Lo que nos une

En tiempos donde la fuerza de sobrevivir nos aleja de los demás para perseguir la salvación, la selva suelta sus voces de jauría para que correteen por las calles, ansiosas y desesperadas, no siendo enemigas de nadie, estas voces levantan los gemidos de una sociedad que no puede esconder la cabeza en tierra, como el avestruz, para obviar su realidad. Caracas, la ciudad que ha vivido sola rodeada de mucha gente, Caracas la ciudad alegre que ha aprendido a refugiarse en los golpes y en las miradas que ignoran existencias ajenas, Caracas la ciudad que se encuentra separada dentro de sus hijos, que los ve pasarse por encima unos sobre otros, incluso. ¿Será acaso que, además de los dolores de parto, haya algo más que nos una en medio de lo que tanto se ha abandonado?

Les diremos que -tenemos que decirles que- entre los cafés con leche que se pasean por las tardes, en las bocas de los comensales, aún se polinizan las más hermosas conversas en esta Caracas-todavía-me-quedas, y entre las caras sostenidas por las manos del descanso, hombres y mujeres se miran, se hablan, se sonríen. A la vista de nuestros ojos las chácharas permanecen y se juntan al unísono de una voz que reza que “ya sea para morir o para coronarnos sobrevivientes, vamos al ruedo juntos, no me dejes solo, no me dejes sola, no nos dejemos solos”, en esta Caracas-me-ardes.  Y desde el dejo de los suspiros en los guayoyos que se sirven colados, los dientes se mecen entre historias suspiradas al melancólico y siniestro temblor de situaciones que no se resuelven, y quién sabe cómo o cuándo han de hacerlo, aquí donde Caracas-bésame-mucho; hallando tras los macchiatos servidos historias de toda una vida, que traen de vuelta la valentía de señores que pedimos logren multiplicar sus espíritus en otros cuentos, y que estando entre comensales que saben que pueden llegar hasta acá para leerse un libro, se alza en esta Caracas-que-me-estás-matando los versos revelados contra el smog, en los sueños de jóvenes en quienes reposa, dentro de sus costillas, el verdadero valor de nuestras futuras generaciones.

Caracas, Caracas la sola, la ciudad de los nombres olvidados, la única en donde cada esquina de cada tramo daba honor a una historia, todas perdidas ahora entre el ruido de las cornetas y la buhonería. Caracas a la que mentimos, Caracas en donde olvidamos, Caracas que de aquí me piro, Caracas pero es que coño vale… La ciudad donde los mangos se pierden en temporada mientras que en Europa conseguirlos cuesta tanto como pagarlos; esta ciudad donde hombres se cepillan, se bañan y se orinan en las fuentes de sus plazas que, se supone, rinden tributo a grandes escultores de un siglo dorado que fue robado. Esta ciudad, donde la Sayona aguarda en una taguara bebiendo birras esperando a que regrese la época en que vuelva a dar miedo; Caracas la de los panas, la del Beta, la de los convives, Caracas o-sea jelou, Caracas ya bórralo.

Estas calles que nos quedan, estos bulevares, estos teatros, estos centros de arte, refugios de los que sienten, se van tornando tornasoles a la espera de volver a respirar en medio de tanto alboroto e incertidumbre. Y a los pies del Ávila, que sigue siendo imponente, el valle guarda las más oscuras, tiernas y dolientes historias de amor -como han de serlo siempre- tras un café negrito, negrito como tus ojos, cariño. Los techos rojos se resquebrajan resistiendo los impactos de piedras con la certeza de que esta, a pesar de todo, siempre ha de llamarse La Sucursal Del Cielo, así el cielo termine por incendiarse un día. Y tras las tardes que tristes van arrastrando la noche que se ha enfermado, y hemos terminado por extrañar tan profundamente, los caraqueños (o no solamente), los venezolanos (o no solamente), se juntan en un canto unísono que se despliega exclamando que para vivir hay que estar parado, y que si en cambio se ha de morir entonces se muere de pie porque ya qué carajo, porque pa’ hacerlo de rodillas mejor sentir el asfalto bajo las plantas. Parece ser que después de todo, allí vamos, el tumulto que no se deja cosificar a pesar de cada instante indolente en esta Caracas-me-dio-por-quedarme-a-hacerte-compañía.

Barbara Uzcategui
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