La historia que sí es

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Quizá un género insuficientemente estudiado, la política-ficción altera  el pasado conocido o apuesta por un futuro audaz, como lo hizo Michel Houellebecq, dos años atrás, con su exitosa novela “Sumisión” que versa sobre el  ascenso al poder de un musulmán moderado en la Francia de 2022.  Empero, los especialistas del género coinciden en que esa alteración de escenarios debe caracterizarse por una razonabilidad mínima y aceptable, en el marco de las probabilidades que la alejen de un vano ejercicio de la fantasía, en el intento de comprensión de la propia historia real.

Tiempo atrás, nuestro admirado humorista Igor Delgado Senior publicó un artículo intitulado “La historia que no fue” (El Nacional, Caracas, 30/01/1988), imaginándose la celebración aniversaria de la revolución socialista venezolana, a través de un acto escenificado en el parque “Fabricio Ojeda” (comúnmente conocido como Parque del Este), con “millones de manifestantes” contra la agresión del imperialismo yanqui, complementado por el agasajo al cuerpo diplomático en el “Hotel Tamanaco Libre”. La crónica habla de sus simpatías personales, ya que José Vicente Rangel preside la Junta de Gobierno conformada por Domingo Alberto Rangel, Rafael Pizani y Moisés Moleiro; y, al recuento de los logros en el área de los servicios públicos, la salud, educación y reforma agraria, a pesar del cerco norteamericano, cita la presencia de Douglas Bravo (Ministro del Interior),  Héctor Malavé Mata (Gobernador de la OPEP Latinoamericana), Reinaldo Cervini (Federación de Empresarios Socialistas), Andrés Velásquez (CTV) y el Cardenal Arturo Sosa.

No constituye necedad alguna el ejercicio, porque – obviamente – otra hubiese sido la historia de triunfar la subversión armada de los sesenta del XX, comenzando por la confrontación política entre la jefatura civil y la militar (el PCV y el MIR ante las FALN y el ejército cubano), o el papel de individualidades destacadas como Gustavo Machado, Rangel, Moleiro, Bravo y hasta el del mismo Ernesto Guevara, permitiéndonos especular brevemente. Por lo pronto, lo cierto es que un triunfo guerrillero, muy anterior a las consabidas bonanzas petroleras, ignorando todavía los planes concretos y programas específicos de gestión gubernamental a implementar, nos hubiese llevado a un colosal desastre, como les ocurrió a los cubanos que perdieron la más elemental competitividad en materia azucarera y tabacalera, prolongándose – en la práctica – el llamado “período especial”.

En la historia nada virtual, la derrota política y militar de las guerrillas tuvo por principal referente los comicios generales de 1963, pero continuó firma la ilusión en muchos sectores que, valga subrayar, por minoritarios que fuesen, sometieron a una dura prueba al primer gobierno de Caldera con hechos violentos, movilizaciones de protesta y provocaciones sistemáticas que Maduro Moros, hoy, no tendría la menor idea de cómo sortear airosamente. Y, como hemos visto por estos años, la perversa combinación de una intensa y despiadada propaganda con la feroz y cruda represión facilitada por la censura, hubiese sido la única respuesta que puede y pueden dar, como en efecto ha ocurrido por motivos más modestos.

Además, triunfo – puede decirse – guerrillero diferido por algunas décadas, infiltrada la institución castrense, ya sabemos las consecuencias en la otrora promesa que fue el siglo XXI: una crisis humanitaria,   negada  e implacablemente reprimida, por decir lo menos.  Luego, con sus bemoles, puede aseverarse que la historia sí es y, nada divertida, muestra la utilidad de la política-ficción – devenida terrible realidad – amparada por la razón.

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