El seguidor de Jesús no puede ser chavista

 

Hoy comenzó la Semana Santa y la oportunidad de entender cómo una persona tan buena fue apresada, torturada y asesinada. Es también un espacio para meditar como Jesús, muerto y resucitado, se solidariza con los inocentes. Su resurrección manifestará cómo Dios, el Padre de Jesús, no se pone del lado de aquellos que infligen el mal. Al contrario, se pone a favor del inocente; del que sufre, del lado de la víctima. La resurrección de Jesús muestra cómo Dios siempre opta por aquellos que sufren las injusticias.
El seguidor de Jesús, que no significa participar en una religión pero sí implica vivir humanamente como él vivió, tiene la tarea de evaluar las realidades concretas e históricas de su entorno. Al analizar la nuestra, encontramos la falta de ilación que existe entre la persona que se hace llamar seguidor de Jesús y aquel que comulga con el pensamiento revolucionario enarbolado por el finado Hugo Chávez y hoy día continuado por Nicolás Maduro.


Nuestra realidad latinoamericana sufre muchas tentaciones. Destaca la de asumir a los pobres y a las víctimas sólo por el camino violento o armado. Muchas personas han equiparado –e incluso desplazado– la imagen de Jesús con la de Hugo Chávez. La utilización inapropiada del nombre y de la imagen de Dios ha sido una práctica frecuente y habitual en los seguidores del Gobierno. La imagen del Dios encarnado ha buscado ser amoldada a un proyecto político excluyente, en donde impera la descalificación del “otro” por su modo de pensar divergente, donde aquel de pensamiento distinto es visto como un enemigo de la patria que debe ser reducido a la mínima expresión.


El finado presidente Chávez procuró en varias ocasiones manipular los símbolos cristianos con un propósito evidentemente político. Luego de su muerte, sus adeptos presentaron “La Oración del Delegado”, equiparando la figura del presidente a la imagen de Dios, dándole el título de “Chávez, el Cristo de los pobres”.


Hoy día no se guarda la fe como instancia crítica de la acción. Se han tergiversado los signos más sagrados. Se nos ha intentado inocular la idea de un Mesías político, lo cual sólo ha servido para atornillar en el poder un proyecto que genera dependencias y termina convirtiendo a los sujetos en súbditos de un modelo.


La idea de un dios hecho es contradictoria, ya que un dios nunca puede entrar en la categoría de lo hecho. Siempre lo que se hace es criatura y quien crea es creador. Lo divino es exclusivo de Dios. La criatura siempre es limitada y no plena, le falta algo. Se diferencia de Dios que es plenitud; a quien no le falta nada y se basta a sí mismo.


Hugo Chávez necesitó volverse un culto para poder seguir existiendo y darle vida, en el imaginario colectivo del pueblo, al proyecto político que no lo tendría a él en la cabeza, pero sí como referente. La sucesión del poder de Chávez a Nicolás Maduro manifestó que se busca la creación de un linaje y no un proyecto político. La mitologización de Chávez hoy día supera el mausoleo construido para el reposo de su cuerpo y abarca hasta instituciones gubernamentales.  


Más  allá del intento de desplazamiento de la imagen de Dios por la de Hugo Chávez, ¿qué otro indicio podemos sustraer de la realidad que nos sirva de pista orientativa para expresar la real incongruencia que supone llamarse seguidor de Jesús y denominarse chavista a ultranza? La dimensión humana.
El actuar como “ser humano” no puede referirse a un mero acto racional sino a un estilo concreto y propio de vida. Un estilo basado en la humanidad debe subrayar las características de apertura al otro, expresar gestos de benevolencia, comprensión, afecto, ternura, misericordia y perdón. El hombre se vuelve más humano en la medida en que vive desde la alteridad: como un salir del estado de ensimismamiento propio del hombre y una avocación total hacia la comunión con el otro.


Esa es la tarea del seguidor de Jesús: vivir en el ámbito donde lo humano sea parte articulante de la realidad, donde el modelo de arquetipo, prototipo y figura de humanidad, encarnado en la persona de Jesús, se haga realidad y cuente con sujetos que vivan humanizando y haciendo posible una vida realmente humana. (Gaudium et Spes, 22). Jesús de Nazaret reveló con su vida quién era Dios: un Padre Bueno y Misericordioso. Con el acontecimiento de la Resurrección muestra que se encuentra del lado de las víctimas y se opone a prácticas históricas como la injusticia y la pauperización de las sociedades.


Hoy día vivimos en medio de una coyuntura política donde los líderes de turno están de espaldas al pueblo. No existe asunción de las fallas que comete el Estado y todo mal es achacado a una burguesía. Impera el drama hospitalario de pacientes terminales que luchan por su vida ante la mirada impávida de los responsables gubernamentales. El desabastecimiento y el poco valor adquisitivo de nuestra moneda son justificados con el ideario de una guerra económica, al punto de que son muchas las familias que consiguen comida producto de lo que encuentran en la basura. No existe un respeto por las instituciones legítimamente elegidas por la mayoría de la población. La violencia generalizada entre unos y otros; entre hermanos, nos va acabando como sociedad y el Gobierno reprime ferozmente a aquellos que expresan su descontento con el esquema imperante. El Estado, en boca de algunos de sus personeros, ha dicho que ¨el peo está prendido y los chavistas estamos resteados¨.


Para el seguidor de Jesús el “otro” es la primerísima imagen de Dios; más allá de que comulgue o no con mis ideales, más allá de que sea de otro bando político. Quien afirma que se encuentra en el recto camino porque cree que ama a Dios, pero sus actos demuestran que guarda odio y rencor a sus hermanos, tiene que quitarse la máscara: permanece en la oscuridad y no ha resucitado. Comenzamos a resucitar cuando amamos a los hermanos. Sin amor fraterno, continuamos en nuestros sepulcros y seguimos muertos.
Quien vive bajo ese esquemas piensa que ama a Dios y quizás hasta cree escuchar su voz, pero vive en una falacia: el criterio es el amor al hermano. El amor que tenga el hombre por otro ser humano no es posible sin ser precedido por el amor de Dios al hombre. El amor del hombre a Dios no será posible sin el amor del hombre al ser humano.


Un auténtico seguidor de Jesús no puede vivir de espalda al dolor y la ignominia que viven cientos de hermanos. No se puede comulgar con una concepción cristiana basada en el amor y el servicio (Jn 13, 34-35; 1 Cor 13, 2.13) y una praxis deshumanizante y de espaldas a la realidad como la que vive el país (Hab 2,12;  Prov 29, 2. 16; Mt 20, 25). La persona que se hace llamar seguidor de Jesús no es mera individualidad o soledad, sin nada que ver con lo que le rodea. No podemos lograr nuestra plenitud a espaldas de las criaturas y sirviendo a un proyecto que domina, abusa, explota y actúa despóticamente hacia el entorno.


Solamente Dios es Dios y aquel que pretenda ser dios, se convertirá en un ídolo, exigiendo víctimas y lográndolo asesinando, mintiendo y empobreciendo a los demás. Que un Dios se haya hecho hombre, ocurre una sola vez en la historia, pero que un hombre quiera ser Dios, ocurre todo el tiempo, más aún cuando viven de espaldas a la vida fraterna y no centran su acción en el respeto por la dignidad del ser humano.

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