este punto en donde se pueden encontrar las malas interpretaciones de la desobediencia. Podemos aceptar, sin someternos, a una autoridad racional que se lleve a cabo en nombre de la razón y con fundamentos lógicos. En contraste, la autoridad irracional debe utilizar la sugestión y la violencia para su dominio, pues, voluntariamente, nadie se prestaría para ser sometido.  Son este tipo de autoridades las que no debemos permitir que obtengan el poder suficiente para lograr la sumisión de los individuos. Es entonces, cuanto es totalmente válida la desobediencia. Cuando los imperativos categóricos kantianos sean violados, entonces podemos recurrir a la insubordinación, “Obra sólo según aquella máxima que puedas querer que se convierta en ley universal”.

 

La desobediencia es necesaria para la libertad, pero la libertad, también es una condición necesaria para la desobediencia; si temo al ejercicio de mi libre albedrío, no podré decir que “no” a quien me somete. Cualquier sistema que proclame la libertad y reprima la desobediencia, no puede ser sincero, pues estas dos son inseparables.

 

El hombre de hoy debería echar un vistazo atrás y hacer que (recurriendo a William Blake) renazca el espíritu de Orc, rebelarse a su propio Urizen que está consumiendo su humanidad. El hombre de hoy vive con la ilusión de ser libre, como lo dijo Spinoza (filósofo), pero no llega a serlo realmente. Llegamos a tales niveles de pobreza interior, que nos contentamos con la poca libertad que nos otorgan y cuanta menos responsabilidad tengamos, mejor nos sentimos; se nos olvida que estamos a punto de perder nuestra humanidad y que eso es irrecuperable. La libertad es inherente al hombre pero para disfrutarla hay que asumir la responsabilidad que ella acarrea. Sólo desobedeciendo podremos alcanzar la libertad, pero para desobedecer, tenemos que ser profundamente libres… y sólo así alcanzaremos la humanidad.

 

 

“Antes que la vocación de los padres, la naturaleza le llama a la vida humana. Vivir es el oficio que yo quiero enseñarle; saliendo de mis manos él no será, convengo en ello, ni magistrado, ni soldado, ni sacerdote; será primeramente hombre”[3]

 

 

 

                                                  

1 FROMM, Erich. Sobre la desobediencia. Barcelona, 1984, p. 10.

[2] Idem, 11.

[3] ROUSSEAU, Jean-Jaques. Emilio. Biblioteca Edaf, Madrid, 1985, p. 41.

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