Pretencioso

Se asomó. Lo hizo con mucho orgullo. Se creía el Rey, razón de sobra para creer que era único, perfecto. Entró bailando, sin ser invitado, eso no era su problema. Lo habían educado para este trabajo y, por supuesto, lo haría de la mejor manera. Se dejaba llevar al ritmo de un sonido extraño, como una música que le daba tranquilidad. Sabía hacer muy bien las cosas, por eso era respetable. Para ejercer a plenitud tenía que ser muy responsable. Se trataba de cuidar todo un regimiento impecable, de punta blanco, que defendían la entrada, esa era una de sus funciones.

Conocí sus defectos un día como cualquier otro. Fue cuando se levantó en la mañana con todo tipo de dolores, como si estuviera muriendo. Tenía varios meses de haber sido contratado, por encima se veía bien. Su aspecto no daba lugar a dudas pero, aun asi, podria representar un peligro. Mi primera impresión fue muy buena, despedía compromiso. Al fin y al cabo, por eso lo habia contratado. Más adelante surgieron sentimientos que afectarían su rendimiento, pero era muy hábil para permitirlo. Me extrañó su dedicación para hacerse notar, pero me reconfortaba. Estaba muy pendiente de no dejar un cabo suelto, por eso reunía a toda la tribu dos veces al día. Inevitable no admirar tanta precisión. Con el tiempo, perdió esas cualidades.

Empezó por tomar decisiones sin consultar. Eso no le gustó a los guardianes. De inmediato tomaron medidas para defender la tropa. Cerraron la puerta. Era locuaz, por eso llegaba a ser persuasivo. Prefirieron ser cuidadosos, para evitar posibles riesgos. La función de ellos era proteger a la familia. No podían permitir su acceso, sin antes firmar un acuerdo de exclusividad para formalizar la relación. Eso era de vital importancia en estos casos, una medida sanitaria. Se resignó pero, le pareció una pérdida de tiempo, pura burocracia. No pensaba, entrar en discusiones estériles. Sabía de antemano que, tarde o temprano, comenzará a cumplir con sus labores.

Para ese entonces, mientras esperaba, en un descuido de los guardianes, la vio y quedó embelesado. Tenía una piel impecable, rosada. Fue un flechazo. La habían tenido oculta, por eso le pasó desapercibida cuando se asomo la primera vez. Al ritmo de mis órdenes, hacia movimientos, para justificar su presencia. Ella no tenía sustituta, por eso se esmeraban en cuidarla. En aquella casa, todos conviven en armonía. Era grande e inquieta, al punto que le costaba acomodarse. Tenía un temperamento que se ajustaba a mis exigencias. Su virtud era moverse, ser autónoma, en cierta forma, mantener el control, de manera imperceptible. Era además voluptuosa. Parecía inofensiva pero, cuando hacía falta, como en este caso, ordenaba a los guardianes aumentar la defensa.

En realidad no necesitaban la advertencia. Siempre hacían su trabajo con esmero, sobre todo después del accidente que los destrozó. De inmediato recibieron su ayuda, porque era una experta en alegatos. Esa era, una de sus múltiples funciones. Formaba parte de un conglomerado en el que cada quien cumplía sus tareas a la perfección. En aquella casa, todos trabajaban en función de la paz y la armonía. Él aguardaba para cumplir la suya, sentado en un lugar cerca del espejo. No podía hacer otra cosa.

Ella era admirable, capaz de reclamar a ese regimiento, que podía llegar a ser muy peligroso, incluso con ella. Cuando se ponía muy inquieta, los guardianes podían y -de hecho, lo hacían- tomar medidas para tranquilizarla. A veces la encarcelaban, otras la torturaban, con varias mordidas, cuando creían que era necesario. Para eso, y muchas cosas más, estaban provistos de una armadura.

Era hermosa, pero ninguno de ellos se daba cuenta. Era una virtud que no les interesaba. Muy serios y orgullosos de su presencia saludable, estaban pendientes de controlar lo que les correspondía -que era mucho-. Él deseaba que le abrieran las puertas para verla mejor y, sobre todo, para acariciarla. Por suerte era una de las cosas que le había encargado. Eso era lo que me importaba. Tenía a sus órdenes hacerse cargo de la limpieza de todos, los pequeños y la grande. Quería que se llevaran bien, para mi bienestar. A pesar de la buena impresión que me causó en un principio, algo me hacía tener cuidado. Parecía rebelde y vanidoso, un peligro para la armonía. Trataría de controlar la situación, lo tendría bien ajustado cuando lo usara, que era cada dia. No le permitiría tener esa independencia a ninguno, no porque fuera una autócrata… ¡Dios me libre!

Todo marchaba bien pero, con el tiempo, sintió celos. Se imaginaba sustitutos y pensaba que tarde o temprano lo iban a descartar. En el fondo, a pesar de las apariencias, era muy inseguro. Ella se sentía bien con él, pero empezó a ser desconfiado; por eso, se volvió ineficiente. Tomó una decisión dramática. Con la complicidad de los guardianes, empezó una ardua tarea para dominarla. De esa manera lograría obediencia total. Cuando me di cuenta, me molesté. Había sembrado su sentencia de muerte. Ella era la más afectada; parecía enferma, como callada, sin entusiasmo. La llevé a consulta médica. El resultado del diagnóstico reveló su incapacidad. Él también estaba mal: la tenía calmada, pero con malas acciones. Se había vuelto un desconsiderado, que no se conformaba con poder navegar por esos lugares tan hermosos.

Se descuidó. Dejó a los guardianes abandonados y empezó a andar del timbo al tambo. Estaba desquiciado. Por eso habían perdido sus trajes blancos -ahora tenían manchas-. Cuando se dio cuenta, todos en aquella casa olían mal. Como era tan metódico, empezó a luchar para resolver los problemas que estaban bajo sus posibilidades. No quería fallar en nada. Estaba aterrado. Fue en ese momento, al verlo tan extraño, que tome cartas en el asunto. Estaba enfermo y muy preocupado. Trató de superar este descuido. Lo logró, pero no por mucho tiempo. Todos volvieron a enfermarse por falta de higiene. Eso era muy, pero muy grave.Terminaría por quedarme aislada, sin comunicación. Nadie querría estar cerca de mí. ¡¡¡Qué horror!!! Estaba tan molesta, que salí a buscarlo donde se suponía que estaría en sus horas de descanso. Lo encontré, adolorido y sin ánimo. Se sentía inútil y culpable porque había comprado la voluntad de los guardianes, ofreciendo más delicadeza y blancura en sus trajes. Ellos eran muy vanidosos y, al fin y al cabo, responsables de la belleza en las sonrisas. Estar sucios era algo que no se podían permitir.

La situación en la casa estaba peliaguda. Le di una última oportunidad, considerando lo que me había costado. Le temblaba todo cuando lo obligue a limpiar la casa. El esfuerzo fue grande. Terminó con un lumbago que lo dejó paralizado. Me vi obligada a buscar un

sustituto. Ninguno era imprescindible, me dije. Había cometido el peor error de su vida. Dejar sucia mi boca que tanto le había encargado. Eso nunca me había pasado. Los dientes, los había protegido hasta el final. No podían estar impresentables cuando se esperaba que se mostraran impecables ante una sonrisa. Por eso se dejaron sobornar. Ni qué de la lengua, la culpable de todo ese amor tan desquiciado que lo había destruido. Un cepillo dental no puede darse el lujo de hacer esas cosas. Con lumbago y todo, terminé lanzándolo a la basura, no sin antes partirle el espinazo-. Se lo merecía.

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