El chantaje como política pública

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Los expertos y sobrevenidos profetas de todos estos años, por siempre advirtieron de los peligros de llegar al fondo de la crisis para el régimen, presumiéndolo de un mínimo de pudores constitucionales. Advertida con suficiente antelación, la crisis humanitaria ha significado el descenso a todos los fondos posibles, constatando – por una parte – la firme y temeraria voluntad de reprimir a la población, llevándose por el medio el texto de 1999, y – por la otra – emplear todos los medios posibles, subastando al país, a objeto de un no sabemos cuán básico alivio de la escasez y desabastecimiento, por definición, imposible: la hiperinflación ensombrece todo gesto delictivo.

Los gobernantes de tan prolongado turno, saben muy bien del descontento masivo que urge de los canales institucionales para no desbordarse, pero los niegan, manipulando y saboteando el proceso revocatorio, y – peor – procurando tentar con la violencia a sus adversarios, violentándolos. Sin dudas, están dispuestos a prefabricar una guerra civil como el último recurso del chantaje al que, en variadas ocasiones, apeló el extinto presidente.

Igualmente, están conscientes del formidable fracaso de todas sus políticas, medidas, dispositivos o, en definitiva, improvisaciones en el campo económico, pero desean sobrevivir a cualquier precio, corriendo la arruga.  Sin embargo, no hay posibilidades materiales, reales y palpables para hacerlo, por lo que, en lugar de rectificar y cambiar de rumbo, haciéndose tarde para todos, ponen en venta al país mismo: el llamado Arco Minero, pasándole por encima a la Asamblea Nacional que lo ha denunciado, con ecocidio y matanzas de mineros que lo enmarcan, reportará más de cinco mil millones de dólares – se dice – en una operación que servirá para atenuar un poco la situación, añadida la oportunidad de raspar la última olla que les queda en el festival de la corrupción de más de década y media.

Lo poco o mucho que ha entrado o entre de dinero, servirá para la importación de algunos urgentes renglones de alimentos y medicamentos, pero serán distribuidos cuando políticamente les convenga más, aunque el infeliz propósito no sea alcanzado, como ocurrió precisamente en las vecindades de los últimos comicios parlamentarios. Un vulgar, masivo y vil chantaje, que gotea la mar de inmoralidades de una larga y fatigosa gestión que arrasó con todos los recursos que tuvo el país, añadida la etapa de los más extraordinarios ingresos petroleros de toda la historia.

El país los conoce suficientemente, la comunidad internacional sabe quiénes son. Nadie está dispuesto a dejarse chantajear, porque ha sido la “política pública” siempre empleada, concebida e implementada para salir de sus apuros políticos, incluso, internos: nada nuevo bajo el sol.

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