Las agujas del pajar

Para dejar huellas hay que estar vivo, y para vivir hay que tener guáramo. Y vale la pena todo esto bajo el paraguas del conocimiento de que nada es absolutamente turbio ni absolutamente frondoso, sino que los matices nos dejan sonreír de llanto en llanto, sufrir dentro de las más tremendas alegrías, y cuanta otra circunstancia posible logre emerger de la gradiente de ese andar por allí existiendo. A causa de ello nos hacemos de nuestros propios instrumentos -como el ser humano de la caverna, que contaba con piedra y hueso-, para lograr cruzar las calles y las avenidas a diario; a propósito de esto, se ha de considerar que el venezolano está en pleno apogeo del desarrollo de la creatividad, algo maravilloso que se puede rescatar de esta sopa, y vaya que vamos a prender una vela para pedir que nunca el rencor nos nuble la vista de aquello a lo que podemos tender la mano para apreciarlo mejor, porque precisamente, esos episodios buenos, que llegan consecuencia no premeditada de circunstancias desagradables, son el punto clave y la herramienta que vence nuestros insomnios.

Es, por ejemplo, contraproducente que todo trabajo artístico se desarrolle, en este momento, desde la desidia o el pasotismo, si bien los ejecutores se cansan o se indignan o se enferman, y todo esto es válido en la vida social, el descanso, la tranquilidad y el aislamiento ameritan, porque cuando lo material se desvanece con el viento, dejándonos únicamente con lo que llevamos por dentro, la expresiones artísticas nos salvan y salvan a un montón de gente, trayendo consigo posibilidades a considerar. Es estar en plena conciencia de saber realmente a quién afecta lo que se decide hacer, de tal o cual forma, o dejar de hacer; pero también lo que eso deja dicho de nosotros y, finalmente, si cumple con nuestro objetivo, es decir, si nos saca de la frustración. Porque de intenciones no se mueve el mundo, siendo en absoluto irrelevante si son buenas, hay que ser francos para poder franquear. Así que si al decir que vamos haciendo no va pasando nada, no va mutando nada, hay que enfrentarlo: no estamos haciendo nada. Ni para la intimidad de nuestras conversaciones con nosotros mismos.

Conservamos: los muchachos que juegan pelota en la plaza al salir del liceo, todavía con los uniformes encima; el cuidador de sala que destaca frente el resto de los peones de seguridad, porque disfruta de trabajar rodeado de tanto legado; los soñadores que lograron convertir la idea de un sueño en una idea real, como quienes tejen una mortaja del hilo que les va brotando de la cabeza; los buenos modales, en algunas personas; los contadores de historias que van por ahí, alegrándole la vida a la gente a punta de anécdotas; los rotos, con hilo en mano, que esperan a otro roto para coserse y seguir continuando; Billo Frómeta, en youtube; los libros que una vez compramos o nos regalaron, llenos de cientos de personas; la espuma, las garzas, las rosas y el sol; el contraste de luz y sombra a las nueve de la mañana y a las cinco de la tarde; el cilantro, el ají dulce, las mangas, las tajadas y el aguacate; la felicidad de los niños que corretean como si el mundo fuese el mismo hoy, mañana y siempre, sin concebir nada malo en él; las personas que se reúnen alrededor de una mesa, así haya poco en ella; la echadera pa’ lante; las palabras; el sujeto que se acerca hasta uno para pedir un favor, nuestras ganas ayudarle y el encanto de un “gracias”; la noción de habitar en miles de dudas; y el otro, que anda en las mismas.

Si es cierto que los tiempos se agendan solos, vamos a respetarlos por nuestra parte; mirar cuando haya que mirar, callar cuando haya que callar, decir cuando haya que decir, y así para reír, o llorar, o cantar, o dormir, o vivir, o morir, o resucitar. O lo que sea que vaya apareciendo, lo que sea que resulte. Porque vivir es como echar un paso, a veces te toca bailar con alguien de pies chuecos y a veces con quien hasta lo hace mejor que tú, pero más allá de eso, cada pieza que se concede, deja demasiadas cosas impresas como para resumirlo todo en un absolutamente malo o absolutamente bueno.

 

Barbara Uzcategui
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