COVID-19: Un mundo extraño

El mundo que convive con el Covid-19 es un mundo extraño para las personas. Por un lado, implica la paralización de la vida cotidiana, el ir y venir que caracterizaba a las ciudades, las jornadas laborales, las actividades [presenciales] académicas e investigativas de los centros universitarios, y los eventos públicos y multitudinarios a los que las personas asistían o televisaban para desentenderse, al menos temporalmente, del estrés y el apremio que la existencia parece proveer sin falta.

La rutina se ha desvanecido en el aire y queda ahora una sociedad cuyos sujetos han tenido que resguardarse en sus hogares y zonas más próximas en pro de contener el virus. Es un escenario de confinamiento voluntario en que los distractores en vivo han sido reducidos, y en que los estrenos televisivos escasean dadas las dificultades que tienen las personas de reunirse y grabar. El deporte y el entretenimiento no pueden capitalizar las consecuencias del Covid-19 porque dichas consecuencias también los involucran. Al fin y al cabo, todos somos humanos.

La desaparición del mundo exterior

La medida de cuarentena implica una despoblación de los espacios y una interrupción de las actividades que ameritan la presencia física de las personas y las aglomeraciones, lo que ha generado que las personas permanezcan en su hogares y, en última instancia, en sus más propias intimidad. Esta nueva vinculación entre nosotros con el espacio íntimo ocurre simultáneamente con la ruptura de nuestra relación institucional en su faceta presencial, lo que se traduce en un incremento de nuestro margen de acción y libertad.

Esta desaparición o desvanecimiento del mundo exterior se acentúa por el hecho de que los distractores comunes, como lo son los encuentros deportivos y la industria de entretenimiento, obedecen a la dinámica global y también han suspendido sus actividades. Es cierto, las plataformas digitales y servicios de streaming pueden ser útiles para ponerse al día con el contenido que no ha podido visualizarse por las exigencias de una vida cotidiana que ya no existe, y también para encontrar algo nuevo en lo cual engancharse, pero no tardará en llegar el instante en que el consumidor ya no sepa qué consumir para ocupar todo el tiempo libre que tiene por delante. Eventualmente, el individuo se queda sin alternativas constantes para su distracción, y le toca quedarse consigo mismo.

La vida se vive al desnudo, son pocos los matices que separan al sujeto de sí mismo en una circunstancia en que el mundo no interviene con la misma fuerza ni tampoco determina la rutina de todos los días. Hay un mayor grado de autodeterminación que se percibe cuando el sujeto debe plantearse las actividades que realizará en el transcurso de su día para ocupar su tiempo libre; su rutina ya no es construida por elementos externos a él, ahora más que nunca puede decidir qué hacer y qué no con su tiempo. El individuo ya no es reclamado como objeto por el entramado institucional al que pertenece, o al menos no tanto cuando podía y tenía que movilizarse hacia dichas instituciones.

El sujeto regresa a sí mismo

El silencio de la sociedad y el aislamiento construyen una situación en que el mundo interno resuena con mayor intensidad que nunca. Son escasos los distractores que impiden que profundicemos en pensamientos o sensaciones que el abrumo de la vida diaria aplacaba o minimizaba en pro de circunstancias más urgentes. Ahora que esa vida está suspendida, aquello que se ubica en nuestra intimidad se despliega sobre nosotros, lo cual genera y generará consecuencias que variarán de persona a persona y según el grado en que las urgencias de la vida cotidiana distanciaban al individuo de sí mismo o no le han permitido atender sus necesidades y aspiraciones personales.

Este periodo de cuarentenas es un escenario en que una persona puede tener una visión panorámica de su existencia y lugar en el mundo dado que, de cierto modo, el mundo al cual pertenecía y la vida que tenía le fueron arrebatadas, las urgencias han disminuido en número y los deberes quedan en el aire; los encuentros sociales dejan de ocupar la atención de las personas (o lo hacen en menor medida), ya no son espacios para olvidarnos temporalmente de nosotros mismos, o de la realidad a la que pertenecemos.
Cabe decir, entonces, que estamos frente a un retorno del sujeto a sí mismo, implicando que, antes de esto, ocurría una especie de arrebatamiento o secuestro del individuo como consecuencia del frenético ritmo de vida que llevaba y le impedía profundizar verdaderamente sobre su ser. Ahora, tal arrebatamiento parece una rutina de una vida que se nos ha ido de las manos, y que probablemente no vuelva en el mediano plazo.

En efecto, el mundo que vivimos actualmente es un mundo extraño, muy poco que ver con el empezamos un muy lejano primero de enero de 2020. El miedo y la incertidumbre cobran más fuerza y relevancia que nunca en un contexto global que no sabe con exactitud cómo lidiar con una enfermedad que convivirá con nosotros a partir de ahora, y que representará un gran reto para la humanidad en los años siguientes.
¿Cómo retomar el estilo de vida anterior cuando las aglomeraciones de personas son el escenario perfecto para la expansión del Covid-19? ¿Cómo preparar el retorno masivo a los espacios públicos? ¿Realmente puede ocurrir dicho retorno? ¿Cómo será la accesibilidad a las vacunas contra el Covid-19? Estas son interrogantes cruciales de nuestra actualidad y que, de ser respondidas, puede llevar paz a una especie humana que nunca se había visto tan amenazada como ahora.

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