De la bibliofilia digital

Imagen tomada delportal de Curry Public Library.

La quiebra editorial del  país, inadvertida por las grandes mayorías apremiadas por las más elementales necesidades, nos ha llevado al hábito de la también penosa lectura en pantalla, trátese de una laptop o  tableta, dificultado el kindle y sus equivalentes, si de novedades y divisas versamos. Además, la debilidad de la señal festejada, nos obliga a emplear las altas horas de la noche en la que jura mejorar, para la afanosa búsqueda de títulos en medio de la cuarentena.

Dependiendo de  la capacidad y habilidad de almacenamiento del interesado,  la incursión noctámbula por  la red de redes deviene obsesión por una cacería de libros para la cual antes no tuvimos tiempo, creyendo que ahora  la pandemia enteramente nos los concede – al menos – libres de toda preocupación.

El descubrimiento  de una obra de reciente data que abre sorpresiva y generosamente sus páginas generosas, o el reencuentro de alguna otra extraviada en los archivos personales, entusiasma con facilidad, conminándonos a un ajuste de cuentas con una estantería doméstica de significativo atraso, actualizada una determinada afición u obligación académica.

El afán de búsqueda conoce de momentos estelares de satisfacción, pero también de una encubierta insatisfacción por las largas horas invertidas. Cierto, aunque tendemos a desarrollar un eficaz detectivismo digital, a veces, envidiable, más allá de una burda minería de datos, sorteando los obstáculos del etiquetamiento, indización o indexación en las redes, casi confidencialmente nos estresamos, acumulando la ansiedad del caso, convencidos de que serán muy pocas las oportunidades que ofrecerá la post-pandemia para tales incursiones o excursiones en el ciberespacio de inasibles fractalidades.

Intentamos la proeza de otro hallazgo y almacenamiento, en la versión de PDF, la más popular, o de otras aplicaciones de un mercado que está vedado a los venezolanos, postergando la lectura del archivo conquistado.  En la travesía electrónica, nos dispersamos, con olvido del objetivo inicial, pues, una pista nos lleva a otras e, involuntariamente, tratando de llegar a una modesta isla, damos con un continente de materias que lo prometemos de futuro interés.

Arriesgamos en el itinerario al tropezar con textos adulterados que pronto reivindican  el derecho de propiedad,  entre otras desventajas que no se comparan con la ruindad lectora que nos ha dado alcance. Por ello, , a pesar de las angustias que suscita el ejercicio bibliotequético en las redes, hay un saldo favorable: beneficiando a sus amigos, por ejemplo, Rodney Castro ya ronda los diez mil libros digitales para un disco duro externo que, apenas, constituye un detalle al compararlo con una estantería que abarca una espacio físico significativo en la sala de su casa.

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