El escrache: la cacería de brujas del siglo XXI

El escrache es un fenómeno social que surge a mediados de la década de los 90 en Argentina, cuando un grupo de activistas decidió reunirse en los alrededores de las oficinas y hogares de los antiguos genocidas del régimen militar para protestar contra la amnistía y la impunidad, todo con la finalidad de hacerlos pagar a través del escarnio público. En otras palabras, se podría decir que el escrache es un tipo de manifestación que consiste en la congregación de un grupo de personas ante un organismo o localidad para denunciar a una persona que ha hecho una mala gestión pública o ha cometido un crimen.

Sin embargo, si alguien hubiese utilizado esta palabra hace un par de semanas en algún rincón del territorio nacional lo más probable es que se hubiese encontrado con que pocos tenían conocimiento de qué era el escrache. No obstante, la situación crítica que ha vivido Venezuela desde que a finales de marzo el Tribunal Supremo de Justicia declaró como inconstitucional y privó de sus poderes a la Asamblea Nacional ha dejado una necesidad en sus ciudadanos de buscar nuevas maneras de protestar y hacer frente ante las injusticias y desigualdades que han dejado el régimen chavista-madurista. He aquí cuando se recurre al afamado “escrache”.

De forma general, cuesta mucho decir exactamente cuándo lo empezamos a usar, porque, seguramente, llevamos años haciéndolo. Vale recordar aquella vez que la esposa de Roque Valero fue expulsada del Plaza’s de Los Naranjos o cuando el propio Winston Vallenilla fue caceroleado en un restaurant caraqueño. Así que sí, es un acto que llevamos años practicando. Pero, ¿se nos está saliendo de las manos?

En el contexto actual, se podría señalar como el primer escrache relevante a la situación que se presentó el pasado 7 de mayo con Lucía Rodríguez, la ya polémica hija del alcalde del municipio Libertador de Caracas. La chica se encontraba en el famoso puerto de Bondi en Australia, donde reside actualmente, cuando un grupo de venezolanos exiliados se le acercan para exigirle que se pronuncie ante la situación del país y la posición de su padre. La muchacha no responde y los manifestantes son apartados por alguien que parecía ser algún tipo de guardaespaldas, o agente de seguridad. Por ahora, vamos con lo inocente.

Otro de los casos que adquirió relevancia ante la luz pública ocurrió poco tiempo después, y se produjo en Madrid. El suceso ocurrió cuando aproximadamente 200 opositores se congregaron en las afueras del centro Venezuela Diversidad Cultural el pasado 11 de mayo, sitio en donde se pretendía de llevar a cabo el evento “Venezuela por la justicia y paz”. El asunto fue denunciado por el embajador de Venezuela en España, Mario Isea, como un “secuestro”, mas la Policía de Madrid alega que la protesta se llevó a cabo sin ningún incidente. De nuevo, protestar ante eventos y personas que se consideran criminales o poco honestas no es malo ni incorrecto.

Pero, ¿qué pasa cuando lo llevamos más allá? ¿Cuando decidimos publicar información privada y, en casos, delicada a través de las redes sociales? ¿Cuando nuestra protesta empieza a rayar en acoso? Pues esa es la situación en la que nos encontramos en este momento.

En el instante en el que se crean y se promueven cuentas en redes sociales, en especial Twitter, que tienen como fin único la difusión de imágenes y contenido (muy pocas veces respaldados por fuentes, por cierto) que buscan el acoso y la ofensa hacia supuestas personas que van desde oficiales militares y funcionarios públicos hasta los familiares y amigos de los mismos, caemos en un panorama en donde el venezolano busca y exige la justicia por sus propias manos, se empieza a ejercer una retorcida noción de la Ley del Talión, y, además, promovemos mensajes que dicen: ¡búsquenlos y acéchenlos! ¡Tienen que pagar! En un país que pelea por su democracia, ¿es esto lo que queremos sembrar? ¿Un discurso de rencor y odio hacia los demás?

Es lógico y entendible que en el contexto en el que nos encontramos, se esté clamando justicia por todos los medios y que el ciudadano común quiera hacerla con sus propias manos. Pero, ¿quién responde si a alguna de estas personas le pasa algo más allá de los gritos y los insultos? ¿Un tuitero que utiliza la foto de un artista y no da su nombre? No lo creo.

Si buscamos formar país, tenemos que buscar la forma de ejercer justicia a través de la ley, no a través del acoso, y, también, dejar que el sistema democrático actúe como debe. A su tiempo, y a su ritmo.

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