Valió la pena el “Pacto para el progreso de todos”

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El artículo que hoy comparto con mis lectores es escrito imaginariamente por una dirigente política nacional de los años 2040, cinco lustros en el futuro, cuando yo no estaré ya por aquí. Para el momento de desembarazarnos de la última dictadura ella era una joven veinteañera llena de energía y de ganas de cambiar a Venezuela, tenía uno o dos años de haber culminado un Diplomado en Liderazgo, y en el artículo que escribe como dirigente cuarentona le narra a un muchacho cómo Venezuela pasó de la situación que vivía en 2016  a lo que vive en aquel momento. Se lo dedico a tres de esas futuras dirigentes, que quieren promover un Pacto.

… Comienzo por decirle a los jóvenes que nacieron en los últimos veinte años, fundamentalmente  a quienes llegaron después de 2020, que no siempre Venezuela fue un país de clase media ni experimentó dos décadas seguidas de mejoras de bienestar como las que ha habido desde que ellos están aquí. La historia nos cuenta que la última vez que eso había sucedido fue hace más de setenta años, cuando en los primeros veinte de la democracia los venezolanos de entonces disfrutaron de los momentos más brillantes de la historia que conocían, como resultado de haber aplicado algo que habían llamado el Pacto de Punto Fijo.

No, muchachos, hacia 2016, cuando yo tenía la edad de ustedes, Venezuela tenía más de las dos terceras partes de su población en la pobreza, estaba sumida en una honda crisis que había ido profundizándose por cuatro décadas, y solo comenzamos a salir de ella cuando nos unimos y logramos sacar del poder a una dictadura que por diecisiete años había engañado a los pobres con un cuento populista de lucha contra la clase media, mientras robaba, violaba los derechos de todos, destruía la economía, entregaba la administración del Estado a gente sin ninguna capacidad ni ética, y delegaba las decisiones más importantes en jerarcas de otro país.

Lo que tenemos hoy, una población altamente mayoritaria de clase media y un nivel de pobreza que es menos de un tercio de lo que había en 2016, así como el progreso sostenido que hemos vivido en los últimos veinte años, son  resultados de algo que comenzó tan pronto expulsamos a la dictadura, cuando los liderazgos de los partidos, de los trabajadores, de los empresarios y del gobierno de transición acordaron un Pacto para el Progreso de Todos. Los  primeros años de esa transición fueron muy duros, pero la esperanza de la superación se mantuvo porque desde el principio hubo señales de que todo comenzaba a mejorar, y cinco o seis años después, a mediados de los años 20, ya se había abierto el camino para un nuevo recorrido de  progreso con equidad, que se consolidó y hoy lleva casi veinte años generando logros.

En efecto, desde hace dos décadas ya había comenzado a reducirse la proporción de los empleos informales y precarios hasta llegar a los niveles muy bajos que hoy tenemos. La inmensa mayoría de los venezolanos disfruta hoy de la cobertura de un sistema eficaz de seguridad social como nunca antes había existido, cuyas estructuras acordaron trabajadores, Estado y empresarios en el Pacto. Las condiciones del hábitat en todas las ciudades incluidos sus barrios populares, que eran en extremo precarias por allá en 2016, en quince años de aplicación del Pacto habían alcanzado los estándares altos de seguridad y de prestación de servicios que hoy conservan, como resultado de programas en cuya concepción y financiamiento se comprometieron y participaron el gobierno central, los poderes locales,  gremios de profesionales y asociaciones de empresarios. Y  los sistemas públicos de educación y salud, después de siete años de ejecutar el Pacto ya ofrecían y siguen ofreciendo acceso real a toda la población, si, a toda la población, manteniendo niveles de excelencia en la calidad de sus prestaciones, que alcanzaron como resultado de la aplicación de algunos de los convenimientos. Porque hubo acuerdos que obligaron al gobierno central a delegar esos servicios y su financiamiento en los poderes locales, que hicieron mandatoria la consideración de las opiniones de las comunidades en las decisiones relativas a ellos, y que abrieron los sectores a iniciativas de responsabilidad social del sector privado.  

En el telón de fondo del escenario que les describo, muchachos, está un crecimiento económico sostenido que ha mantenido la inflación anual en niveles de un dígito bajo, que ha favorecido la aparición y el sostenimiento de empresas grandes, medianas y pequeñas, y el florecer de muchos emprendimientos populares, y que en consecuencia ha ofrecido cada día más y mejores empleos, lo que ha provocado un crecimiento de los salarios reales y el acceso de muchas familias de  trabajadores  al  mercado de viviendas, lo que era desconocido en Venezuela desde hace sesenta años, desde el inicio de los años 80 del Siglo XX.

Y la economía ha podido mostrar esos logros sin descarrilarse nuevamente como lo había hecho después de los episodios de crecimiento de la segunda mitad del Siglo XX y la primera década del XXI porque también desde hace más de veinte años, como parte de los compromisos del Pacto, el Estado asumió conductas distintas a las históricas, comenzó a promover con ánimo los mercados, a evitar la inflación y a estimular la productividad y la competencia. Por una parte se alejó de los roles de interventor y de gobierno-empresario que pretendía jugar hasta principios del Siglo XXI, por la otra se apegó a una estricta disciplina fiscal sometida a control efectivo por el Poder Legislativo, y por último los partidos, que ejercen el poder al llegar al gobierno, se vieron limitados para el uso populista de las rentas extraordinarias del petróleo y la minería, ya que el Pacto estableció que estas deben ir a fondos exclusivamente dedicados a la creación de capacidades de la gente y a apoyar políticas anti cíclicas.

El Pacto, negociado tan pronto salimos de la dictadura socialista, implicó una gran conciencia del gobierno de transición y de los líderes que en aquel momento dirigían a los partidos y las organizaciones de empresarios y trabajadores, entre otros, ya que sus acuerdos establecieron obligaciones estrictas que modificaban las conductas habituales de las partes, cambios que a primera vista parecían enfrentarse a sus intereses.

El cumplimiento de los compromisos premió con creces a los verdaderos intereses esenciales de esas partes y de Venezuela toda, porque más tarde hizo posible alcanzar  los logros de seguridad jurídica, de educación y salud, de crecimiento económico sin inflación, de cobertura de la seguridad social y de mejoras del hábitat, los empleos y los salarios reales. En pocas palabras, el cumplimiento de los compromisos del Pacto hizo posible que Venezuela sea hoy un país floreciente de clase media en el que todos disfrutamos de libertad, después de haber vivido cuarenta años de pobreza y exclusión. ¡Valió la pena!

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