Nunca antes el desafío había sido tan grande
Editorial #388 – Es lo que toca

 

Hace mucho que la Navidad dejó de ser lo que era en el país. Parecen tiempos muy lejanos aquellos en los que las fiestas de fin de año pintaban de luces las calles mientras éstas se llenaban de gente comprando comida y “estrenos”, con las infaltables gaitas de fondo.

Hoy la vida es otra en Venezuela y estas fechas no son la excepción. Lo más dramático es que cuando pensamos que hemos tocado fondo, siempre terminamos estando peor.  

Millones de ciudadanos pasan sus días buscando cómo subsistir. Con una inflación desbordada de casi 2.000 por ciento al cierre del año y salarios de hambre –el sueldo mínimo hoy en el país es 325.544 bolívares que, en términos reales, son 3 dólares, el más bajo de la región-, los venezolanos se las arreglan para estirar lo más posible los pocos recursos con los que cuentan. Pero, a diferencia de años anteriores, por más esfuerzos que hagan, ahora ya no les alcanza. Ellos y sus familias duermen, muchas noches, con hambre.

Lo único peor que un presente trágico como el venezolano es cuando, además, no hay esperanza en el futuro. Esa quizá es la principal diferencia este año.

A pesar de que la situación ya se venía deteriorando aceleradamente, el 2015 terminamos fortalecidos luego de una victoria arrasadora en las elecciones parlamentarias que dejó a la oposición con el control de dos tercios de ese poder y con la promesa de los flamantes diputados de convertir esa victoria electoral en una política que logre el cambio. Nada de lo que se prometió se cumplió.

El siguiente año, en 2016, los venezolanos sufrieron otra gran decepción. La promesa de lograr el referendo revocatorio que termine con el mandato de Maduro y permita el cambio de gobierno también quedó en nada y, peor aún, quienes lo promovieron y fueron sus más recios defensores, tampoco necesitaron mucho para cesar su lucha: aún están frescas las imágenes de los dirigentes de la MUD entregando el revocatorio en una estafa disfrazada de diálogo.

Este año fue diferente. Después de mucho tiempo la esperanza renació entre los venezolanos y se convirtió en una fuerza inédita que no solo los unió, sino también fue motivo de admiración alrededor del mundo. Esa fuerza logró que, por primera vez, la comunidad internacional pase de la retórica a la acción y se convierta en una de las variables más importantes para lograr la libertad de Venezuela.

Lamentablemente, un año histórico por la heroica lucha de millones de ciudadanos, terminó en una nueva frustración, nuevamente en forma de diálogo. Después de dos reuniones con mucha pompa en República Dominicana, el único resultado es el anuncio de un tercer encuentro programado para el 11 y 12 de enero. Eso, en otras palabras, se traduce en más tiempo para el gobierno y más sufrimiento para los venezolanos que viven con hambre, enfermedades y tristeza.

La verdad es que la realidad no va a cambiar por sí sola. Todo lo contrario, ante nuestro apaciguamiento, solo va a empeorar. Es por eso que si para algo pueden servir estas fechas es para la reflexión. Nunca antes el desafío había sido tan grande.

Uno de los retos más urgentes que tienen las fuerzas democráticas del país es la renovación de su liderazgo para que el actual estado de confusión sea superado y dirigido por una coalición política que se caracterice por cualidades como la ética, la valentía, la amplitud y la coherencia.

No es poco lo que tenemos por delante. No será fácil; nunca esta lucha lo ha sido. Pero si algo tenemos que tener claro quienes no estamos dispuestos a rendirnos es que si no lo hacemos nosotros, nadie lo hará por nosotros.

Es lo que toca.

Miguel Velarde
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