Sin recetas ante la mayor encrucijada económica

El país se volvió tan complejo y fragmentado que elaborar un plan consistente tiene la misma dificultad que desarrollar la fórmula de la felicidad. Por delante, asoma amenazante la presunción de que hay un precipicio.

David Lipton, representante de Estados Unidos en el FMI, dijo sin los eufemismos habituales de la burocracia financiera que el desembolso de US$5400 millones «deberá esperar«. Cansado de recibir indicaciones de Trump a través del secretario del Tesoro, Steven Mnuchin, aprovechó sus últimas horas como director interino para expresar la idea que predomina en el board del organismo. Tenía argumentos técnicos para dejar en el limbo el acuerdo porque la Argentina había perdido tras las PASO toda fuente de financiación alternativa al Fondo, por lo que el análisis de sustentabilidad de pago daba «alta probabilidad de incumplimiento». En el Gobierno, en cambio, sostienen que siempre se cumplió con los compromisos, que el pacto sigue vigente y que es indistinto que los dólares arriben antes o después del 27 de octubre.

«No me sorprendió. Estaba seguro de que si Macri y Alberto Fernández no acordaban que los desembolsos solo se utilizarían para recomprar deuda, el préstamo no llegaba», explica Héctor Torres, exdirector argentino ante el FMI.

El caso argentino coincide con una serie de replanteos en el FMI. En primer lugar, la llegada de Kristalina Georgieva a la conducción, en reemplazo de Christine Lagarde, que hoy es vista entre los técnicos como la mayor responsable de los problemas del programa. Quienes conocen a la economista búlgara destacan su vocación dialoguista y aventuran que por venir de un país en vías de desarrollo podrá comprender mejor las limitaciones latinoamericanas. Eso le transmitió a Hernán Lacunza en su primera reunión en el cargo. Le dijo que la Argentina será una prioridad en su agenda y le hizo saber que está al tanto de la situación de la pobreza en el país. También que conoce sus cuentas, porque, en definitiva, se dedica a las finanzas. En cualquier caso, luce más comprensiva que los postulantes de Finlandia y Holanda que competían con ella, dos hiperfiscalistas. Si bien llegó con el apoyo de Francia y Alemania, Georgieva es muy cercana a los Estados Unidos, como buena parte de la elite de Europa central.

Su desembarco coincide con un debate interno del FMI respecto de las cuotas de poder de los distintos actores. Estados Unidos cuenta con el 17% de los votos y capacidad de veto en muchas decisiones. Pero países relevantes, especialmente China, que solo tiene el 6%, vienen reclamando mayor intervención. Por ahora Washington bloquea cualquier redistribución, con el riesgo de que el FMI pierda influencia. La Argentina, por ser el principal deudor de la entidad, va a sentir los efectos de estas redefiniciones.

Alberto Fernández festejó las novedades que llegaron desde el norte. Él había pedido que le guardaran los millones que quedaban por desembolsar. Todo el tiempo transmite su obsesión por el nivel de reservas que heredará si llega al poder. Esta semana pareció avanzar un poco más cuando planteó una salida «a la uruguaya», sin quita y con más plazos, para la deuda privada. Dejó de lado las propuestas de una renegociación agresiva como en 2005, con reducción de capital e intereses. Su argumento es que en aquella ocasión la deuda era ilegítima porque se había originado durante la dictadura, mientras que ahora se trata de una deuda reciente. Pero también hay razones económicas. Por un lado, Fernández escuchó a varios fondos tenedores de bonos que estaban dispuestos a una prórroga si les garantizaban que les mantenían las elevadas tasas en dólares. No tienen mucho para perder; esos papeles hoy cotizan por el piso. En esas conversaciones también se comentó la intención del FMI de exigirle al futuro gobierno una quita a los privados por la alta rentabilidad que obtenían. Ante el riesgo de perder una parte, los fondos estarían dispuestos a extender los plazos. Sin embargo, no todos en el equipo del candidato están tan seguros de que la receta uruguaya sea tan sencilla de aplicar. Sospechan que el costo será alto.

Lacunza recibió con agrado la definición de Fernández, porque entiende que en la sustancia es lo mismo que él plantea desde que inauguró la era del reperfilamiento. El problema es que en Hacienda imaginan que esa sintonía se puede traducir en un apoyo al proyecto que mandaron al Congreso, iniciativa que el peronismo piensa ignorar hasta que haya un presidente electo. El Gobierno sigue planteando líneas de continuidad entre el presente y el futuro, mientras que el FMI y la oposición imaginan fuertes replanteos.

Además del tema de la deuda, oficialismo y oposición también debaten internamente cómo reanimar la economía diaria. En el Gobierno hubo discusiones extensas respecto de cuáles debían ser las propuestas de campaña de Macri. Pesaron en el análisis las promesas incumplidas de 2015. «Cómo decimos ahora que vamos a reducir la inflación sin caer en el ridículo», graficó con realismo un referente del oficialismo. Sumó confusión el zigzagueo heterodoxo de Macri tras las PASO. ¿Debe volver a las fuentes de la reducción del déficit y el sinceramiento de las tarifas o mantener la reducción de impuestos y los adicionales salariales? Detrás del voluntarismo del «sí se puede» y de la apelación identitaria del spot «somos los optimistas» no emergió aún con nitidez cuál sería el programa de Macri para un eventual segundo mandato. En la Casa Rosada aseguran que a partir de mañana empezarán a responder ese interrogante. Los más pragmáticos advierten que se tratará de propuestas de campaña, no de un plan de gobierno renovado. El «palazo» dejó secuelas profundas.

Tampoco la hoja de ruta de Alberto Fernández está solidificada. Su búnker es una colección de papers y propuestas de su staff, a la que se suman las ideas ambulatorias que el candidato les pide a ocasionales asesores externos.

Hay una noción troncal en torno de un gran acuerdo que ya no es solo de precios y salarios, sino que en su versión más ambiciosa incluye impuestos, tarifas de servicios públicos, tasas de intereses y valor del dólar. Difícil imaginar cómo se puede plasmar semejante pacto en un país en el que el poder se atomizó tanto y en donde empresarios, gremios, movimientos sociales, gobernadores, legisladores y jueces juegan todo el tiempo a marcar su parte del territorio. Fernández dice no identificarse con el látigo que usó Cristina Kirchner, y tampoco tendría la billetera de la expresidenta. Su gran aliado sería el abismo, el temor a una crisis terminal que disuada a los distintos actores que lo menos malo es cooperar. Nunca, bajo ninguna circunstancia, se habla de recorte del gasto, siempre de reactivación económica. Es el entusiasmo.

En esta geografía pareció recortarse esta semana la figura de Matías Kulfas, quien estuvo de gira por algunas provincias con un articulado de lineamientos titulado «las seis reglas de la economía albertista». El planteo fue menos novedoso que la representación. Es la primera vez que alguien habla en esos términos en nombre del candidato. «No tengo idea de qué estuvo diciendo. A él, como a Emmanuel [Álvarez Agis] lo invitan a hablar y lo hacen. Yo no mandé a nadie», dijo distraído Fernández cuando le preguntaron por el tema. Al lado suyo reconocen que «es de los más cercanos a Alberto por conocimiento mutuo y por su estilo moderado». Si le toca ser ministro, tendrá una tarea desmesurada. Como la Argentina.

Crédito: La Nación

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