El reino de la desargumentación

 

Convengamos, el análisis del discurso político constituye una disciplina suficientemente atractiva para quienes han deseado e intentado proseguir los estudios académicos en la Venezuela vapuleada de los días que corren.  Cuenta con un desarrollo interesante y un plantel de especialistas, por cierto,  frecuentemente ignorados.

Delimitada a las aulas, la inquietud tiene los severos límites de la consabida situación que padece el país. Así, no existe una industria editorial capaz de difundir y acalorar el debate sobre la materia, escasos son los profesionales que gozan de la posibilidad de una contratación y, en definitiva, prevalece la interesada banalización política impuesta por el régimen a propios y a extraños.

Incurrimos quizá en una excesiva simplificación al aseverar que la disciplina está llamada a descubrir tensiones, intenciones y pretensiones escondidas, a la lectura de entrelíneas y, en definitiva,  a la delación del hablante y escribiente. Piezas de una aparente simplicidad e improvisación, las descubrimos y explicamos por sus sorpresivas complejidades y maceraciones, ocurriendo también a la inversa.

Solemos quejarnos por la perspectiva de la inmediatez que nos ahoga y, precisamente, bajo una dictadura de demencial maquinaria propagandística y publicitaria, abundan los comentarios maniqueos, banales y francamente estúpidos de no pocos de sus adversarios. Tratándose de toda una propuesta totalitaria en curso, ya es costumbre la emboscada de una trivialización suicida de lo que acontece, suficientemente agendada por sus despiadados beneficiarios.

Estamos en el reino de la desargumentación, pues, con disgusto, no sabemos de los grandes debates que el solo planteamiento de un socialismo que, faltando poco, tiene al nuevo siglo por característica, ha de suscitar. Y nos acostumbramos a la orfandad de las réplicas y contrarréplicas, aún en los terrenos de una oposición que demanda libertad y democracia.