De la arquitectura-pancarta

Herencia de la concepción “ta’baratista” de la Venezuela petrolera que estéticamente formó a sus propietarios, probablemente la mejor muestra de la arquitectura hecha para los venezolanos agraciados de este siglo, se encuentra en los lugares más recónditos del exterior. Quienes lograron sacar grandes capitales en la era del control de cambio, hoy limitados, porque – sencillamente – nos quebraron, excepto la rentabilidad de los negocios más turbios que nos insertan en el odiado circuito capitalista internacional, disfrutan del diseño sincrético de sus grandes inmuebles, mezclando el mal gusto de las extravagancias expuestas en sus muchas o pocas apariciones públicas, con las recomendaciones de los más costosos profesionales del ramo

Quizá uno que otro, se atreva también a edificar acá, optando por la remodelación un poco más prudente que deje huellas de los viejos esplendores. Tramitando su ascenso, la lumpen-burguesía, cual trofeo, suele habitar casas que la sola reminiscencia de sus antiguos dueños, dejan constancia de la súbita movilidad social de estos años.

De escaso mérito, la construcción de los edificios de la llamada Gran Misión Vivienda tiene por rúbrica, no otra que la literal del antecesor, esperando el sucesor por estampar la suya en la terca recordación de los benefactores que únicamente prestan los apartamentos. Una arquitectura de la urgencia, simple y emblemática, que poco abona al paisaje, apuesta por una densidad de construcciones que, además de no garantizar la prestación adecuada de los servicios básicos, afianza la agorafobia en medio de la creciente ruindad urbana.

De juzgar el aporte arquitectónico más significativo del régimen, por razones obvias debemos apuntar a las sedes oficiales y oficiosas. Por más modesto que sea el jefe de alguna dependencia pública, debe ligar su suerte y estabilidad burocrática a la exhibición de grandes pancartas que promuevan al antecesor y al sucesor, con el mensaje inequívoco de adhesión que el presupuesto le permita, importando nada que el inmueble tenga alguna significación patrimonial.

No hay edificio público, fuere un amasijo de cubículos que se diga tal o una mole de prodigiosos ascensores, que no sirva de literal colgadero de enormes sabanas estampadas para robar la mirada de los transeúntes, por hastiados que se muestren al pisar las calles, avenidas y autopistas. No obstante, los burócratas que encargan o diligencian los pendones, por ahora, no se atreven a autorretratarse con los supremos jerarcas, evitando el disgusto de los intermedios, como posiblemente desearían hacerlo cuales pastores evangélicos que se empeñan en las grandes vallas, junto a la familia, como si fuese un título de propiedad sobre la feligresía que congregan. Además, dirá el oficialista, es demasiado riesgoso quedar marcado a la vista de todos, pues, la “chapa” es para momentos estelares o cruciales de la vida cotidiana.

Uno de los más insignes ejemplos de la arquitectura-pancarta, lo encontramos en la sede principal del SAIME, cuyo director, en reciente entrevista televisiva (https://www.lapatilla.com/site/2017/10/20/director-del-saime-asegura-que-prorroga-de-pasaporte-se-tramitara-en-48-horas), nada refirió sobre el atentado a la obra de Gustavo Guinand van der Walle que alguna vez armonizó con el conjunto del Centro Simón Bolívar. Ya por muchísimos años, es un tendedero de consignas y fotografías que realzan a los prohombres del régimen, sin piedad alguna: faltando poco, modificándolo estructuralmente, como lo denunciamos en su debida oportunidad, está a punto de culminar, si no de proseguir, la construcción de otras plantas adicionales que irrespetan el valor patrimonial para una Caracas licuada por el deterioro y el olvido.

Las grandes telas sintéticas, empeñadas en una promoción sin destino, enfermizo envoltorio que dice abaratar la precariedad del inmueble, no sólo golpean la memoria colectiva, sino que nos desarquitecturan, dándole una entera fragilidad a la mirada en constante mudanza. Reempapelada constantemente la edificación, por obra de la intemperie, no hay más referente que el tozudo disfraz de ocasión.

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