¿Y quién dijo que Borges debió golpearlo?

La imagen de este militar altanero e impresentable, tengo la seguridad de que quedará para la historia de Venezuela por muchas, muchas décadas. Manoteando al Presidente de la Asamblea Nacional, ante la sorpresa de este y, hay que decirlo, ante su impasibilidad.

La reacción general y casi unánime al ver el video del tal Coronel Lugo fue de impresión: la opresión militar duele, quizá, más que el dolor físico. Fue la constatación de la realidad: estamos a merced de una banda de forajidos armados hasta los dientes, y con patente para delinquir contra la gente que juraron proteger ¡Esta es una dictadura militar!

Las reacciones (patéticas)

Suelo decir que los venezolanos no nos movemos en el campo de las sutilezas: hilar fino no es lo nuestro, al menos cuando se trata de política y civismo. Más allá de la razón de fondo (falta de letras: no somos un pueblo con una mayoría estudiada, sino pobre y escasa en formación) la imposición del esquema de polarización es, y no tengo la menor duda, la causante de que siempre busquemos explicaciones en los extremos, y nunca en los matices intermedios.

Una estrategia de control

El maniqueísmo en política ha sido ampliamente usado en muchas partes, y en Venezuela desde que Chávez-dictador llegó al poder. Antes que él, si bien había bipartidismo, no había polarización.

Cuando Chávez crea el nuevo sistema político a medida acuerda, explícita o implícitamente con la oposición que (también) él mismo creó, la polarización: o estás conmigo, o estás contra mí. La oposición oficial se ha servido tanto como el castro-chavismo de esta estrategia: si no estás con Chávez, estás conmigo.

De esta forma, puede que a un chavista no le gustara Maduro, pero votó por él. Y puede que a un opositor no le gustara Ismael «Maisanta», pero también votó por él: la polarización no deja lugar a posiciones intermedias. La polarización aniquila al individuo.

El «ninismo»

De esa manera nace el grupo mayoritario de venezolanos: los niníes. Estando en el medio, han sido (hemos sido, de hecho) vilipendiados, criticados y silenciados por el aparato político «bipolarizador». Paradójicamente, los críticos de esos ambos polos somos, y siempre hemos sido, la mayoría.

Pero los extremos son radicales

Y allí entra Borges, Lugo y las reacciones de la gente. Los primeros en reaccionar nos indignamos ante el abuso del milico, y ante la pasividad de Julio Borges ¡Es lógica la indignación! Pero luego (y suele pasar justamente así) la argumentación se polarizó, ante el planteamiento que lleva al pensamiento crítico al desagüe y obliga a tomar posturas limitadas y nada lógicas: ¿Debió Borges reaccionar con violencia ante la violencia del coronelito?

La gran verdad, y lamento decepcionar a muchos, es que la discusión nunca fue si Borges debió golpear o no salvajemente al militar. La discusión era de qué manera ha debido reaccionar Borges, y por qué no lo hizo. La lógica permite escapar a la camisa de fuerza de Manes, pero la lógica no tiene la fuerza del culto. Las discusiones murieron, y prevaleció la lluvia de insultos entre quienes pidieron la cabeza de Borges, y quienes tuvieron los santos riñones de decir cosas como que su actitud fue una muestra de «autocontrol», una especie de estado elevado de la consciencia que lo llevó a quedarse paralizado, a dejarse ofender y hasta empujar por ese grotesco ser uniformado.

Mi humilde opinión

Borges no es inocente o culpable. No es culpable por reaccionar de una determinada manera. Una reacción es eso: la manera en que instintivamente se responde a una situación.

Ahora bien ¿Borges actuó como esperábamos que actuara el presidente de una Asamblea Nacional que fue electa para derrocar una tiranía? Definitivamente no lo hizo.

¿Borges mostró algún tipo de dignidad en su reacción? Ciertamente, no lo hizo.

¿Qué ha debido hacer Borges? Al menos, parársele enfrente a esta piltrafa y decirle ¡Tu a mí no me vas a manotear!

Porque ¿Saben qué? Los ochenta y tantos asesinados (hasta ahora) por esos militares como Lugo sí se le enfrentaron a sus opresores, en actos de dignidad que los convirtieron en verdaderos héroes.

Y además ¿Saben qué? Esos que están perdiendo la vida por la patria son los electores de Borges, son los que lo eligieron para que condujera una transición a la democracia.

¿No ha debido Borges, en honor a estos héroes, y honrando nuestros votos que lo llevaron a ser diputado, tener al menos la dignidad de decirle a Lugo lo que los ciudadanos pensamos y sentimos?

Lo más seguro es que nos hayamos equivocado eligiendo a Borges como nuestro dirigente ¡Sólo ruego a Dios que no todos los diputados sean como Julio Borges!

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