Editorial #284: Venezuela sin huevos
Toda la sociedad debería estar conmocionada
El jueves de la semana pasada, los mercados y supermercados del país amanecieron con colas incluso más largas de las que ya estamos acostumbrados. El motivo fue el anuncio que había hecho el vicepresidente de la República, Jorge Arreaza, en el que informaba que el precio justo del cartón de 30 huevos sería 420 bolívares, producto que hasta ese momento se estaba vendiendo en 1.200 bolívares.
La primera reacción de la gente ante un anuncio como éste es correr emocionada a adquirir lo poco que pueden comprar con salarios que se les escurren entre los dedos, en el país con la inflación más alta del mundo. Sin embargo, la reacción de los que conocen mejor el mercado es totalmente diferente. Varias voces del sector productor de huevos afirmaron que esa decisión del gobierno era imposible de cumplir porque ese monto no cubre ni siquiera el costo de producción de los huevos.
Uno de ellos contaba que tiene 300 gallinas ponedoras que se comen un saco diario de alimento, ese saco cuesta 4.500 bolívares. Esto significa que semanalmente, nada más en alimento para las gallinas, debe invertir 31.500 bolívares, y así tener una producción promedio de 270 huevos diarios, porque no todas las gallinas ponen siempre. Su producción diaria es de nueve cartones de 30 huevos cada uno, lo cual totaliza 63 cartones semanales que hasta ese momento requieren una inversión de 500 bolívares por cartón. Es decir, solo producirlos cuesta más que el precio que hoy están obligados a cobrar. ¿Quién va a trabajar para perder?
Cada vez es más evidente que los controles solamente generan más controles y con eso un interminable círculo vicioso de destrucción del sector productivo y de la economía nacional. Esto solamente puede tener dos resultados: que la próxima medida del gobierno sea ponerle un “precio justo” mucho más bajo al alimento para las gallinas o, lo que ya está empezando a ocurrir, que no se encuentren más huevos en los mercados de Venezuela.
Todo esto sucedía el mismo día en el que los medios de comunicación del mundo estaban enfocados en otro tema: el escándalo que se generó por la detención de dos familiares de la pareja presidencial con cargos de narcotráfico y su extradición a los Estados Unidos.
Quienes fuera del país no conocen a profundidad el drama que se vive en Venezuela, quedaron perplejos ante una noticia como ésta. Sin embargo, debido a que no es la primera acusación de este tipo contra figuras muy importantes del sistema de poder venezolano, para muchos solo es una pieza más de un rompecabezas muy complejo.
Por eso no deja de sorprender que ante un escándalo de tal magnitud, algunas voces opositoras se escuchen tan tímidas. Una pedía “explicaciones” y otra que la actual Asamblea Nacional “investigue”. Ambas, está demás decirlo, perdían el tiempo y no leían correctamente el impacto de este hecho. En un país normal, la reacción de la oposición hubiera sido mucho más firme y las consecuencias inmediatas mucho mayores. Toda la sociedad debería estar conmocionada.
Ni qué decir de la gran mayoría de los medios de comunicación nacionales. Su estruendoso silencio lo que da es pena. Ellos, los “comunicadores” del país, están escribiendo una de las páginas más oscuras en la historia del periodismo venezolano, en la que serán actores principales de una trama de vergüenza y complicidad.
Parecen dos temas compleméntenme ajenos los mencionados en esta líneas. Puede que lo sean, pero tienen un lugar común. Como consecuencia de las insistentes y fracasadas medidas de controles de un modelo económico inviable, pero también debido a una inexplicable parálisis de quienes deberían liderar la lucha de los demócratas en el país y de los ciudadanos en general, en el país pasa de todo pero nunca pasa nada.
Eso solo puede explicarse porque hoy vivimos en una Venezuela sin huevos.
Miguel Velarde
Editor en Jefe
@MiguelVelarde