Covid19 y arte

Reproducción: Grafiti en Dakar, Senegal, alusivo al coronavirus.

Inesperada y también maliciosa, la temporada universal de la pandemia amenaza con extenderse y, seguramente,  dándole un íntimo sello humano a la experiencia, el arte no tardará en dar cuenta de sus dramas. Distinguiendo la propia naturaleza de los países afectados, se adelanta: en unos, corre el grafiterismo o el perfomance espontáneo en las entrañas de un vecindario que lo celebra y lo hace viral – término sospechoso o cáustico – en las redes, mientras que, en otros, el silencio es del espesor de la dictadura que sirve de anfitrión al huésped peligroso.

El impacto ha sido tan estremecedor en el mercado del arte, por lo menos, donde lo hay, y en principio – sólo en principio –  casas como Christie’s, Sotheby’s y Phillips, en uno y otro lado del Atlántico,  lograron una rápida adaptación por la vía digital, señalando los expertos que el sector ha sido históricamente capaz de soportar con éxito las más variadas recesiones y crisis financieras.  Reseña, por ejemplo, Ruth Fernández Sanabria que Sotheby’s cerró físicamente,  acatando las directrices de las autoridades británicas, pero  pudo colocar en el ciberespacio  valiosas piezas africanas;  además, entre una clientela menor a la cuarenta de edad y que, en un porcentaje significativo (30%), jamás había pasado por esa casa.

Consabido,  numerosas fueron las instituciones culturales oficiales de Occidente, nada casual, que ofrecieron visitas virtuales a sus colecciones, imitadas en lo posible por el sector privado, con o sin fines lucrativos, al principiar el coronavirus, manifestando las bondades de la llamada economía naranja.  Por supuesto, lo hemos expresado en otras ocasiones, no hay equivalente alguno en el caso venezolano en el que los referentes culturales que antes o muy antes gozaban de atención, prestigio y credibilidad, hoy están deliberadamente en escombros, manifestando apenas su precaria existencia: es más, puede aseverarse, el patrimonio artístico en manos del Estado es literalmente virtual, porque no tenemos conocimiento público de una auditoría confiable de las colecciones.

Acotemos, el Covid19 ha dado oportunidad para una vasta campaña de desinformación, interesadas Rusia y China en promover  el autoritarismo para contrastarlo a la presunta  ineficacia de las sociedades libres, añadido el interés de la potencia asiática en convertirse en líder de la ayuda humanitaria, como lo señaló Mira Milosevich-Juaristi. Luce importante el dato, pues, en su tesis doctoral, María Dolores Dopico Aneiros, a propósito de Luther Blissett, reseñó las acciones falsarias en el arte, legítimas en cuanto a arte, pero que, por el contexto, advierte que es “lógico que el fake actúe como un virus altamente pernicioso que se infiltra en el flujo de los procesos de comunicación y constitución del discurso que establece la gramática cultural, y la deja en suspenso, la interrumpe, abriendo grietas de dirección un tanto imprevisible”, multiplicando – a nuestro juicio – las consecuencias nefastas de la pandemia.

De muy contadas excepciones, a los venezolanos nos ha sorprendido esta otra oportunidad que la virtualidad del flujo comercial ofrece,  porque ni siquiera fluyen en las redes piezas o ilustraciones de una aceptable dimensión y resolución que digan de nuestro arte. En todo caso, estamos a tiempo, aunque – como en otros ámbitos –  tarde o temprano revalidaremos aquello de lo accesorio que sigue a lo principal: el arte es eminentemente un fenómeno presencial,  con sus exposiciones, curadores, público, comentaristas, montadores, transportistas, periodistas, legos y especialistas que lo trastoca en el puzle maravilloso de siempre.

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