Café en pocillo de peltre

Hay una costumbre en la forma de vida actual, íntimamente unida a la cultura de ciudad, que consiste en pensar que la comida viene “del mercado”, es una respuesta automática, especialmente en las edades más jóvenes. ¿De dónde viene el café?, pues del súper-mercado, ¿y la leche?, del súper-mercado, ¿y antes del súper-mercado?, pues de la vaca. Okey, ¿y entonces?

Tal vez, alguien pueda levantarse sobre sus pies y argumentar que no es necesario para el desarrollo de una ciudad que sus habitantes conozcan la labor del campo, pero como muchos de los aprendizajes tomados en los salones de clase, aquel que enseña que la desición de cada uno por limitar sus conocimientos o ampliarlos definirá ser ganador o carnada, predominará por el resto de los días. En Venezuela hemos sido carnada de las importaciones masivas (y el abandono del campo), y del desconocimiento en materia agraria (hast socavar el ecosistema con actividades indiscriminadas).

Para explicar brevemente esto y añadir solo un poco más de material sobre este tema ya ampliamente desarrollado, debemos decir que las pretensiones de lujo que mantienen no solo la comodidad sino la idea de status social, tienen que venir de alguna parte y no precisamente del mercado (de hecho, en el mercado ya están, de dónde viene es el conjunto de procesos previos a este paso en la cadena comercial). Al no existir individuos que decidan tomar las riendas para la creación y surgimiento de empresas nacionales, que desarrollen los elementos de consumo en dicho país, tales elementos (digamos materia prima, digamos derivados) deberán ser traídos de otros países donde sus individuos sí se organizaron para hacer surgir dichas empresas ( y que resultaron no solo perteneciendo a la cadena de producción económica de su respectivo país, sino que además se adentraron en la importación).

En consecuencia de esto tenemos: punto uno, los productos resultarán mucho más costosos de lo que serían si fuesen producidos localmente; punto dos, como país rentista-extractivista hemos gozado (o mal usado, ya decía Uslar Pietri que…. pero nunca se sembró) de un producto que, sumamente cotizado en el mercado, nos ha permitido un flujo constante de divisas y pues eso… bueno, pa’ que sembrar si hay dólares pa’ importar ¿no?, así ha sido que, con tanta facilidad al alcance de papá petróleo, no ha existido el aprecio ni el sentido de valor que otorga el conocimiento, por no hacernos jamás la pregunta de cómo llega a diario un producto a nuestras manos o un plato de comida a nuestra mesa, así es como desconocemos la bendición, las dificultades y desconocemos, también, las consecuencias, aunque tal vez ya las conocemos un poco más con la disminución del precio del barril (¡auch!); punto tres, ocupar las mentes jóvenes con contenidos productivos para el desarrollo de su sociedad es, verdaderamente, construir el futuro de una nación, no hacerlo es destruirlo, las discusiones de la intelectualidad abarcan todo tipo de conocimiento sustancioso, construir una intelectualidad asertiva es discutir los temas que resultan esenciales para el presente y el futuro, no interesarse por conocer el punto de partida de un hecho que da frutos es suicidio social (no es metafórico, la sociedad en serio se lleva a su caducidad).

Ese brevísimo resumen sobre la situación de consumo venezolana es solo una parte, pues resulta que nuestro país presenta una de las tasas de deforestación más grandes de América Latina, visto así, vivir del extractivismo ya no suena tan bonito, pero resulta además que gran parte del porcentaje de deforestación se debe a la conversión de tierras para cultivos y potreros. Casi pareciera que no sabemos hacer nada sustentable. Sin embargo, Venezuela es uno de los ocho países más ricos en biodiversidad, siendo cierto también que no hay motivo de orgullo venezolano en ello, puesto que ese es el regalo de esta tierra linda, y sin venezolanos “Venezuela” no es, en cambio sería un enorme pedazo precioso de naturaleza viva conviviendo armónicamente, por lo que, si en algo podemos encontrar el sentir venezolano, es en nuestras acciones, es decir, lo que le damos a la tierra que tanto nos regala y lo que nos damos a nosotros mismos como nación. Orgullo venezolano no es lo que tenemos, sino lo que somos. La deforestación no solo afecta los suelos, sino también el aire y el agua, si seguimos así ya no solo cometemos suicidio social sino también aumentamos el ecocidio.

Debemos detener esto, dejar de herirnos tanto y comenzar a amarnos, verdaderamente, dejar de llenarnos con tantas futilidades y centrar cabeza en el momento histórico en el cual nos encontramos; hoy día se demandan grandes habilidades de nosotros, esfuerzos que harán surgir los verdaderos héroes. El desprecio por el campesino y las labores del campo es una cadena de ignorancia que debe romperse, no hay nada de indigno en ello y los retrasos tecnológicos que podamos presentar en el aspecto agrícola se corregirán en la medida que tomemos los campos. Porque de allí, amigos, de allí es de donde viene el café que bebemos en nuestras tazas, y tal vez pensemos que una sociedad desarrollada es aquella que no nos hace mancharnos las manos de tierra pero entonces no podríamos estar más equivocados.

Una vez, uno de los integrantes del equipo de Tribus Café Cultural, escuchó a una señora italiana decir que en su país, hasta el que es abogado tiene un pedazo de tierra que cultiva, y si bien no posee conocimientos en la materia contrata o se asocia con personas que sí, pero cultiva. Lo hace porque sabe lo que vale, lo que significa y lo cuida. Esta generalidad no será una descripción exacta de la sociedad italiana, pero sí es un recuerdo basado en las vivencias y no por nada ha quedado impreso como rasgo de generalidad en su memoria. Allí vamos nosotros, queriendo ser Europa -hay que decirlo- a través del consumismo, de nuevo errados.

Sabemos que son palabras fuertes, pero lejos de generar una confrontación, lo cierto es que nuestra realidad no es menos severa. Venezuela necesita que los venezolanos siembren la tierra, siembren comida, siembren amor, siembren cultura, siembren conocimientos, siembren el cambio, si no lo hacemos seguiremos estando en un error y seguiremos pagando altísimas facturas a causa de ello.

La verdad es que desde Tribus Café Cultural no podemos servir café a oscuras, ignorando la ardua labor del caficultor allá en las montañas y de la vida que hay detrás de los pueblos agricultores, cuya existencia es necesaria para poner las tazas en las mesas; es por ello que estamos conociendo nuevos mundos, trabajando con nuevos amigos, bajo el compromiso de estar aquí para ustedes y el conocimiento de que, antes de llegar a nuestras manos, el café vino de la tierra.

Barbara Uzcategui
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